Batalla por la información
Noticias en tiempos de guerra: cómo Rusia y Ucrania usan la televisión como arma
Sigue en directo la última hora de la guerra en Ucrania
Reportaje multimedia: tres semanas de la invasión rusa
Moscú lleva más de una década de represión para controlar en panorama mediático e imponer un relato único. Kiev también ha restringido la libertad de prensa censurando canales rusófilos desde el inicio del conflicto en 2014
Carles Planas Bou
Periodista
Periodista tecnológico entre el mundo digital y la política internacional. Centrado en capitalismo de plataformas, IA, vigilancia y derechos digitales. Excorresponsal en Berlín durante más de cuatro años, cubrió los gobiernos de Merkel, la crisis de los refugiados y el auge de la extrema derecha. También ha trabajado en Europa Central y en Canadá. Graduado en Periodismo por la URL y máster en Relaciones Internacionales por la UAB. Ha colaborado con TV3, TVE, Deutsche Welle, Catalunya Ràdio, El Orden Mundial o El Salto.
Toda guerra es también informativa y el conflicto en el este de Europa no es distinto. Antes que Rusia se abalanzase a invadir Ucrania ambos países ya habían empezado a fijar posiciones para controlar el relato dentro de casa, una batalla en la que la televisión es un escenario clave. Así es como las sociedades ucraniana y rusa se están informando en estos días de bulos, propaganda y censura.
Ucrania
En sus primeras tres semanas, la guerra ha forzado una transformación del panorama mediático de Ucrania. Este domingo, el presidente Volodimir Zelenski firmó un decreto que obliga a agrupar todos los canales nacionales en una única plataforma bajo la ley marcial, con lo que Kiev se asegura una “política informativa unificada”. Antes de adoptar esa medida, siete grandes canales ya habían aparcado sus diferencias –incluso longevas enemistades entre sus propietarios—para unirse en un canal único que emite de forma incesante durante las 24 horas del día, repartiéndose la cobertura en franjas de seis horas.
La televisión es la principal fuente informativa para los ciudadanos de Ucrania. Los grandes canales están en manos de oligarcas directamente vinculados a la primera línea política ucraniana. El que cuenta con más audiencia, 1+1, es propiedad del magnate multimillonario Ihor Kolomoyskyi, a quien la administración Biden ha prohibido entrar en Estados Unidos por su “participación en importantes actos de corrupción”.
La emisión de ese canal único es solo en ucraniano; el ruso, lengua de parte del país, ha desaparecido. Esa decisión no es una anomalía, sino una norma. Desde que en 2014 Rusia ocupase y se anexionase Crimea ilegalmente, Kiev ha impuesto cuotas para reducir la presencia del ruso en televisión y ha silenciado distintos canales prorrusos. En febrero de 2021, Zelenski prohibió, entre otros, la emisión de 112, NewsOne y ZIK, acusados de propaganda favorable al Kremlin. Estos canales, ya inoperativos, pertenecen al oligarca Viktor Medvedchuk, “amigo cercano” de Vladímir Putin –según sus propias palabras—y expresidente del partido prorruso ‘Plataforma de Oposición por la Vida’, prohibido este domingo por Zelenski.
En la región del Donbás, los separatistas prorrusos prohíben desde hace años la emisión de los medios afines a Kiev, haciendo que la fragmentación del país no sea solo física, sino también mental.
Rusia
"No a la guerra, no crean la propaganda, aquí les mienten". El pasado 15 de marzo estas palabras dieron la vuelta al mundo cuando Marina Ovsyannikova, la editora del canal estatal Channel 1, interrumpió en directo el telenoticias más visto del país con un cartel de protesta. “Me avergüenzo de haber contado mentiras desde la pantalla del televisor (…) de haber permitido que los rusos se convirtieran en zombis”, explicaba en un vídeo publicado poco antes de su detención.
Esa imagen ilustra la normalizada censura informativa en la que Rusia vive sumida desde hace más de una década. La mayoría de los grandes medios de comunicación son propiedad del Kremlin o siguen su línea editorial. Los periodistas que se han opuesto a Putin han sufrido sanciones, juicios e incluso han sido asesinados. Anna Politkóvskaya, tiroteada en 2006 tras informar de los crímenes de guerra rusos en Chechenia, es la imagen más cruda de esa represión.
Esta censura se ha acentuado tras la invasión de Ucrania. Moscú ha pasado una ley draconiana que pena con hasta 15 años de cárcel la difusión de “noticias falsas”, concepto flexible en el que encajar todo aquello que molesta, como hablar de “guerra”, “invasión” o “ataque”, palabras prohibidas en Rusia. Eso ha terminado por forzar el cierre de medios nacionales independientes, el éxodo de la prensa internacional y la imposición de una verdad única.
Ese dogma propagandístico es el que repiten letra por letra las grandes cadenas. Durante décadas han silenciado las protestas contra el régimen de Putin, ordenadas a no nombrar a opositores como Alekséi Navalni. Ahora se ocultan las imágenes de edificios ucranianos destruidos y de civiles muertos, se vende que las tropas rusas son recibidas con llantos de alegría y flores y que la guerra es una “operación militar especial” –término impuesto por el Kremlin—para liberar al pueblo ucraniano de un gobierno de nazis. Desde el inicio de la invasión, la parrilla televisiva rusa ha apartado las series y programas de entretenimiento para martillear constantemente con noticias y debates políticos sobre Ucrania.
Para esquivar la censura informativa de Moscú, un número creciente de rusos está utilizando VPN, redes privadas con las que pueden acceder a redes sociales como Facebook o Instagram –bloqueadas oficialmente desde este lunes— y conectarse a las webs de medios críticos prohibidos por el Kremlin. Sin embargo, la mayoría de estos son jóvenes y cercanos al estilo de vida occidental, mientras que la principal fuente para los mayores de 35 años es la televisión, que amplifica la versión oficial a audiencias millonarias. Esta diferencia en el acceso a distintas informaciones estaría ampliando una brecha generacional e ideológica entre ciudadanos cada vez más desconectados entre sí.
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