Indignación en Japón
Ómicron, el último regalo de las tropas estadounidenses a Okinawa
La ausencia de controles en las bases norteamericanas ha extendido la pandemia por la isla japonesa
Adrián Foncillas
Periodista
No escasean los méritos de Japón durante la pandemia. Sin traumáticos confinamientos ha reducido muertos y contagios, ha vacunado en masa a una población históricamente reticente y gestionado unos Juegos Olímpicos sin los dramas anunciados. A su estrategia sólo se le atraganta la presencia militar estadounidense, una pertinaz fuente de malas noticias durante décadas.
La isla septentrional de Okinawa, con apenas 1,5 millones de habitantes sobre una población nacional de 125 millones, concentra el grueso de los contagios. La anomalía se explica porque cuenta también con nueve bases y más del 70% de las tropas estadounidenses desplegadas en Japón. Sus protocolos contra la pandemia, entre laxos y nulos, llevaron la nueva variante ómicron a la isla el mes pasado y en la interacción con la población local germinó un brote de magnitudes inéditas. La progresión desde el martes sugiere el descontrol: 225, 623, 980 y los 1.400 de este viernes. El Gobierno local pedía el jueves a Tokyo que impusiera el estado de semi-emergencia en Okinawa, con restricciones en bares y restaurantes, que había sido levantado en todo el país en septiembre pasado.
También este jueves pidió el ministro de Exteriores, Yoshimasa Hayashi, a su homólogo estadounidense, Anthony Blinken, que ordenara el toque de queda en las bases y otras medidas elementales para embridar los contagios. La petición, juzgan muchos, llega tarde. El gobernador de Okinawa, Denny Tamaki, había subrayado su "indignación" por la gestión estadounidense y hablado de un "problema sistémico". También ha solicitado la reforma del acuerdo bilateral sobre el estatus de las tropas en Japón porque, entre otras servidumbres, las exime de la cuarentena a la llegada al país. Washington ha asegurado que están acentuando las medidas pero ha declinado las restricciones de movimiento para sus militares. Tras la ola de indignación ciudadana, les obligaba a llevar mascarilla cuando salgan de sus bases. Los japoneses lo han hecho durante los dos últimos años.
Contagios importados desde Washington
El mando estadounidense reconocía un centenar de contagios entre sus militares el 17 de diciembre y un día después añadía otra sesentena. Todos habían volado recientemente desde Washington a la base aérea de Kaneda para el reemplazo anual. Estados Unidos se negó a aclarar si se trataba de ómicron pero en aquellas fechas Okinawa detectaba el primer caso de la nueva variante y no cuesta encontrar la causalidad.
"Coincidió con la rotación de tropas. Se ha visto a muchos soldados salir de sus bases e irse de fiesta a la ciudad sin mascarillas. El problema es que el Gobierno japonés no puede obtener información detallada de las infecciones en las bases porque el Ejército estadounidense alega que es secreta. No sabemos cuántos contagios tienen de ómicron", señala Manabu Sato, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Okinawa.
No es nueva esa arrogancia colonizadora de la soldadesca tan alejada del comportamiento del buen huésped pero en tiempos pandémicos está en juego la salud. Es doloroso el contraste entre la disciplina local y el olímpico pasotismo de los uniformados. "Se ha sabido que muchos soldados no fueron analizados antes de salir de Estados Unidos ni tras llegar a Japón. También ha habido casos de conducción bajo los efectos del alcohol en Okinawa y los soldados arrestados carecían de mascarillas. No es sólo un problema de salud pública de Japón sino que plantea cuestiones serias sobre la predisposición y la disciplina de los militares estadounidenses", añade Sato.
Legado problemático
Okinawa ha luchado por desembarazarse de las incordiantes tropas durante décadas. El pliego de cargos incluye los daños medioambientales, los ruidos, los accidentes y los crímenes. Las manifestaciones más multitudinarias han sucedido a alguna de las siete violaciones documentadas por la prensa local. Tampoco han faltado asesinatos como el de la joven Rina Shimabukuru, estrangulada y lanzada a una cuneta por un antiguo marine. Las bases también han almacenado misiles nucleares y material para la guerra bacteriológica como el gas mostaza y el gas nervioso.
En ese contexto de hastío sedimentado han llevado los militares el ómicron a Okinawa. La isla tropical concentra el humillante vasallaje ante el gigante estadounidense y sus habitantes no son más que las víctimas colaterales de la geopolítica. Ni el auge chino ni la amenaza norcoreana sugieren una liberación cercana.
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