Guerra en el este de Europa

Viaje a oscuras en el tren de los combatientes ucranianos

La invasión rusa a Ucrania, en directo

Tropas rusas estrechan el cerco a Kiev

Un grupo de gente que huye de los ataques rusos en Ucrania espera para coger un tren hacia Polonia, en la estación de tren de Lviv

Un grupo de gente que huye de los ataques rusos en Ucrania espera para coger un tren hacia Polonia, en la estación de tren de Lviv / REUTERS / THOMAS PETER

Marc Marginedas

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El andén está abarrotado, aunque con un perfil de pasajeros muy diferente al de los andenes contiguos, desde donde están salen los trenes hacia el oeste y Polonia. En lugar de mujeres y niños, entre el gentío que aguardaba a primera hora de la tarde en la estación de Lviv el expreso nocturno que cubre la ruta conexión con Dnipro, ya en la Ucrania rusófona, a 1.100 kilómetros al este, predominan los hombres, muchos de ellos jóvenes, aunque también era posible identificar a algunas mujeres pero también a cuarentones en buena forma física. Con sacos y mochilas como único equipaje, vestidos con pantalones de camuflaje o tejanos ajustados y calzados con botas militares, son los voluntarios que realizan el trayecto inverso a la marea humana que estos días intenta salir de Ucrania, dirigiéndose hacia los frentes de guerra donde las fuerzas ucranianas intentan frenar el avance de los atacantes.

Un andén de la estación de tren de Lviv, en Ucrania, repleto de gente que espera para coger un tren que les lleve a Polonia.

Un andén de la estación de tren de Lviv, en Ucrania, repleto de gente que espera para coger un tren que les lleve a Polonia. / EFE / MYKOLA TYS

Desde los altavoces de la estación se anuncia que habrá que esperar y que el convoy saldrá con bastante retraso. Nadie parece inquietarse o impacientarse, nadie parece tener prisa. Ucrania es ya un país en guerra y las cosas funcionan cuando pueden. Para aliviar la larga espera, jóvenes en grupos de a tres ofrecen a los pasajeros platos de cereal, bocadillos de queso y salchichón, té y café. Cuando alguien hace un ademán de pagar, en seguida recibe una negativa y una aclaración por respuesta: “nada de dinero; es la guerra”. Y mientras tanto, van transitando y deteniéndose por la estación otros convoyes, uno de ellos con destino a Kiev, y otro a Zaporizhia, muy cerca ya de los avances rusos. Los interventores de estos últimos trenes se afanan en avisar a los pasajeros que no es seguro que puedan llegar a su destino. Y finalmente, tras dos horas de espera, aparece el expreso de Dnipro.

Sin luz ni geolocalización

Viajar en tren en un país en guerra tiene sus particularidades. “Cene pronto lo que lleve de comida, porque en seguida apagaremos las luces; viajaremos toda la noche sin encenderlas; desconecte también la geolocalización de su teléfono móvil”, advierte el personal de cabina. En cuanto se hace de noche, una negra oscuridad se apodera del convoy, sin que nadie se atreva a abandonar su litera, ni siquiera para ir al lavabo, debido a la dificultad para moverse en estas circunstancias.     

Piotr, de 49 años y pensionista tras haber trabajado durante más de dos décadas en las minas de carbón de la región de Dnipropetrovsk, se deja llevar por este estado de euforia y solidaridad colectiva que parece haberse apoderado de Ucrania desde el inicio de la invasión rusa. “¡Es como en la Gran Guerra Patria, todo el país se ha unido para expulsar a los ocupantes!”, asegura, en referencia a la contienda en la que lucharon sus abuelos para frenar al Ejército de la Alemania nazi en los años 40. Se ha montado en el tren en la estación de Ternópil, donde visitaba a su tía, y se dirige a Dnipro, donde reside habitualmente. “Enviaré a mi mujer al oeste, donde estará segura, y después yo me alistaré en la Defensa Territorial”.

Hizo el servicio militar y ha sido adiestrado en el manejo de armas, ya sea pistolas, fusiles automáticos o lanzagranadas. Pero está dispuesto a hacer cualquier cosa. “Incluso si prefieren que me dedique a cavar trincheras, o a fabricar cócteles molotov”. Cree que entre su país y el todopoderoso Estado vecino existe una gran diferencia: “Nosotros, si no nos gusta un presidente, lo podemos cambiar; ellos, en cambio, no”.

En clase tercera

La mayoría de los voluntarios que se dirigen al combate ocupan los vagones de ‘platskart’, que sería el equivalente a la olvidada tercera clase en los trenes españoles. Eso sí, los asientos de madera de nuestros ferrocarriles de antaño son sustituidos por duras literas sin compartimentos, donde los pasajeros matan el tiempo a la vista de sus compañeros de viaje, ya sea durmiendo, leyendo o sorbiendo ingentes cantidades de té, la bebida caliente favorita en el espacio postsoviético. Nadie acepta mostrar su cara en fotografías que puedan ser publicadas por un medio de comunicación, y muchos hasta prefieren no mencionar siquiera su apellido.

Boris tiene 19 años y trabaja habitualmente en una fábrica de Polonia. Se niega en redondo a hablar en ruso, y prefiere conversar en inglés. Y lo primero que quiere es expresar su agradecimiento a su país de adopción, por dar tantas facilidades a los ciudadanos ucranianos que huyen de los combates. “Yo voy a luchar”, subraya. Solo puede ofrecer como experiencia su paso por el servicio militar, que en Ucrania tiene una duración de dos años. En su caso, ni se plantea enviar a su mujer al oeste, y descarta que el avance ruso pueda llegar a conquistar la ciudad. “Espero, no solo que los rusos no lleguen a Dnipro, sino que sean eliminados de toda Ucrania”, afirma.

También en 'platskart' viaja Aleksándr Kostiuk, un técnico de locomotoras que trabaja para los ferrocarriles ucranianos. Hecho un pincel y contento por haber adelgazado en los últimos meses más de 15 kilos gracias a una dieta y un programa de ejercicios que hace a diario en casa, también viaja al este a alistarse en la Defensa Territorial. “Podré combatir mejor”, dice. Eso sí. No deja de mirar el teléfono a todas horas. “Espero noticias de mi hija” (adolescente) “a la que dejé aguardando en la cola de la frontera; estará mejor con su madre en Polonia”, aclara.       

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