Guerra en Ucrania

El desconsolado adiós al soldado Volodímir

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Rusia acerca sus ataques a las fronteras de la OTAN

Los velatorios de jóvenes militares se suceden en las ciudades del país eslavo ante la amargura de las familias

Dos tumbas de soldados ucranianos caídos en combate.

Dos tumbas de soldados ucranianos caídos en combate. / IRENE SAVIO

Irene Savio

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En un rincón delante de una tienda de alimentación de la calle Teatralna, una decena de personas angustiadas y una anciana esperan sollozando. En otro lado, justo delante de una plazoleta, un puñado más numeroso de imberbes soldados, apiñados y con caras desorientadas y cansadas, también esperan. Un muerto, que se llama Volodímir, yace en un féretro de madera marrón claro, con la bandera de Ucrania encima.

Él aguarda emprender su último viaje desde dentro de un coche fúnebre. Es primera hora de la tarde y el de Volodímir es uno de los muchos funerales que se celebran a diario en la barroca Iglesia de la Guarnición de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo de Lviv, un templo de rito grecocatólico.

Un velatorio en estos días en Ucrania es como una instantánea que se repite en todas las ciudades de este país. La mayoría de las personas siguen caminando al toparse con uno y esquivan la escena con los ojos. Otras se paran, pero solo por algunos minutos, el tiempo para entender qué está sucediendo. La muerte y la destrucción se han vuelto referentes reales que ya forman parte del paisaje, como las sirenas de ambulancias y las antiaéreas que, incluso en Lviv, se oyen cada vez más a menudo, a veces también mezclándose entre sí.

Los únicos que no tienen vía de escape alguna de ese dolor de una vida que se acaba son los familiares y amigos. Por eso, se abrazan nerviosamente, desfallecen los unos sobre los otros y hacen muecas de desprecio y desconsuelo, incluso cuando miran hacia el cielo. El grado de amargura puede ser incluso mayor si la persona en cuestión es, como Volodímir, un joven de apenas 22 años, estudiante de una escuela militar y originario de la antaño sosegada localidad de Vínnytisia.

El capellán militar Roman Mentukh, durante el funeral del soldado Volodímir en la Iglesia de la Guarnición de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo de Lviv.

El capellán militar Roman Mentukh, durante el funeral del soldado Volodímir en la Iglesia de la Guarnición de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo de Lviv. / IRENE SAVIO

Funerales simultáneos

A veces también ocurre que el propio sacerdote conoce a la víctima. Lo recuerda el capellán militar Roman Mentukh, quien solía ser uno de los asesores espirituales de Volodímir y que hoy es uno de los sacerdotes y seminaristas que han atendido los funerales del día. "Para mí, la parte más difícil es entender que a este chico, que conocía personalmente, como muchos otros soldados, no lo volveré a ver, no podré tomarme un café o hablar con él", afirma, caminando a poca distancia de un altar, adornado con algunas pancartas con fotografías de soldados y civiles fallecidos -entre ellos, niños- que los sacerdotes han colocado para recordarles.

Mentukh, que es de Lviv y ha vivido ahí toda su vida, explica que por la gran cantidad de soldados que fallecen, a veces, se celebran dos o tres funerales de forma casi simultánea en la iglesia. "Quiero subrayar que Volodímir no murió en el este de Ucrania, sino aquí, en el oeste del país, a pocos kilómetros de la frontera con Polonia. Esto es muy importante. Porque esta guerra no es solo de Ucrania", añade. A ratos, habla más como un soldado que como un cura.

Nadie sabe con certeza cuántos soldados ucranianos han muerto desde el inicio, hace ya 20 días, de la guerra de Rusia en Ucrania. Tampoco se sabe cuántos soldados rusos -muchos también poco más que adolescentes- han fallecido en el conflicto bélico. Moscú, Kiev e incluso el Pentágono estadounidense han difundido cifras que difieren, pero casi nadie cree lo que dicen ni los unos ni los otros. Y tampoco hay observadores serios que se atrevan a predecir cuántos más podrían morir en esta guerra, que tampoco se sabe cuándo y cómo acabará.

Un grupo de soldados ucranianos transportan el féretro con el cuerpo de su compañero Volodímir, en Lviv.

Un grupo de soldados ucranianos transportan el féretro con el cuerpo de su compañero Volodímir, en Lviv. / IRENE SAVIO

Jóvenes matándose

Las únicas certezas son que muchos son muy jóvenes, que son centenares y están matándose entre sí. Mientras prosigue el baile bélico de las declaraciones contradictorias y la diplomacia intenta apurar sus cartuchos, las familias siguen perdiendo a sus hijos y sepultándolos en los cementerios, como el de Lviv, donde la cantidad de tumbas ha empezado a aumentar a un ritmo vertiginoso.

En una media hora, el funeral de Volodímir ha terminado. Su madre, una señora de pelo rubio cubierto por un pañuelo verde, lanza algún grito de forma intermitente mientras el ataúd es acompañado hacia la salida en los hombros de seis soldados y en medio de cánticos religiosos.

A su lado, algunos familiares la miran en silencio. También llama la atención una chica -muy joven y alejada del grupo principal-, con los ojos entumecidos y sentada en la tercera fila de las bancadas en los extremos de la nave central. Observa, desde la lejanía, el cuerpo sin vida de Volodímir, cuya última parada será el cementerio de Vínnytisia, a unas cinco horas de distancia.

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