Proceso Manos Limpias

Arranca el juicio por corrupción más importante de la historia del Vaticano

El cardenal Angelo Becciu, antiguo alto cargo de la Secretaría de Estado vaticana, se sentará en el banquillo de los acusados, la primera vez que la justicia vaticana encausa a un miembro del colegio cardenalicio

Cardenal Angelo Becciu, el primero procesado por el Vaticano

Cardenal Angelo Becciu, el primero procesado por el Vaticano / Reuters / Guglielmo Mangiapane

Irene Savio

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El juicio Manos Limpias del Vaticano, el proceso por corrupción más importante de la historia reciente de la Iglesia católica, ha empezado este martes en la antigua aula multifuncional de los Museos Vaticanos. Esta es, desde ahora, una sala especial. Por su tamaño, más grande de la que suele usarse para las vistas vaticanas habituales, el Vaticano ordenó en mayo que fuera reconvertida en sede judicial. El detalle habla del carácter sin precedentes del proceso, que sienta en el banquillo a un cardenal caído en desgracia, Angelo Becciu -Francisco ya le retiró todos los privilegios de purpurado-, junto con otras nueve personas, entre ellos una mujer y varios exfuncionarios vaticanos. Todos culpables, según la acusación, de una decena de delitos -desde malversación de fondos y extorsión, a fraude— que han revelado la existencia de una especie de ‘Vaticano paralelo’.  

Como en el caso Obredecht en América Latina, y Manos Limpia en Italia, donde en los 90 se reveló el mayor escándalo de corrupción hasta ese entonces conocido, todo empezó casi por casualidad: tirando en 2019 del pequeño hilo de una inversión –que luego resultó un fracaso- por la compra de un edificio en Londres, no solo a un precio exorbitante, sino que además, con un adeudo. Fue a partir de ahí que el fiscal vaticano Gian Piero Milano llegó a descubrir que la millonaria compra del edificio en cuestión, hecha con dinero de la beneficencia que recibe el Papa —en concreto, el Óbolo de San Pedro—, escondía una compleja y turbia trama que ha alcanzado los cimientos de la curia romana.

Según las 500 páginas de la documentación aportada por la fiscalía, el dinero vehiculado a través de Secretaría de Estado, de la que Becciu era un alto cargo, habría servido para la turbia adquisición de parte del mencionado edificio de Londres—ubicado en el barrio londinense de Chelsea y que solía pertenecer a Harrod’s—, para inversiones en paraísos financieros, actividades de inteligencia paralelas a las oficiales de la Santa Sede, y para financiar empresas de la familia del cardenal. 

Registros ordenados por el fiscal

Es el caso, por ejemplo, de la cooperativa Spes, cuyas oficinas fueron registradas en mayo por orden del fiscal, y que está representada legalmente por Antonino Becciu, hermano del cardenal. A él, según la acusación, el purpurado habría entregado 600.000 euros de la Conferencia Episcopal Italiana y 225.000 euros de fondos de la Secretaría de Estado. “Soy inocente”, ha repetido Becciu. 

Otra prueba estaría precisamente en el edificio que destapó la caja de Pandora. Según la acusación, el cardenal habría intentado readquirir el inmueble por más de 300 millones de libras esterlinas, a través de una serie de personajes opacos, gran parte de ellos de nacionalidad italiana. Estos son Giancarlo Innocenzi, un exparlamentario de Forza Italia (el partido de Silvio Berlusconi), el diplomático Giovanni Castellaneta y Marco Simeon.  

Los verdaderos objetivos de Becciu es lo que ahora debe aclarar el juicio. Aunque El Vaticano, en estos meses, ya ha filtrado detalles dignos de una película. Entre ellos: que una amiga de Becciu, la única mujer imputada, Cecilia Marogna, descrita como una especie de Mata Hari —pues, entre otros, existe una carta firmada por Becciu en la que se la describe como "analista geopolítico y consultor de relaciones exteriores”— , habría recibido entre diciembre de 2018 y julio de 2019, y a través de un empresa pantalla radicada en Eslovenia, un total de 575.000 euros. 

Como esta trama maquiavélica como punto de partida, la incógnita es también cuánto durará este juicio clave también porque, cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido en 2013, una de las solicitudes fue precisamente la de “hacer limpieza” en el Vaticano. Francisco ha empleado ocho años para dar con el objetivo, que es mucho, pero finalmente descubrió el "Vaticano paralelo", una estructura que -de probarse la acusación- no solo especulaba con los donativos de los fieles, sino que contaba o intentaba contar con un servicio de diplomacia alternativa a los canales que usa el mismísimo Papa.