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Depresión, ansiedad, o TOC: las enfermedades mentales de Churchill, Kennedy, Gabriel Boric o Manuel Valls

Las dolencias psicológicas siguen siendo un estigma entre la clase política internacional y la mayoría de los casos permanecen en el anonimato

El presidente de EEUU John Fitzgerald Kennedy.

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El estigma de las enfermedades mentales está muy presente en el mundo de la política internacional, por la connotación negativa que supone para los que las padecen. Por este motivo, la mayoría de los casos permanecen en el anonimato. Son muy pocos los ejemplos de representantes públicos que han sacado a la luz algún trastorno. En algunos casos, han salido a la luz cuando ya no estaban en cargos de responsabilidad. En otros, la confesión fue el punto y final de su carrera. Estos son algunos ejemplos:

Largas jornadas de trabajo y atención directa a los electores

Ha sido considerada como "uno de los nuevos talentos más brillantes del laborismo". Nadia Whittome es la diputada más joven del Parlamento británico. Ganó el escaño en el 2019 a los 23 años. A partir de aquel triunfo comenzaron las largas jornadas de trabajo repartidas entre la agobiante atmosfera de Westminster y la atención directa a los electores en su distrito de Nottingham East. En mayo del pasado año, Whittome tuvo que parar. Anunció que tomaba una baja temporal por orden del médico, tras ser diagnosticada con estrés postraumático. Confesó que llevaba meses luchando en silencio con "persistentes problemas de salud" y aunque había "tratado de sobrellevarlos", la situación había llegado a un punto "en el que está claro que no es posible". La valentía y honestidad al hablar en voz alta de un problema mucho más habitual de lo que se quiere reconocer, fueron alabados por sus compañeros. Cuatro meses después la diputada regresó al escaño.

Son muchos los políticos británicos que sufren calladamente. En un estudio realizado entre 146 diputados de la Cámara de los Comunes, casi el 40% admitió padecer de estrés, más de una cuarta parte dijo sentirse deprimido cuando uno de sus candidatos pierde una elección y casi el 20% aludió a trastornos del sueño y a la fatiga a causa de la política. "Ser diputado es una ocupación muy solitaria", señalaba el autor del trabajo, el médico psiquiatra, Dan Poulter, él mismo parlamentario.

Alguno de los gobernantes británicos más famosos ha vivido en carne propia los estragos de las dolencias mentales. El primer ministro conservador Winston Churchill habló abiertamente de su depresión. "Durante dos o tres años la luz en la foto se desvaneció. Hice mi trabajo. Me senté en la Cámara de los Comunes. Pero una negra depresión se apoderó de mí". Otro primer ministro, el laborista Harold Wilson, presentó inesperadamente la renuncia en 1976. Estaba física y psicológicamente agotado. Hubo toda clase de especulaciones. El alzhéimer y un cáncer terminarían con su vida casi dos décadas más tarde. BEGOÑA ARCE

Manuel Valls rompió el mito de la salud mental de hierro de los políticos franceses

Manuel Valls, 59 años, reconoció hace un año haber pasado por momentos personales difíciles en 2017 y 2018. El exprimer ministro francés y exconcejal en el Ayuntamiento de Barcelona aseguró haber estado al borde de una depresión tras el decepcionante mandato del socialista François Hollande, del que fue uno de los principales rostros y terminó como uno de los dirigentes más impopulares en Francia. "Estuve a punto de derrumbarme", explicó en su libro Pas une goutte de sang français, publicado en marzo de 2021.

Las malas lenguas dirán que reveló estas dificultades personales para corregir su impopularidad y justificar su regreso a la política francesa. De hecho, este adicto a las instituciones se presentará como candidato de la coalición macronista en las elecciones legislativas de junio en la circunscripción de los franceses que viven en España y Portugal. Más allá de la mayor o menor simpatía por las ideas y la figura de Valls, su testimonio destacó por hablar abiertamente de un tema tabú en la clase política en Francia, donde suele atribuirse a los dirigentes una salud mental de hierro.

