Costumbre en discusión
Las mujeres danzarinas que amenazan la paz social china
Los bailes públicos en plena calle y con música a todo volumen son una tradición de la época maoísta muy arraigada en el gigante asiático
Para las participantes es una manera de hacer ejercicio, para muchos vecinos que deben soportar los decibelios constituye un calvario
Adrián Foncillas
Periodista
Un joven asomado a su balcón apunta con algo parecido a una linterna hacia la calle. Para la música, se detienen las perplejas mujeres… una rara victoria contra las mujeres danzarinas. El artilugio acumula entusiastas críticas en 'Taobao', la principal plataforma china de ventas online, que lo promociona como "el adiós a las molestias y el saludo al descanso". Es un mando a distancia universal que inhibe cualquier altavoz en un radio de 80 metros y apenas cuesta 250 yuanes (33 euros). Una ganga contra la larga dictadura de las bailarinas en el espacio público.
Los bailes públicos son una bendición para las participantes, un incordio para los vecinos y un problema de orden social para el Gobierno. Un espectador ocasional disfruta de esa costumbre maoísta que resiste en la China de los rascacielos. En cualquier parque, plaza o centro comercial se juntan las mujeres al alba o al anochecer, bajo la canícula, la lluvia o la nieve, para ejecutar sus rutinas coreografiadas, desde armoniosas melodías tradicionales a ritmos electrónicos o hiphoperos con movimientos que descoyuntarían a jóvenes. Esos ejercicios que descubren cuerpos flexibles y resistentes como el bambú son un bello contraste con los videojuegos y el sedentarismo de sus nietos.
Están tan ligadas las mujeres danzarinas a la cotidianeidad urbana que en Wuhan se entendió terminada la pandemia cuando se las escuchó de nuevo. Proporciona ocio barato, ejercicio físico y compañía. Bailan, viajan, compran o incluso invierten juntas: años atrás adquirieron 300 toneladas de oro por más de 10 millones de euros después de la caída de su precio.
"Nunca había hecho ejercicio antes. Empecé diez años atrás y ya soy la monitora. Es mucho más divertido que correr o ir al gimnasio. No sólo me pongo en forma, también conozco a mucha gente. Sólo falto cuando estoy de viaje", revela Zhou Xin, jubilada de 58 años, que guía a una cincuentena de mujeres frente al pequinés Estadio de los Trabajadores. Muestra durante una pausa el altavoz comprado a escote, señala otros dos que le relevarán cuando agote la batería y se disculpa antes de regresar porque una competición cercana exige entrenamiento sin distracciones. "No, nunca se ha quejado nadie", promete.
Linternas mágicas
El problema son los decibelios. En ocasiones se juntan varios grupos con músicas dispares que forman un mejunje popurrí indigerible y la repetición diaria arruina el sistema nervioso más sólido. No han escaseado los episodios violentos. Fue encarcelado un vecino por disparar al aire y soltarles tres grandes perros, también les han arrojado monedas, piedras, heces, pintura o tofu apestoso y los residentes de un inmueble compraron un altavoz militar que superase al suyo. A las bailarinas no les escasea el coraje, según unos, o la rudeza, según otros. En los últimos meses se han viralizado vídeos en los que echan a unos jóvenes de una pista de baloncesto o interrumpen un partido de fútbol a las bravas. Muchos ven en esos asaltos las cenizas de la Revolución Cultural que alumbró el 'guangchang wu' o baile público. "Los viejos no se han vuelto malos sino que los malos se han vuelto viejos", dicen los chinos ante un anciano despótico o asilvestrado recordando a aquellos guardias rojos adolescentes que atemorizaron al país medio siglo atrás.
El Gobierno ha intentado reinar en la jungla. Años atrás, aludiendo al "exceso de entusiasmo de los participantes que ha desembocado en nocivas discusiones sobre el espacio y el ruido", aprobó nuevas regulaciones que, entre otras cosas, limitaban las rutinas a una docena elegida por expertos. No funcionó. También se han propuesto enmiendas a la Ley de Contaminación por Ruidos de 1997 y Tianjin, la ciudad portuaria al este de Pekín, amenazó con multas de hasta 500 yuanes (67 euros) a las mujeres por exceso de decibelios. El fragor le pilla a la policía a contrapié, con comprensibles quejas vecinales pero sin leyes ni ganas de irritar a estas danzarinas. En ese contexto han aparecido esas linternas mágicas, que no resolverán el problema pero permiten una distancia física entre bandos que evitará los guantazos.
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