Crisis humanitaria
Mozambique: cuando huir es la única opción
Aunque la violencia ha disminuido, el contexto es muy volátil en el norte del país, donde se cruzan nuevos desplazados que huyen de los ataques con quienes tratan de regresar a sus hogares
Begoña González
Periodista especializada en fitness, nutrición y política internacional.
En la provincia más septentrional de Mozambique, Cabo Delgado, la violencia no ha dejado de tener un papel protagonista en la vida de los ciudadanos. Desde 2017 se suceden ataques y ofensivas que han obligado a cientos de miles de personas a desplazarse internamente y que tras intensificarse el pasado año, alcanzaron su punto máximo en marzo de 2021. Fue entonces cuando un ataque devastó la ciudad de Palma y la redujo a una ciudad fantasma.
En los últimos meses, los ejércitos de Mozambique y de países aliados han lanzado ofensivas para recuperar el control de zonas y ciudades que, ahora, se preparan para que regrese la población que las abandonó. Estas ofensivas han desperdigado a los grupos armados pero aunque la violencia está menos extendida, continúa habiendo ataques dispersos y frecuentes que siguen haciendo huir a la gente.
Lejos de terminar, la crisis humanitaria persiste y cientos de miles de personas desplazadas sobreviven en condiciones precarias. El conflicto en Cabo Delgado es muy volátil y conviven personas que se desplazan en diferentes direcciones tanto para huir de la violencia como para regresar a sus hogares.
Vivir en los bosques
Hay personas que llevan meses, algunas incluso más de un año, viviendo en el monte en zonas selváticas densas e inhóspitas. “Llegan en un estado deplorable, solo han comido lo que han podido encontrar en el camino: plantas, verduras, algunos animales que han cazado. Suelen ser personas mayores y presentan desnutrición y anemia.
Si padecen enfermedades crónicas como la tuberculosis o el VIH/sida, muy prevalente en Mozambique, se encuentran en mal estado porque han tenido que interrumpir el tratamiento. También vemos muchos problemas respiratorios e hipertensión”, asegura Paulo Milanesio coordinador de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Mueda.
Algunos supervivientes recuerdan la dureza de la situación. Selemane Salimo, 58 años, de Mocímboa es uno de estos casos. Salimo ha pasado escondido en el bosque junto a otras 70 personas un año y tres meses: "La vida en el bosque no era vida, era sufrimiento. Lo único que comíamos era yuca seca y hojas de yuca. Nuestra gran preocupación era ser descubiertos y asesinados”.
Traumas y salud precaria
Casi todas las familias han experimentado un trauma durante este conflicto. Han presenciado o sufrido violencia o han perdido sus hogares. Algunas también han perdido el contacto con sus familiares. Naciones Unidas estima que 1,3 millones de personas necesitan urgentemente ayuda humanitaria y protección.
“Algunos de nuestros pacientes se encuentran tan frágiles que ni siquiera pueden mirarte a los ojos. También encontramos con frecuencia niños huérfanos, que han visto morir a sus padres o que fueron secuestrados por grupos armados y a padres y madres que desconocen el paradero de sus hijos”, Paulo Milanesio, de MSF.
Samuel Alberto, 32 años, originario de Quissanga, sigue buscando a su mujer. “La violencia alcanzó mi zona en enero de 2020. Algunas casas fueron incendiadas y nos escondimos en el bosque un tiempo. Cuando las cosas se calmaron volvimos a casa, pero en septiembre regresaron los hombres armados. Mi esposa, que estaba embarazada de ocho meses, fue secuestrada y desde entonces no he sabido nada de ella”.
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