Tras su derrota en las primarias socialistas en enero de 2017, Valls sufrió un prolongado bajón personal. Comía muy poco y lo justificaba por una supuesta intolerancia al gluten. Esas dificultades coincidieron con su defenestración de la primera línea de la política francesa. Pasó de ejercer como primer ministro a convertirse en un simple diputado considerado como un traidor por sus antiguos compañeros en el Partido Socialista y percibido con desconfianza por sus nuevos aliados de la mayoría parlamentaria de Emmanuel Macron.

"Comía poco, no bebía nada. Primero, me dije que en Francia las cosas son así, los políticos se toman muy en serio. Y luego entendí que este hombre estaba por los suelos", declaró a la revista Paris Match su esposa desde 2019 Susana Gallardo, heredera de la empresa farmacéutica Almirall y una de las mujeres más ricas de España. Según el exprimer ministro, su extraño desembarco en la política catalana se enmarcó en ese difícil periodo de su vida privada. Decidió cambiar de aires como aquel trabajador que pierde sentido en lo que hace e inicia un nuevo reto profesional. ENRIC BONET

Medicación para la ansiedad y el "beso de la muerte"

En los últimos años, conforme la atención a la salud mental ha ido ganando prominencia y los problemas perdiendo parte del estigma que los rodeó durante décadas y siglos, más políticos de Estados Unidos han decidido hablar abiertamente de sus problemas en este terreno. Tras el asalto al Capitolio, por ejemplo, varios reconocieron estar lidiando con estrés postraumático. Y en 2020 Corey Johnson, candidato a alcalde de Nueva York, anunció que abandonaba la carrera para centrarse en su combate contra la depresión y se reconoció "aliviado" por la decisión.

La cuestión, no obstante, sigue siendo por lo general un tabú para cualquiera con aspiraciones políticas en EEUU. Las enfermedades o problemas mentales se mantienen como un esqueleto en el armario de los políticos, incluyendo los que llegan a la Casa Blanca. Y en casos destacados como los de Richard Nixon y John F. Kennedy, esos secretos han salido a la luz solo después de muchos años.

Investigaciones y acceso a documentos han abierto las puertas al extenso botiquín al que acudía Nixon, primero como vicepresidente y luego cuando ocupó el Despacho Oval. Tomaba, por ejemplo, Dexamyl, una mezcla de anfetamina y barbitúrico que prometía tratar el "estrés mental y emocional". También media pastilla del somnífero Doriden y, tres veces al día, meprobamato, con el que se trataba la ansiedad. En 1973 empezó a tomar Valium, algo que mantuvo en secreto, como el resto de la medicación, obteniendo la receta a través del osteópata que compartía con Henry Kissinger.

Igualmente se sabe ahora que Kennedy, además de la abundante medicación para tratar sus problemas físicos, usó múltiples fármacos que tratan trastornos como la ansiedad y la depresión. Tomaba una dosis diaria de meprobamato y, con menos frecuencia, Dexamyl, así como el psicoestimulante Ritalin y el ansiolítico Librium. En el cóctel entraba también el antipsicótico Stelazine, con el que se trataba la esquizofrenia pero que también se recetaba para la ansiedad severa.

“Las presiones (de la presidencia) superan cualquier cosa que los seres humanos están diseñados para manejar”, le decía hace unos años David Axelrod, asesor de Barack Obama, al periodista de ‘Politico ‘Alex Thompson, que en 2015 y 2017 publicó piezas analizando en profundidad el tabú. Este se asentó especialmente tras el caso de Thomas Eagleton, el senador que George McGovern eligió para acompañarle como nominado a vicepresidente en 1972. Cuando se supo que había recibido sido hospitalizado por depresión y tratado con electrochoques Eagleton tuvo que retirarse de la carrera.

