Conflicto en el este de Europa

El drama de los evacuados del Donbás: "Ya no quiero ser rusa"

La guerra de Rusia y Ucrania, en directo

La guerra abre una grieta identitaria en la población rusoparlante del este de Ucrania

Una mujer junto a lo que queda de su casa n Donetsk

Una mujer junto a lo que queda de su casa n Donetsk / Reuters

Irene Savio

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Sobre el cielo del centro de evacuados de Voloske se está celebrando una batida. En un paisaje bucólico, un avión de combate husmea. Pero el ruido que ha producido su paso no ha inmutado prácticamente a nadie. Aquellos que están aquí vienen de infiernos peores. Han tenido que escapar de sus hogares, donde la guerra ha vuelto el vivir una quimera. La mayoría son gente sencilla de zonas rurales de las regiones de Donetsk y Lugansk, donde ahora se libra la batalla del Donbás; regiones históricamente ligadas a Rusia y rusófonas, en las que la población comparte madres, maridos, hermanos e hijos repartidos por ambos países. Así la grieta, provocada por el conflicto, duele en las entrañas.

En algunos pueblos han huido gran parte de los vecinos. Se han ido corriendo, a medida que las bombas han empezado a caer más cerca. Serguéi, un anciano de 72 años de una diminuta aldea de 400 almas llamada Zelenoe Pole, en el distrito de Donetsk, es uno de ellos. "Es muy difícil de explicar con palabras cómo me siento", dice, al quebrársele la voz de los nervios cuando se le pregunta por lo que está pasando. "Hace pocos días empezaron a bombardear el pueblo y por eso nos evacuaron", dice, al añadir que, a su entender, la situación puede ser explicada con palabras simples. "Rusia ataca y Ucrania se está defendiendo", opina. 

Huir para sobrevivir

Pero si Serguéi huyó a Voloske, este no es el caso de su familia. "Mi mujer y todos mis hijos están en Siberia, en Rusia, desde 2014 (cuando primero empezó el conflicto en las regiones de Donetsk y Lugansk)", cuenta. "Claro que hablo con ellos. Me han dicho que tengo que huir, y buscar otro sitio en el que vivir", continúa.

Svitlana, que tiene 53 años y es de Milutvaka, aún sonríe de vez en cuando, pero no tiene palabras de perdón. "Nunca pensé que (el presidente ruso, Vladímir) Putin estuviera tan loco. Primero destrozaron mi casa y ahora la de mi madre", dice esta mujer que antaño trabajaba como peluquera y empleada de una compañía eléctrica. "Por eso, pese a que mi pasaporte dice que soy rusa, yo ahora quiero ser ucraniana", afirma, al añadir que ella cree que los rusos "no entienden bien qué está pasando, no entienden nada". "Algunos dicen que aquí hay nacionalistas, Banderas (por Stepan, un colaborador nazi perteneciente a la extrema derecha ucraniana en el siglo pasado), que Putin es un buen líder, que lo hace todo bien", sostiene.

Los voluntarios los ayudan como pueden, claro está. "Esto es un drama humano, niños y abuelos, gente que hay que sacar, evacuar. Estamos intentando darles un poco de alegría, lo que se puede", cuenta José Casals, un misionero de Lleida. "Aquí están mejor, más relajados. Cuando los sacamos de ahí están con las caras largas, vamos, vamos, corre, corre. La gente están cansada de los misiles, de las bombas, los tiroteos", explica. 

Dos meses de guerra

Olya de Konstantinovka, ciudad de unos 60.000 de habitantes de la que fue evacuada hace una semana, también sacude la cabeza, levanta las manos al cielo y hace el gesto de los pelos de la piel que se erizan. También tiene familia en Rusia. "Me han invitado a ir a sus casas, pero no hablamos de política. Yo me quiero quedar en Ucrania, rezo todos los días para tener un día más de vida. Es un horror que esto ocurra en el siglo XXI", afirma esta mujer, pastelera de profesión. "Tengo conocidos que murieron en el último ataque en Kramatorsk", añade. 

Y es que, tras dos meses del estallido de la guerra total en Ucrania, las tropas rusas siguen atacando diariamente en las zonas del este y sureste de Ucrania, en una guerra de desgaste en las que unos ganan algunas posiciones y otros se ensañan en resistir. Lo que supone también una gran fractura identitaria para sus habitantes, como sugiere Tymofiy, un maestro de español de Dnipro y que ayuda como intérprete en este reportaje.

La diferencia con el oeste -donde las conexiones con Rusia son menos sólidas, y otros países, como Polonia, que han ejercido históricamente una mayor influencia-, es que "aquí la gente se sigue preguntando por qué sus hermanos les están haciendo esto", afirma, frustrado. "Nosotros hablamos ruso, como ellos. No tiene sentido".

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