Elecciones presidenciales

La 'Francia que va bien' vota a Macron

Marcron y Le Pen, el duelo de la segunda vuelta

¿Puede ganar Le Pen a Macron?

La localidad francesa de Niort es el paradigma de ciudad acomodada con una tradición de izquierdas ahora convertida al macronismo

Acto de campaña de la La Republique en Marche en Niort

Acto de campaña de la La Republique en Marche en Niort / Enric Bonet.

Enric Bonet

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La revuelta de los chalecos amarillos, las protestas sindicales, las manifestaciones contra el certificado de vacunación… La contestación social en Francia hizo correr ríos de tinta en los últimos años. La indignación contra las políticas del presidente Emmanuel Macron acaparó las páginas de los principales periódicos del mundo. A pesar de ello, el dirigente centrista se impuso con una cómoda ventaja en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Seguramente, asegurar que “Francia va bien” resultaría apresurado. Pero existe una “Francia que va bien”. La caracterizan los puestos de trabajo bien remunerados, la vida agradable en elegantes centros urbanos o los viajes turísticos al otro lado del planeta. De hecho, hay un hilo, aparentemente sólido, entre esta Francia afortunada y el apoyo a Macron. 

El dirigente centrista “representa el voto de la gente feliz (…), de todos aquellos que consideran que forman parte de las categorías superiores y que disponen de una vida autónoma y con una gran movilidad”, explica a El Periódico el politólogo Luc Rouban, director de investigaciones en el CNRS y autor del libro 'Le paradoxe du macronisme'. “Existe un vínculo bastante claro entre los niveles de ingresos y el apoyo electoral a Macron”, destaca el politólogo Stefano Palombarini, coautor de 'L’illusion du bloc bourgeois'. En este interesante ensayo, publicado en 2018, describió el rol preponderante de la defensa de reformas neoliberales y de la construcción europea en la “gran coalición” macronista, entre el centroizquierda y el centroderecha.

“Un nivel de vida bastante elevado”

Un ejemplo paradigmático de esta Francia acomodada y macronista es Niort, situada a unos 400 kilómetros al suroeste de París. En la segunda vuelta de 2017, Niort respaldó a Macron con 82,14% de los votos, dejando a Le Pen con menos del 18% (en el conjunto del país obtuvo más del 33%). 

“A pesar de ser una ciudad de provincias, Niort tiene un nivel de vida bastante elevado. A diferencia de otros territorios, ha sufrido más bien poco la desindustrialización”, explica Hervé Gérard, 49 años, concejal municipal de La República en Marcha (partido de Macron). Con un porcentaje de desempleo del 5,4% y un precio medio del metro cuadrado de 1.500 euros, ejemplifica aquellas urbes que han salido ganadoras en el marco de la globalización. Según una clasificación del suplemento de los fines de semana de 'Le Figaro', se trata de la tercera ciudad mediana con una mejor calidad de vida, después de Bayona y Quimper.

Una de las claves del éxito de esta localidad, con 59.000 habitantes, es la importante presencia de empresas de seguros y relacionadas con el sector financiero. En Niort nació la primera mutua agrícola francesa y numerosas empresas de este tipo, como la Maif, Maaf, o Macif, mantienen su sede allí. “Se trata de una localidad de la reforma y del diálogo. Por este motivo, los extremos están menos presentes que en otros sitios”, presume Gérard Doroy, 64 años, empresario en el sector turístico y un exvotante socialista convertido al macronismo desde 2017. 

Del centroizquierda al macronismo

La trayectoria política de Doroy ilustra la evolución de una parte significativa de los habitantes de Niort, históricamente una ciudad de izquierdas, donde nació la socialista Ségolène Royal. Pero desde 2014 la gobierna el centrista Jérôme Baloge. Sus habitantes bromean presentando a su alcalde como un precursor del macronismo. Debido a su bienestar económico y la orientación ideológica de la 'deuxième gauche', una parte de las clases medias del centroizquierda se separaron de los intereses de las clases populares. De esta forma, se rompió la histórica alianza del Partido Socialista, abandonado tanto por sus sectores moderados como las clases trabajadoras. Y surgió la nueva coalición electoral macronista, en que están sobrerrepresentadas las categorías superiores, así como los votantes de más de 50 años.

“Me identifico totalmente con la apuesta de Macron por las empresas y su defensa de una Francia fuerte dentro de una Europa fuerte”, afirma Doroy, presente en una reunión pública entre simpatizantes y cargos electos del partido del presidente. Celebrada en una salita del vetusto edificio de la prefectura (delegación del gobierno), reunió a apenas una veintena de asistentes, dejando numerosas sillas vacías.

“Estoy horrorizada con la dureza de los medios contra Macron”, lamenta Monique, 75 años. Esta ex guía turística en Reino Unido, ahora jubilada, presume de que el presidente francés es “el más inteligente y el más honesto (…) Nada que ver con el horror de Boris Johnson”. No solo aplaude algunas de sus propuestas más controvertidas, como alargar la edad mínima de jubilación a los 65 años (con 42 o 43 años cotizados) o condicionar al hecho de estudiar o trabajar la concesión de una renta mínima de inserción, sino que no tiene reparos en criticar a los más pobres: “Los más modestos deben espabilarse un poco más. No pueden estar todo el día pidiendo ayudas sin hacer nada”.

“Estoy muy desilusionada”

Como era previsible, los simpatizantes del presidente aprueban tanto su balance como su nuevo programa. Pero otra atmósfera distinta se respiraba en el resto de la ciudad. Otros discursos se escuchaban a medida que uno se alejaba del edificio de la prefectura y recorría las callejuelas con adoquines de una localidad que no destaca por su belleza —Michel Houellebecq habla de Niort en la novela 'Serotonina' como “una de las ciudades más feas que he tenido la posibilidad de ver”—, pero sí por su tranquilidad y ambiente distendido.

“Es cierto que Macron no ha tenido un mandato fácil con la pandemia y ahora con la guerra en Ucrania, pero no se da cuenta de los problemas reales de la gente”, critica Perrine, 27 años, una jugadora de balonmano profesional en el equipo de la ciudad. Mientras tomaba una cerveza junto con dos compañeras del club que juega en la primera división, bromeaba de que están "tan perdidas con estas elecciones” que quizás decidirían su voto en función de una aplicación. 

“Macron es demasiado cercano a las élites y demasiado poco del pueblo”, añade Tanguy Le Gal, 22 años, un vendedor en Castorama quien tomaba un café solo en la terraza de un bar de al lado. Aún más contundente se muestra Magali, 41 años y directora de recursos humanos en una de las mutuas. “Estoy muy desilusionada, no me esperaba que aplicara tantas medidas de derechas”, aseguraba mientras tomaba una copa de vino delante de un bar cercano al torreón medieval que acapara las miradas en el centro de la ciudad. “Hace cinco años voté por él, pero si vuelve a haber una segunda vuelta entre Macron y Marine Le Pen, esta vez me abstendré”, reconocía. Toda una advertencia para el dirigente centrista desde uno de sus feudos electorales.

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