10 meses de Junta militar

Birmania, un largo viaje para volver al inicio

El Ejército repite las atrocidades cometidas en el pasado, con 1.200 asesinatos y 10.000 detenciones desde el pasado 1 de febrero

Los militares y fuerzas opositoras mantienen una suerte de guerra civil, mientras el covid causa estragos debido al precario sistema sanitario

Manifestantes reclaman la libertad de Aung San Suu Kyi en las calles de Yangón, el pasado 13 de febrero.

Manifestantes reclaman la libertad de Aung San Suu Kyi en las calles de Yangón, el pasado 13 de febrero.

Adrián Foncillas

Adrián Foncillas

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Aung San Suu Kyi vuelve a mirar a Birmania detrás de los 'barrotes' de su mansión colonial en el coqueto lago Ilye de Rangún en la que ya había pasado 15 años de arresto domiciliario. La exmandataria fue condenada esta semana a dos años de cárcel por incitar disturbios e incumplir las medidas aplicadas para contener la pandemia y, de momento, no ha sido trasladada a ningún centro penitenciario, por lo que podría volver al arresto domiciliario. Mucho y poco ha cambiado el país lampedusiano desde su liberación en 2010 hasta que fuera encerrada de nuevo en febrero: El ascenso al poder de 'la Dama', como se le ha apodado; la pérdida de su aura por las tropelías a los rohingyas y su rehabilitación global con su detención; el gobierno militar que da paso a una débil democracia y la finiquita con su tercera asonada en 60 años.

Birmania ha recuperado tras 10 meses de gobierno militar los síntomas inquietantes que caracterizaron su anterior etapa. Se derrumba la economía, fallan el sistema educativo y hospitalario, más de 600.000 personas han sido desplazadas y tres millones necesitan ayuda imperiosa, según la ONU. La Junta militar, que repitió tras el golpe que no volverían las atrocidades pasadas, acumula ya 1.200 asesinatos y 10.000 detenciones, sostiene la Asociación de Presos de Birmania. Entre tres y cinco manifestantes murieron el domingo en Rangún tras ser atropellados por un camión militar y 13 vecinos de la ciudad de Monywa fueron tiroteados y quemados el martes. El país amontona cadáveres en un clima de pasotismo global que sólo ha perturbado la condena de la musa democrática de Occidente.

Aquellas diarias protestas multitudinarias en decenas de ciudades acabaron por la costumbre militar de disparar a la cabeza. Ahora son esporádicas, con cientos o miles de personas, pero en paralelo discurre algo parecido a una guerra civil entre la Junta y el Gobierno de Unidad Nacional (GUN). Es un presunto poder en la sombra que se arroga la legitimidad interna y busca el reconocimiento externo, con escaso éxito en ambas cuestiones. "La lucha ahora corresponde a las Fuerzas de Defensa del Pueblo, especialmente en el centro del país. Se supone que están subordinadas al GUN pero cada una va por su lado. Hay ataques contra instalaciones militares y asesinatos de funcionarios. Los que protestan ahora son menos pero están más radicalizados", señala Carlos Sardiña, autor del libro 'El laberinto birmano'. El balance, añade, es de tablas: ni la Junta se hace con el control del país ni el GUN con ningún territorio. Los ministerios del segundo sólo existen sobre el papel y su presencia depende de la hospitalidad de las guerrillas que dominan la provincia. En esa tierra de nadie está Birmania, con las estructuras del gobierno derrumbándose y las del segundo sin levantarse.

Estragos del covid

Las organizaciones de derechos humanos alertan de los estragos del coronavirus. Eran previsibles porque la red hospitalaria birmana es de las más precarias del mundo, apenas 0,67 médicos por 10.000 personas frente a la media global de 15,6. Los desórdenes han agravado el cuadro y pocos creen las cifras oficiales. Muchos birmanos rechazan las vacunas por su imbatible desconfianza a todo lo que llegue de los militares y estos castigan sin pudor a los médicos porque lideraron las protestas por la asonada.

Miembros de una guerrilla siguen un adiestramiento en su base en un bosque cerca de Demoso, en el estado birmano de Kayah. Su objetivo es combatir a los militares golpistas.

Miembros de una guerrilla siguen un adiestramiento en su base en un bosque cerca de Demoso, en el estado birmano de Kayah. Su objetivo es combatir a los militares golpistas. / AFP

Los militares birmanos están aplicados desde el 1 de febrero en el libreto golpista más ortodoxo: disolvieron el Parlamento, encarcelaron a rivales políticos, prohibieron la prensa libre y aplastaron las protestas. Su regreso se gestó en la indigestión de los resultados de las elecciones. La Liga Nacional por la Democracia (LND), liderada por Suu Kyi, avasalló con el 83% de los votos y al Partido por el Desarrollo y la Unión Solidaria, apadrinado por los militares, le quedaron apenas 33 de los 476 asientos parlamentarios. Siguieron denuncias de pucherazo, exigencias de nuevos comicios limpios y, finalmente, la asonada que subrayó los renglones torcidos con los que se había escrito la transición democrática.

La Junta militar se echó a un lado tras medio siglo tras aprobar en 2008 una Constitución con múltiples servidumbres: un 25% de los escaños parlamentarios, autonomía respecto al poder civil y los ministerios de Defensa, Interior y Fronteras. La convivencia entre Suu Kyi y sus antiguos carceleros fue más armoniosa de lo esperado e incluyó la negación de la Premio Nobel de la Paz en la Corte Internacional de la Haya de las atrocidades cometidas por los militares contra la etnia musulmana rohingya. La envidiable situación del Tatmadaw o Ejército en aquella "democracia disciplinada", asegurada la impunidad de sus fechorías anteriores y monopolizadas las fuentes de riqueza, convierten el golpe en un misterio. La hipótesis más verosímil apunta al ego herido por la derrota electoral.

Guerrillas étnicas

Sólo la devoción popular por Suu Kyi impedía que reventaran las costuras. La tercera parte del país está controlado por guerrillas étnicas que acumulan décadas de sangrientos enfrentamientos con el Ejército. Surgen las dudas de cómo reaccionará el pueblo a su reciente condena de dos años y a las siguientes. "El movimiento de desobediencia civil va mucho más allá de Suu Kyi. Los militares la han convertido en una mártir con acusaciones fabricadas y su condena demuestra que el golpe fue absurdo. Suu Kyi era un elemento de pacificación porque pactaba con los militares y frenaba las revueltas. Ahora que se la han quitado de encima, las han activado de nuevo", adelanta Sardiña.