Crisis migratoria

Del sueño americano a la pesadilla mexicana

El país azteca, históricamente un lugar de paso para los centroamericanos que van a Estados Unidos, se ve sobrepasado por el vertiginoso aumento de las solicitudes de asilo

Taller de manualidades dentro de Casa Tochán.

Taller de manualidades dentro de Casa Tochán. / Juan Carlos Espinosa

Juan Carlos Espinosa

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Un cartel, en castellano y en francés, resume la situación que hay detrás de la puerta: "Estimado amigo migrante (...) sin cupo, disculpe el inconveniente". Se trata de Casa Tochán, un albergue en Ciudad de México que ha sido la salvación de César Augusto, de 46 años, y su esposa Arlen, de 40. Ambos huyeron de Nicaragua hace cuatro meses. César acababa de salir de prisión, donde estuvo encarcelado durante casi un año por oponerse al régimen de Daniel Ortega. Ya en libertad, cogió sus cosas y huyó hacia México con su familia. Como muchos, la pareja se ha pensado dos veces si seguir su trayecto hacia Estados Unidos. La esperanza de que, con la llegada de Joe Biden, las políticas de Donald Trump quedasen atrás, se ha esfumado. El país azteca, históricamente un lugar de tránsito, se ha convertido en el improbable destino de miles. Hostigados por la violencia de los agentes de Migración y hastiados por la inoperancia de la burocracia, gente como César y Arlen han pasado del sueño americano a la pesadilla mexicana.

La opinión de expertos, asociaciones y albergues coincide de una manera tal que hasta parece que todos se han puesto de acuerdo: "No estamos preparados para esta oleada". México ha mutado en los fantasmas que, por décadas, denunció que le perseguían. Las imágenes de agentes de la Guardia Nacional -un cuerpo militar encargado de la seguridad pública- golpeando a migrantes en la frontera sur se suceden día tras día. Y cada vez es más recurrente ver a gente de Centroamérica o Haití dormir en las calles. Los centros de acogida están abarrotados. En Casa Tochán, por ejemplo, llegaron a recibir hasta más de 100 personas durante el verano, cuando su capacidad es de apenas 30. Gabriela Hernández, directora del lugar, dice las cosas como son: "Hemos pedido ayuda al Gobierno porque nosotros no damos abasto. La realidad es que no vemos voluntad, todo el esfuerzo lo hacemos las asociaciones civiles".

A pesar de que los portavoces de las dos últimas caravanas migrantes han dicho que el destino final será, por primera vez, Ciudad de México y no Estados Unidos, ni el Gobierno federal o municipal han movido un dedo. Desde inicios de año, Casa Fuentes, uno de los cinco albergues de la capital, se encuentra en números rojos y triplicando su capacidad. Beatriz Fuentes, encargada del sitio junto con su hijo Aldo, hace malabares para sortear los gastos en servicios, que superan los 60.000 pesos (2.500 euros) mensuales. Del Ayuntamiento solo recibe una ración de comida diaria de lunes a viernes para sus 65 inquilinos. "Nosotros sobrevivimos porque resistimos", protesta Aldo desde una oficina en el segundo piso del centro.

Sin capacidad para acoger

El número de migrantes se ha incrementado desde la presidencia de Donald Trump. Uno de los programas del norteamericano que más ha exacerbado la situación es el Remain in México (Quédate en México), que obliga a los solicitantes de asilo a esperar su resolución en el país azteca. El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, constantemente amenazado por el magnate, no tuvo más remedio que aplicar una política agresiva hacia los extranjeros. 

La situación no ha cambiado con Joe Biden. Las imágenes del pasado septiembre, en donde se ve a agentes fronterizos de Texas persiguiendo en caballo a inmigrantes de Haití, ha hecho que mucha gente pusiera pausa a sus intenciones de viajar a Estados Unidos. Uno de ellos es Jean Robert Saintilma, haitiano de 31 años, que ha llegado a la conclusión de que quizás lo mejor es buscarse la vida en México. "[En EE UU] están deportando mucho. A mí me da miedo. Ahora lo veo diferente. Yo preferiría tener un documento aquí y poner un negocio", cuenta.

