Después de 10 años

Maduro reabre los casinos que Chávez cerró

Los ingresos recaudados irán para el Estado

Lo recaudado irá para el Estado.

Lo recaudado irá para el Estado.

Abel Gilbert

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"No he tenido suerte para el juego y el azar, así que no me gusta eso". Durante su Aló Presidente del 21 de enero de 2007, Hugo Chávez lanzó su primera condena moral a los casinos y bingos que proliferaban en Venezuela. La República Bolivariana, sugirió, no podía tolerar semejante actividad, y para eso nada mejor que guiarse por acciones de Simón Bolívar, quien en 1827 supo regañar a su sobrino por su condición de apostador compulsivo. Por eso, Chávez llamó a "entrarle en firme" a una cuestión reñida con la legalidad, la evasión millonaria y el enriquecimiento indebido de los dueños de las casas donde afloraba la ludopatía y otros deslices.

A principios de 2011, el Gobierno embistió contra los locales donde se jugaba a la ruleta, el black Jack, los dados, las máquinas tragaperras, el punto y banca, el Baccarat, el póker y las bolitas numeradas. El entonces coronel Néstor Reverol, actual ministro de Industrias, fue uno de los ejecutores de la medida que, se señaló entonces, dejó a miles de empleados en la calle. Como era de esperar, el juego nunca se extinguió por completo en Venezuela: se podía apostar al margen de la ley en algunos barrios populares de Caracas donde las barajas y las riñas de gallo reunían a las personas bajo la tolerancia policial. Una década después de aquella cruzada ética de Chávez, su heredero, Nicolás Maduro, ha decidido que es tiempo de volver a jugar sin remordimientos.

"Se terminaron diez años de prohibición lúdica", ironizó el portal de la revista Tal Cual. En plena pandemia, las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) desmantelaron un casino clandestino en Carabobo. Ni siquiera el virus frenaba a los compulsivos. El garito funcionaba en una vivienda. Las puniciones ya son parte del pasado. Con medidas de bioseguridad, el Hotel Pipo Internacional, en el estado de Aragua, acaba de abrir sus puertas para recibir a los que sueñan con un golpe de suerte. El Palacio de Miraflores contempla la apertura de otros 29 casinos en el país. A diferencia de lo que ocurrió en el pasado, el Estado tendrá un papel predominante en el renacimiento de los juegos de azar. En los hechos, se convertirán en un mecanismo de acumulación económica para un Gobierno limitado en la generación de recursos. La "apuesta" por el juego es cosa seria para el palacio de Miraflores. La semana pasada fue designado César Martínez Bolívar como inspector nacional de la Comisión Nacional de Casinos, Salas de Bingo y Máquinas Traganíqueles (CNC).

Una ruleta bajo las nubes

Los primeros indicios de este giro en las políticas sobre el juego se conocieron el año pasado, cuando Maduro bendijo la apertura del Hotel Humboldt, ubicado sobre el monte Ávila, el mirador privilegiado de la capital, a 2.000 metros de alturas. "El que quiera venir a apostar lo haga y esos ingresos irán al Estado", dijo y recordó el carácter "licito" de la actividad.  "El único casino en las nubes", dice la promoción. Allí se puede jugar de martes a domingo, entre las 17 horas y las dos de la madrugada. "Tenemos las mejores slotmachines (tragaperras)", se anuncia en las redes sociales.

El Humboldt fue lujosamente edificado en 1956 bajo la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y se inspiró en el circuito de juego de floreció en La Habana hasta 1959, bajo la tutela de la mafia norteamericana. A diferencia de lo que había ocurrido en Cuba, llegó a tener su momento de esplendor: tras la caída de Pérez Jiménez se inició su decadencia. Pronto se convirtió en una ruina. Chávez trató de recuperar esa torre de 60 metros de altura, 14 plantas y 70 habitaciones. El hotel estuvo restaurándose durante ocho años. Los altos costos de la remodelación fueron en más de una oportunidad motivo de polémica.

La cadena norteamericana Marriott se iba a hacer cargo del hotel. Se decidió sin embargo que quede bajo la órbita pública. La instalación se inauguró en diciembre pasado con un torneo de Póker Texas. El costo de la inscripción fue de 100 dólares en un país donde el salario mínimo no llega a los dos dólares. Los que visitan el casino deben utilizar los petros, la criptomoneda estatal atada al precio internacional del petróleo. Ganadores y perdedores en una noche de azar tienen la posibilidad de cenar en La Boîte, el suntuoso restaurante que abrió con una pista de baile giratoria para recordar los hábitos caraqueños de los años cincuenta.

En breve, el Humboldt tendrá en Caracas la competencia de cuatro casinos en los hoteles Tamanaco, Dubai y Waldorf, entre otros. El grito de "hagan juego" resonará en una ciudad abatida por la crisis.

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