Proceso contra la mafia

El silencioso cerco a la Ndrangheta

El fiscal Nicola Gratteri, instructor del mayor proceso contra la principal mafia italiana, obtiene las primeras 70 condenas, pero apenas logra repercusión 

Tres agentes de policía en la sala del juicio a la Ndrangheta.

Tres agentes de policía en la sala del juicio a la Ndrangheta. / Afp

Irene Savio

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De las muchas historias de mafiosos, hay sin duda una que será recordada en más de un libro, la de Luigi Mancuso, un capo considerado descendiente de una dinastía de criminales cuya principal virtud ha sido la de convertirse en el protagonista del mayor juicio jamás instruido contra la Ndrangheta calabresa, una multinacional del crimen cuya obsesión por el secretismo ha hecho hasta ahora difícil su desmantelamiento. Con este preámbulo no es difícil imaginar que el magistrado instructor del caso y fiscal jefe de Catanzaro, Nicolò Gratteri, festejara en estos días la primera sentencia de este megajuicio, por el fueron hallados culpables de asociación mafiosa 70 de los 91 imputados que meses atrás eligieron el procedimiento rápido desvinculándose del juicio principal. Lo que se entiende menos, por inesperado, es la escasa repercusión que la información ha tenido en la opinión pública.

Antonio Nicaso, investigador, catedrático y coautor de varios libros escritos con Gratteri, lo resume con un oxímoron: “El silencio ha sido ensordecedor. Algo sin precedentes para un proceso de esta envergadura”. “Tal vez tenga que ver con que hoy las mafias ya no nos escandalizan, ya que invierten en la economía legal y aparentan normalidad. Parece como si la lucha antimafia ya no fuera una prioridad”, afirma el propio Gratteri, en entrevista con este diario.

Los números pantagruélicos del juicio ilustran el por qué de estas palabras de frustración. En total los procuradores han redactado centenares de miles de páginas de dosieres para acusar a 479 imputados (eran 355 cuando el proceso comenzó en enero pasado), que han involucrado a unos 913 testigos, de los cuales 58 pentiti, es decir, exacólitos de los clanes mafiosos que han decidido colaborar con la policía. A ellos se han sumado otros 2.000 testigos de las defensas cuyos clientes son en algún caso conocidos criminales, en otros, interlocutores con el mundo de la economía legal, masones, políticos o funcionarios públicos.

Cosa Nostra

De ahí la frecuente comparación con el juicio contra la Cosa Nostra siciliana, celebrado entre 1986 y 1992, que desveló décadas de misterios del grupo mafioso y por el cual acabaron detrás de las rejas más de trescientos acusados. Un juicio por el que incluso, y tal y como ha ocurrido este año con el de Calabria, se tuvo que construir un búnker especial que pudiese albergar a todos los presentes. El histórico precedente, sin embargo, también cuenta con una importante diferencia con el actual. En aquel entonces, “los periodistas pudieron seguir el juicio sin restricción alguna”, recuerda Nicaso.

Quien ha puesto el freno ha sido el juez del tribunal de Lamezia Terme, la localidad donde se lleva a cabo el proceso calabrés. Primero vetó las cámaras en el aula del juicio. Luego las permitió pero con la condición de que las imágenes no vean la luz hasta la condena definitiva (tres instancias) de los acusados, algo que tomará años, señala Nicaso. “Esto no tiene consecuencias sobre el juicio en sí, pero no permite una cobertura diaria y no ayuda a crear conciencia”, añade Gratteri.

No ha sido el único traspié del juicio. Otro factor, argumenta el fiscal, fue que el proceso ha coincidido con la transposición en la legislación de la directiva europea 2016/343 que, según él, complica y limita la comunicación entre las autoridades judiciales y los medios de comunicación. “A mí no me callan. Continuaremos a hablar con la opinión pública. En Italia todavía no se niega el derecho a la información”, llegó a decir el fiscal. 

Escoltado permanentemente

La tenacidad de Gratteri, quien vive perennemente escoltado por su trabajo, se comprende también al repasar la lista de los primeros condenados del clan de los Mancuso. Entre los que eligieron el juicio rápido (el resto será procesado en un juicio ordinario, que está en curso y se prevé dure años), no está Luigi, el capo máximo del clan, pero sí aparecen sujetos como Pasquale Gallone (20 años de prisión), considerado su brazo derecho, e incluso el hijo del capo Pantaleone Mancuso, Emanuele (1 año y 2 meses), además de otros acólitos de clanes afines.

Las motivaciones de la sentencia ya dictada aún no ha sido difundidas, puesto que los jueces tienen 90 días para depositar las actas y hacerlas públicas. Pero aun así se espera que establezcan judicialmente una verdad que en estos años también ha quedado plasmada en varias investigaciones policiales. Esta es que se explique con mayor detalle cómo los círculos de poder de la Ndrangheta, un grupo que hasta el siglo XIX era una banda criminal más, ha logrado convertirse en la principal distribuidora de cocaína en Europa, por encima de las demás mafias italianas, infiltrándose en el mundo de banqueros, políticos, funcionarios del Estado e, incluso, en ese mundo subterráneo de la masonería. Tanto que, entre los que han sido acusados, también está el abogado y masón Giancarlo Pittelli, un parlamentario de partido de Silvio Berlusconi, Forza Italia. Nicaso menea la cabeza, como si le pareciera una historia todavía sin fin: "Todavía falta mucho por hacer".  

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