Crisis en Latinoamérica

Argentina y el FMI libran un nuevo pulso sobre la deuda de 41.000 millones de dólares

El país recibió en 2018 unos 45.000 millones de dólares de parte del organismo con ayuda de la presión de Donald Trump

El Gobierno no tiene solvencia para saldar la deuda y enfrenta un escenario muy delicado con el fantasma de la suspensión de pagos

El presidente argentino, Alberto Fernández, y su ministro de Economía, Martín Guzmán, durante una reunión con la directora del FMI, Kristalina Georgieva, el pasado 30 de octubre en Roma.

El presidente argentino, Alberto Fernández, y su ministro de Economía, Martín Guzmán, durante una reunión con la directora del FMI, Kristalina Georgieva, el pasado 30 de octubre en Roma. / ESTEBAN COLLAZO / PRESIDENCIA ARGENTINA

Abel Gilbert

Abel Gilbert

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"Esto de la musiquita ya me tiene loca", cantaban las Viuda e Hijas de Roque Enroll, un grupo de mujeres argentinas, a mediados de los 80. La "musiquita" no es otra cosa que el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuyo nombre se invoca y maldice en clave de twist. El país había dejado atrás una dictadura militar con heridas económicas, humanitarias y sociales de alto impacto. La suerte del presidente Raúl Alfonsín quedó sellada cuando el organismo le dio la espalda. Lo mismo le sucedería al Gobierno de Fernando de la Rúa, en diciembre de 2001, "corralito" mediante. Ahora es el presidente peronista Alberto Fernández quien está a punto de probar la misma medicina. "El FMI intenta imponernos un programa y no estamos de acuerdo", dijo el mandatario, en medio de negociaciones cruciales que no parecen invitar al optimismo. Otra vez, el fantasma de la suspensión de pagos merodea el cielo.

Fernández tomó posesión del cargo en diciembre de 2019 con una herencia calamitosa. Le tocó la pandemia. La economía cayó casi 10 puntos en 2020. En 2021, se recuperó a los niveles previos al comienzo de la crisis sanitaria. La pobreza azota, sin embargo, al 43% de la población. El Gobierno refinanció una deuda de 67.000 millones de dólares con los acreedores privados y con una significativa quita y cuatro años de gracia.

Con el aval de Trump

El pasivo con el FMI es un hueso mucho más duro de roer. En 2018, el fondo le había otorgado a Argentina el crédito más alto de su historia: 45.000 millones de dólares. El préstamo contó con el entusiasta aval de la administración de Donald Trump, interesada en la reelección del presidente de derechas, Mauricio Macri. A pesar de tamaña ayuda, Macri perdió los comicios. Semanas atrás, el FMI reconoció que las políticas que implementó aquel Gobierno "no eran lo suficientemente sólidas". Macri debió interponer controles de capitales para evitar la fuga de dólares al exterior. Buena parte del préstamo se fue por esos canales. Según The Economist, el Fondo "sabía que el préstamo era de riesgo". A pesar de ello, no exigió "planes de contingencia adecuados por adelantado".

Pagar o pagar

La ligera autocrítica del FMI tiene un límite infranqueable: Argentina debe pagar por lo que recibió. A lo largo de 2021, el Gobierno giró 5.200 millones de dólares al organismo. La deuda es ahora de 41.000 millones de la moneda norteamericana, sin contar los intereses. Este mes debería abonar 731 millones, y otros 327 millones en febrero, más los 2.873 millones de marzo. Pero eso es apenas el comienzo de un viacrucis: los vencimientos de 2022 totalizan los 19.115 millones, y el país no cuenta con la solvencia para afrontarlos.

Los problemas con el FMI han sido crónicos desde 1955. En 2006, el entonces presidente Néstor Kirchner intentó terminar con esa saga de frustraciones y pagó la deuda completa que se mantenía con el organismo para dejar de estar bajo su tutela: 9.800 millones de dólares. Doce años más tarde, Argentina volvió a tocar la misma puerta con los resultados conocidos.

Los posibles escenarios

El peronismo sufrió una paliza electoral en las legislativas de noviembre. Fernández todavía sueña con la reelección. La débil consistencia de sus anhelos depende de los resultados de las negociaciones con el FMI. El Gobierno reclama tiempo al organismo y no aumentar la fábrica de pobres. El mensaje que recibe es inequívoco: inmediato ajuste fiscal, devaluación, aumento de las tarifas de los servicios públicos. El ministro de Exteriores, Santiago Cafiero, buscará a principios de la semana entrante la comprensión del secretario de Estado norteamericano Antony Blinken. Nadie parece esperar en Buenos Aires un rapto de empatía con los ruegos argentinos.

El Gobierno se aferra a una última esperanza: conformar un frente único con la oposición frente al FMI. La derecha, que ha contraído la deuda, no muestra demasiado entusiasmo en hacerlo. "La idea de un acuerdo sin ajuste es fantasía. La pregunta entonces se puede reformular: ¿Ajustar y seguir en el mundo, pero enfrentando más inflación y una escalada de la tensión social o prolongar esta idea de vivir de la emisión (monetaria) y aguantarse los costos de una suspensión de pagos con el Fondo?", se preguntó el analista Ignacio Fidanza. "Es evidente que el dilema que enfrenta el Gobierno habla de un margen de maniobra muy estrecho", añade. Argentina, por lo tanto, enfrenta otra vez, como en los días de la canción de las Viuda e Hijas de Roque Enroll, una disyuntiva conocida: "caos o pobreza administrada", resume Fidanza.

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