Desde entonces, ningún candidato a presidente o vicepresidente, ni republicano ni demócrata, ha reconocido haber pasado o recibido tratamiento por ningún problema de salud mental. Hacerlo, según le dijo también a Thompson Burton Lee, que fue médico presidencial de George Bush padre, sería "el beso de la muerte". IDOYA NOAIN

Una procesión que se lleva por dentro

En 2017, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimaba que la depresión y otros trastornos mentales representaban el 22% de las enfermedades de los latinoamericanos y caribeños. La pandemia y el confinamiento, concluyen los especialistas, agravaron la situación. A pesar del peso de esas cifras, el mundo de la política suele mostrarse incontaminado. Los chilenos Pablo Longueira y el actual presidente Gabriel Boric aparecen como una excepción que confirma la regla del recato y el disimulo. Longueira fue uno de los referentes de la Unión Democrática Independiente (UDI), el partido de ultraderecha surgido de las entrañas de la dictadura militar. Se lo consideraba un hombre de fuerte personalidad y, a la vez, un hábil negociador político. Sorpresivamente, a mediados de 2013, abandonó su carrera presidencial después de haber ganado la primera elección de la derecha. "Ha tenido toda la atención médica necesaria y oportuna, pero hay momentos en la vida en que uno propone y Dios dispone", explicó uno de sus hijos. A partir de ese sinceramiento, el senador de la UDI Hernán Larrain reconoció que Longueira ya había atravesado situaciones similares. A partir de 2013 salió del centro de la escena política.

Boric ha mencionado en varias oportunidades que padece un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) que le diagnosticaron a los 12 años. "En 2018 estuve internado de manera voluntaria en el Hospital Horwitz de la Universidad de Chile. Afortunadamente, a diferencia de la gran mayoría de los chilenos, tuve la oportunidad de tener tratamiento (...) Hoy día estoy bien, con tratamiento permanente, porque esta es una enfermedad que no se pasa. Estoy con medicamentos, con cuatro dosis diarias y monitoreado permanentemente y con una carga mucho menor que me ha cambiado para bien la calidad de vida", dijo en plena campaña electoral. Boric aseguró no sentirse incómodo al referirse públicamente a este asunto. "Creo que es bueno que en Chile se hable de la salud mental. Ha estado muy estigmatizada y muchas veces una procesión que se termina llevando por dentro". ABEL GILBERT

Presión implacable contra las mujeres de la corte del país del sol naciente

Japón experimentó un déjà vu cuando la princesa Mako desveló el pasado año que sufría estrés postraumático. Ni el cuadro ni las causas eran nuevos. La sobrina del emperador Naruhito había sucumbido al escrutinio de la prensa y críticas del pueblo, convencida ya de que no podría disfrutar de "una vida tranquila y feliz", aclaró el portavoz de la Casa Real. Su psiquiatra desveló después que sintió que su dignidad había sido pisoteada y que se despreciaba. No había disfrutado del sosiego desde que cuatro años atrás anunciara su boda con Kei Komuro, un abogado plebeyo, al que los tabloides afearon su peinado y una vieja deuda, por hacer la lista corta. Mako renunció a su estatus real e incluso a la indemnización millonaria que establece la ley antes de casarse por lo civil, sin rastro del boato tradicional, y volar junto a su marido hacia Estados Unidos para emprender otra vida. Los Harry Megan japoneses, les llamaron.

Mako devolvió los ecos de la emperatriz Masako, conocida como "la princesa triste" por la incurable depresión que arrastra durante décadas sin que el ejército de médicos halle remedio. Naruhito porfió hasta arrancarle el a la joven educada en Oxford, políglota y con una prometedora carrera diplomática. El encierro palaciego entre muros de piedra y fosos y su papel de simple consorte ya la habían deslizado hacia la melancolía antes de que su incapacidad de darle al país el heredero varón agravara el cuadro. Sus presencias en los actos públicos son aún tan escasas que le roban el foco al emperador. Su predecesora y también plebeya, la emperatriz Michiko, también había soñado con escapar de su cárcel de oro y visitar las viejas tiendas de libros usados de Tokio. Las críticas de la prensa por sus fallos le provocaron la pérdida del habla durante meses. La repetición del patrón descarta la casualidad y sienta la implacable presión que soportan las mujeres de la milenaria realeza japonesa por parte de los tabloides, el público y los funcionarios de la corte. ADRIÁN FONCILLAS

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