Victoria de los talibanes

Sálvese quien pueda: el colapso meteórico del Ejército afgano

Las deserciones y capitulaciones de las fuerzas gubernamentales dejaron vía libre a los talibanes para tomar Kabul

Los radicales habrían negociado en algunas plazas con sus enemigos, ofreciendo sobornos e inmunidad a cambio

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afgan / AFP

Ricardo Mir de Francia

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La infinita guerra de Afganistán escribió el domingo un punto y aparte con la entrada en Kabul de los talibanes, dos décadas después de que la invasión estadounidense los expulsara del poder. El mundo ha vuelto a reaccionar con estupefacción a la inminente restauración de su Emirato Islámico, pero lo más sorprendente de todo no es su victoria militar, sino la rapidez con que se produjo. El 6 de agosto conquistaron su primera capital de provincia, y el 15 de agosto entraban en Kabul sin la menor resistencia de las fuerzas de seguridad afganas tras barrer en más de una docena de provincias. Bastaron esos nueve días para que se derritiera en un mar de capitulaciones y deserciones masivas el Ejército afgano, entrenado y armado desde hace más de una década por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, un fiasco monumental que sirve de testamento a los errores de la contienda afgana.

Entre los buenos conocedores de Afganistán, la sorpresa es relativa. El formidable Ejército afgano –con el triple de efectivos que las milicias talibanes, su armamento moderno y 88.000 millones de dólares gastados a cuenta del contribuyente norteamericano– era un tigre de papel. Una institución pasto de la corrupción, el liderazgo incompetente y la desmoralización, agravada últimamente por las decisiones de sus patronos extranjeros. "El motivo por el que no han luchado es la falta de motivación de la tropa y su desconexión respecto a los líderes políticos y militares", asegura a este diario el experto en asuntos afganos, Junaid Khan, afincado en Pakistán.

"La élite del país vive en mansiones y se va de vacaciones al extranjero. Son ellos los que disfrutan de la ayuda foránea, mientras el grueso de la población vive en condiciones extremas". Esa corrupción de las alturas ha acabado impregnando hasta los estratos más bajos de la pirámide, según constató la comisión estadounidense que investigó el despilfarro de la ayuda militar norteamericana. Un oficial noruego llegó a declarar que, según sus estimaciones, un 30% de los afganos reclutados para la policía desertó llevándose sus armas para "levantar sus propios puestos de control privados" y extorsionar a los viajeros. 

Ni comida ni armas

No es de extrañar, por tanto, que las privaciones hayan sido parte integral de algunos destacamentos afganos, agravadas desde que los talibanes tomaran muchas de las fronteras y rutas de abastecimiento en esta última ofensiva, iniciada en mayo. "En los últimos días, no había ni comida ni agua ni armas", le dijo al 'Wall Street Journal' un soldado afgano de un acantonamiento en Kunduz, una posición que había resistido durante dos meses el avance talibán. En Kandahar, su policía llevaba un mínimo de seis meses sin cobrar. El pasado viernes se vino abajo sin apenas pestañear, al igual que Herat, la tercera ciudad del país.

La desbandada generalizada llevaba gestándose como mínimo desde mayo, cuando los talibanes se hicieron con la mitad de los 400 distritos del país. En algunos casos, sin apenas combates. "Los primeros distritos que cayeron estaban mal pertrechados y rodeados por pequeños grupos de fuerzas gubernamentales", ha escrito el analista del Atlantic Council, Benjamin Jensen. "Los talibanes negociaron con ellos a través de los ancianos locales, convenciéndoles para que abandonaran sus posiciones sin combatir". 

Sobornos para la tropa

Algo parecido ha publicado 'The Washington Post'. El diario estadounidense sostiene que, desde principios del 2021, los fundamentalistas se han dedicado a negociar acuerdos de alto el fuego con las fuerzas gubernamentales. Primero en las zonas rurales y más tarde en las capitales provinciales. Acuerdos que regaron con dinero y promesas de amnistía para las unidades que entregaran las armas. Es decir, básicamente habrían comprado a sus enemigos, lo que explicaría por qué los talibanes encontraron tan escasa resistencia en este tramo final de su paseo hasta Kabul. Una conquista que culminó con la huida del presidente Ashraf Ghani, presuntamente a Tayikistán, y el colapso de su Gobierno. 

Ni EEUU ni sus aliados de la OTAN han contribuido a elevar la moral de las fuerzas afganas. Más bien al contrario. Desde hace un año y medio el mensaje hacia sus aliados ha sido diáfano: os vais a quedar solos. La primera advertencia llegó en febrero de 2021, con el acuerdo de Doha alcanzado entre la Administración Trump y los talibanes, un pacto de no agresión entre ambos bandos que excluyó al Ejecutivo de Kabul, contribuyendo a restarle legitimidad en un país donde abundan los recelos hacia el Gobierno centralizado de la capital.

"Las tropas vieron ese documento como el final", ha declarado un oficial afgano a la prensa estadounidense. "El día en que se firmó, todo empezó a cambiar. Cada uno pasó a priorizar sus intereses. Fue como si EEUU nos abandonara para que fracasásemos". Y luego llegó el inicio de la retirada, anunciada por Joe Biden en abril, que dejó progresivamente a los afganos sin el apoyo logístico, técnico y aéreo que les quedaba de sus patrones extranjeros. "Muchos de estos soldados afganos no han hecho más que tomar la más racional de las decisiones", afirma en una entrevista Rafael Noboa, un veterano del Ejército estadounidense que sirvió en Irak. "Sabían que la guerra estaba perdida y les ofrecieron inmunidad, de modo que se rindieron. Es humano".

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