Declive político

El todopoderoso PRI mexicano se hunde en la irrelevancia

El partido que gobernó durante 71 años tiene el menor número de escaños y gobernadores de su historia 

La dirigencia priista sopesa alinerse con el proyecto nacionalista del presidente López Obrador para sobrevivir

Enrique Peña Nieto

Enrique Peña Nieto

Juan Carlos Espinosa

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Hay una frase que suele atribuirse al presidente Adolfo López Mateos (1958-1964): “La revolución mexicana fue perfecta. Al rico lo hizo pobre, al pobre lo hizo pendejo, al pendejo lo hizo político y al político lo hizo rico”. No está demostrado que el mandatario dijese esas palabras pero sirven como un resumen de lo que fue el régimen que existió durante buena parte del siglo XX en México. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) no es una formación cualquiera, es el partido que dominó el país durante 71 años. Sus defensores insisten en que, gracias al sistema que instauró, se institucionalizó una nación que hasta los años veinte resolvía sus problemas a balazos y donde los magnicidios estaban a la orden del día. Hoy, la formación está en la peor crisis de su historia. Con un genuino temor a la desaparición, los priistas debaten si alinearse con el presidente Andrés Manuel López Obrador, que con su discurso nacionalista ha logrado cautivar a sus antiguos votantes.

El PRI sigue aturdido tras los últimos dos batacazos. El primero llegó en 2018, cuando perdió la presidencia, después de una legislatura marcada por los escándalos de corrupción de la Administración de Enrique Peña Nieto (2012-2018). Los tricolores no solo perdieron Palacio Nacional, que les había costado 12 años en recuperar tras la victoria del conservador Vicente Fox en 2000, sino que obtuvieron el menor número de escaños de su historia: bajaron de 203 a 48, de un total de 500 asientos. El segundo mazazo llegó hace apenas cuatro meses. Fue un salto al abismo. Perdieron en ocho estados donde gobernaban, quedándose solo con cuatro. Nunca antes habían sido tan irrelevantes en el mapa político. Incluso como oposición, entre 2006 y 2012, los priistas pudieron mantener a flote hasta a una veintena de gobernadores (de un total de 32 regiones federales).

La irrelevancia en los estados

Históricamente, el PRI se ha sustentado sobre su poder territorial, según explica Rogelio Hernández, profesor de Políticas en el Colegio de México y autor del libro Historia mínima del PRI. Desde sus primeros años, a finales de los veinte, la formación repartió los cacicazgos que quedaron de la Revolución (1910-1920). Era, en buena parte, una confederación de caudillos, cuyo jefe máximo era el presidente de la República, quien además elegía directamente a su sucesor. El escritor peruano Mario Vargas Llosa llegó a bautizar a ese sistema como la “dictadura perfecta”. El académico Alberto Escamilla, coautor de El presidencialismo mexicano ¿qué ha cambiado?, va más al detalle que el Nobel de Literatura: “Muchas veces era imposible distinguir entre partido y Gobierno”. 

La hemorragia del PRI en los estados es quizás el mayor signo de que esta crisis, a diferencia de la derrota en 2000, va en serio. Difícilmente se encontrará a un analista que no señale a los mismos responsables. La gestión de Peña Nieto y de los gobernadores del partido --cinco de ellos fueron detenidos durante la legislatura y otro ha sido arrestado recientemente acusado de narcotráfico-- le sigue pasando factura a la formación. Para Hernández, el fracaso se debe a que, tras haber regresado al poder, los priistas pensaron que el país que iban a gobernar no había cambiado. “En términos generales no se han percatado de la nueva realidad de un sistema democrático muy distinto a sus años de gloria durante el siglo pasado”, sostiene el académico. 

Para que la formación haya perdido tantas elecciones ha sido necesario que sus bases históricas le den la espalda. El PRI, señala Carlos Illades, profesor de la UAM y autor del libro Vuelta a la izquierda, se sustentaba en un engrasado sistema de operación política. Tenía en su manga a los líderes de los sindicatos oficialistas --que aglutinaron a gran parte de los trabajadores y campesinos del país--, a los gobernadores de los estados que controlaba y a los medios de comunicación, que durante décadas practicaron la autocensura para evitar que el Gobierno les echara el cierre. Ese corporativismo de Estado le garantizó un importante caladero de votantes, especialmente entre la clase obrera… hasta que llegó López Obrador.

El órdago de López Obrador

Para Illades, la crisis del partido va más allá de la corrupción, se trata de una cuestión identitaria: “En todo este sexenio el PRI ha tenido el mismo problema. Ha perdido las bases con las que había funcionado desde sus inicios”. Consciente de las horas bajas del partido, Obrador ha aprovechado para lanzar un órdago a los priistas. El mandatario ha enviado una iniciativa de reforma constitucional al Congreso. En la propuesta se pretende que la empresa pública de electricidad CFE controle el 54% del mercado y los contratos con las firmas privadas se cancelen. El presidente no cuenta con las dos terceras partes del Congreso, necesarias para que su proyecto pueda ser avalado. Y ha visto una oportunidad para que el tricolor lo apoye, evocando el pasado nacionalista del partido. 

De apoyar al presidente, el PRI rompería la alianza que estableció con los dos principales partidos de la oposición, el conservador PAN y el socialdemócrata PRD. Hasta el momento, la dirigencia, en manos de Alejandro Moreno, no se ha querido mojar. A Hernández no le sorprende la actitud de los priistas: “Dentro del partido siempre han convivido dos corrientes. Una es deudora del nacionalismo posrevolucionario y López Obrador viene de esa corriente [fue militante hasta la escisión del ala izquierdista en 1988]. La otra es la tecnocrática, que gobernó desde los ochenta”. 

El guiño del presidente pretende provocar un cisma entre los nacionalistas y los tecnócratas. No queda claro si primará la disciplina del partido, una de las mayores características del priismo, o si el reto de López Obrador causará una nueva escisión de la izquierda nacionalista. En lo que sí han coincidido los tres académicos consultados es que el futuro del PRI dependerá en buena medida de la decisión que tome. Mientras eso sucede, el presidente seguirá poniendo el dedo sobre la llaga.

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