 El haitiano Jean Robert Saintilma sostiene una bandera mexicana en Casa Tochán, en Ciudad de México.

 El haitiano Jean Robert Saintilma sostiene una bandera mexicana en Casa Tochán, en Ciudad de México. / Juan Carlos Espinosa

Las expectativas de Saintilma chocan con la realidad. A diferencia de países como Estados Unidos o del sur de Europa, en México la mano de obra foránea -regular e irregular- es escasa, por no decir que prácticamente nula. Tampoco hay un sistema engrasado que agilice solicitudes de residencia temporal como la que espera recibir este haitiano, que pasa las noches en Casa Fuentes. De acuerdo con datos oficiales, menos del 1% de la gente que vive en el país es de origen extranjero. Se trata de uno de los niveles más bajos a nivel mundial. Además, la legislación laboral tampoco ayuda. Por ley, los empleadores deben tener un mínimo de 90% de trabajadores mexicanos.

Un laberinto burocrático

Todo este escenario ilustra perfectamente cómo el flujo en 2021 ha tomado a las autoridades con el pie cambiado. Si en 2019 se recibieron cerca de 80.000 solicitudes de asilo, este año se espera que el número llegue a los 120.000, de acuerdo con los datos del Gobierno. La mayoría son de Haití, Honduras, Cuba y El Salvador

En teoría, una resolución no debería tardar más de tres meses pero Gabriela Hernández ha visto en su albergue a gente que lleva más de un año esperando. Un par de haitianos le han comentado que agentes de Migración les han pedido dinero para acelerar el papeleo. Así le pasó a Claudia Pérez, guatemalteca de 33 años, que salió de su país con sus hijos, de 16 y 10, después de recibir amenazas de muerte: "En un autobús, unos policías nos pidieron 2.000 pesos [85 euros] para no detenernos".

Para Pedro Casas, presidente de la Latin American Policy Association de la universidad de Georgetown, y coautor del estudio Inmigración en México: Más apertura, menos barreras, las cifras de migrantes están muy lejos de las que se ven en otros lugares de América, como en la crisis en la frontera de Colombia con Venezuela: "Si vemos los números, realmente es minúsculo". Y continúa: "El problema no es que el proceso [para solicitar refugio] sea particularmente difícil, lo que pasa es que no hay recursos".

La violencia del narcotráfico

Los nicaragüenses César Augusto y Arlen arribaron a Tapachula (en el Estado sureño de Chiapas, en la frontera con Guatemala) con la esperanza de que todo saldría bien. Más pronto que tarde llegarían a Estados Unidos. Pero Tapachula no es una ciudad cualquiera. En esa localidad se concentra el 70% de las solicitudes de asilo. Entrar ahí es como ingresar en una prisión a cielo abierto. Miles de personas aguardan sus papeles en esa zona desde hace meses. Es por eso que cuando un desconocido se les acercó, ofreciéndoles trabajo, no lo pensaron dos veces. Nunca sospecharon de que se trataba de un secuestro.

Cuando la pareja y sus dos hijos se dieron cuenta -dentro de una furgoneta que nunca paró durante casi 10 horas- aprovecharon un instante, cuando sus captores salieron del vehículo, para echarse a correr en la madrugada. "Temía por nuestras vidas", relata Arlen. Gracias a la ayuda de un buen samaritano, cogieron un bus que los llevó a Ciudad de México. Tuvieron suerte. Las masacres de migrantes, como las del norteño Estado de Tamaulipas, en donde fueron halladas 19 personas -16 de ellas guatemaltecas- asesinadas y calcinadas en enero, es un miedo que recorre la mente de muchos. 

Y si no son asesinados, los sicarios les exprimen cada céntimo que tienen guardado en sus bolsillos. Como a Claudia Pérez, que después de haberle pagado a un agente fue perseguida por un grupo de criminales cuando abordó un taxi. Tuvo que dar 15.000 pesos (640 euros) para que la dejasen en paz: "Tengo miedo de que me detengan o me secuestren", dice mientras abraza a su hija. Ahora Pérez aguarda una resolución de Migración para poder regularizarse. En el futuro, quiere ir a Estados Unidos, donde vive su hermano. Es la misma fe de miles que siguen durmiendo el sueño de los justos a un paso del sueño americano.

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