Crisis Rusia-Ucrania
La ciudad natal de Zelenski promete convertirse en el Stalingrado de las tropas rusas
Resumen multimedia de la primera semana de guerra
Los vecinos de Krivyy Rih, similar a la localidad donde tuvo lugar la batalla decisiva en la Segunda Guerra Mundial, prometen resistir "hasta el último hombre".
Marc Marginedas
Periodista
Premio 'Cirilo Rodríguez' al mejor corresponsal en el extranjero (2013), Premi Nacional de Comunicació (2013) y Premio Luka Brajnovic de Periodismo (2019). Autor de 'Periodismo en el campo de batalla: 15 años tras el rastro de la yihad'. Protagonista del documental 'Regreso a Raqqa' (2022)
La ciudad de Krivyy Rih -cuerno torcido en castellano- lugar de nacimiento del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, no es una población al uso. Con más de 400 kilómetros cuadrados de superficie, en sus siete distritos se superponen, a lo largo de una distancia de casi 130 kilómetros, edificios de dos y tres alturas, casas unifamiliares con huertos, bosques y descampados, fábricas para el tratamiento del acero y hasta minas de hierro al aire libre.
Uno de los escasos ejemplos metropolitanos con que puede compararse esta inusual aglomeración urbana se halla precisamente en Rusia, el país vecino: Se llama Volgogrado y es una dilatada metrópolis de 60 kilómetros de longitud, también en forma de asta doblada, en el margen occidental del río homónimo. Conocida durante el pasado siglo con el nombre de Stalingrado, fue el escenario durante la Segunda Guerra Mundial de la batalla más mortífera de la historia.
A decir de los lugareños, a esta semejanza geográfica pronto podría añadirse otra de carácter quizás más histórico. Porque los paisanos y vecinos del jefe del Estado ucraniano prometen convertir esta localidad en el Stalingrado de los rusos si intentan acercarse y tomar el control de sus prósperas explotaciones mineras y fábricas de acero, que conforman el mayor centro metalúrgico de Europa oriental y constituyen una importantísima fuente de divisas para el Estado ucraniano. "Es un objetivo muy importante porque hablamos de mucho dinero", certifica Oleksiy Nesterenko, juez-orador en el Tribunal del distrito de Ingulets, en Krivyy Rih.
Una actividad febril ocupa las amplias salas del Instituto de Investigación y Estudios, en cuyos locales se ha instalado una Academia de Policía trasladada aquí en 2014 desde Donetsk tras la ocupación rusa de la ciudad. Decenas de jóvenes se afanan en cortar con tijeras pantalones, camisas y ropas de tonos oscuros. Una vez convertidos los tejidos en pequeños pedazos de entre cuatro y cinco centímetros de ancho y largo, éstos son adheridos a unas redes, extendidas sobre una cuerda que, una vez finalizadas, se convertirán en mallas de camuflaje para esconder y disimular a los vehículos militares del Ejercito ucraniano y ponerlos al abrigo de los bombardeos rusos.
Donado por la población
Victoria Sepotsova, de 60 años, antigua profesora del centro aunque en la actualidad dedicada a organizar el trabajo de investigación, explica que todo el material que emplean en la fabricación de las mallas es donado por la población civil y traído hasta aquí por "voluntarios". "¿Ve usted esa red allí? Empleamos todo el día de ayer en fabricarla", afirma orgullosa, mientras señala un producto ya acabado. "El estado de ánimo de la población local es militar; no vamos a entregar ni nuestra tierra ni tampoco nuestra ciudad, vamos a defenderla hasta el último hombre", promete, en tono desafiante.
"Nadie se va a rendir"
"Nadie se va a rendir, conquistar (la ciudad) les sería muy difícil; es muy larga, casi 130 kilómetros de longitud, necesitarán miles de blindados y aviones, (las fuerzas rusas) no podrán atravesar las minas al aire libre y las colinas que rodean estas explotaciones; además, la localidad está llena de puentes que serán muy fácil volar para evitar que avancen", enumera Filip Yeprintsev, comandante de la academia. Sus conocimientos de estrategia militar le permiten identificar las similitudes geográficas y físicas entre Krivyy Rih y la antigua Stalingrado, donde se gestó el principio del fin de la Alemania nazi. "El clima es el mismo, porque estamos en la misma latitud, y también la estructura urbana, no van a poder", constata.
De hecho, las primeras escaramuzas militares para hacerse con el control de tan preciado objetivo militar podrían haber comenzado ya. Hace un par de días, una columna rusa compuesta por un número indeterminado de vehículos blindados salió de la localidad de Mikolaiv, próxima a Crimea y a la ya conquistada Jersón, avanzando hacia el norte en una misión descrita por el juez Nesterenko como de "exploración y reconocimiento". Según sostiene Sergey Zherebylo, presidente del consejo del distrito de Ingulets, miembros de la denominada Defensa Territorial (civiles armados y entrenados por el Ejército) salieron a su encuentro y lograron detener el avance a la altura de la población de Bashtanka, a unos 60 kilómetros en dirección suroeste, y "destruir" a la comitiva militar.
"Hoy, Ucrania se ha unido como nunca antes; no hay ningún enfrentamiento político entre nosotros; nunca he visto tanto patriotismo en el pueblo. Esta es una guerra contra los ocupantes", subraya este responsable municipal, remachando su discurso con la misma expresión en idioma ruso que se utilizaba en la URSS y en miles de canciones patrióticas soviéticas para referirse a la segunda contienda mundial: naródnaya voiná, traducido como la "guerra del pueblo".
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