Administración Biden

Kamala Harris, una vicepresidenta para los asuntos más espinosos

Biden deja en manos de su número dos los temas más intratables de su agenda

La vicepresidenta Kamala Harris.

La vicepresidenta Kamala Harris. / EP

Ricardo Mir de Francia

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A Kamala Harris le ha costado deshacer las maletas. Durante sus primeros dos meses en la vicepresidencia estuvo viviendo con su marido en la Blair House, la residencia de invitados de la Casa Blanca, conocida también como el “hotel más exclusivo del mundo” por sus huéspedes ilustres, desde Margaret Thatcher a Vladimir Putin. Harris no se mudó al Observatorio Naval hasta el 1 de abril, después de que concluyeran las obras de renovación de la mansión vicepresidencial, con sus 33 habitaciones, piscina y jardines enclavados en los bosques de Rock Creek Park. Una mudanza bastante más lenta que las responsabilidades que se acumulan sobre su escritorio. El presidente Joe Biden la ha convertido en su lugarteniente para todo, la persona encargada de lidiar con los asuntos más intratables de su agenda. 

Tantas responsabilidades no son necesariamente la norma. La historia está llena de vicepresidentes florero, encargados de poco más que sobrevivir para estar disponibles en caso de que le pase algo al comandante en jefe. "Es el cargo más insignificante nunca concebido o imaginado por el hombre", llegó a decir John Adams, el primer vicepresidente del país. Franklin Roosevelt ni siquiera informó a su número dos, Harry Truman, del programa para desarrollar la bomba nuclear, y cuando le preguntaron a Eisenhower cuáles habían sido las principales contribuciones de su lugarteniente Richard Nixon, tuvo que responder con sorna: "Si me das una semana, se me podría ocurrir una". 

Pero todo empezó a cambiar en 1976, durante el mandato de Jimmy Carter, cuando Walter Mondale se atribuyó la responsabilidad de ofrecerle a su jefe "consejos imparciales" para evitar que la Casa Blanca se convirtiese en una burbuja cortesana sin opiniones discordantes. Clinton y Al Gore chocaron públicamente a raíz del escándalo de Monica Lewinsky o la influencia de la primera dama Hillary Clinton en la Administración. Y Dick Cheney llevó al extremo sus atribuciones al convertirse en el maquiavélico cerebro en la sombra de George Bush. Más recientemente, Biden quiso ser la última persona en la habitación antes de que Obama tomara sus decisiones, un papel semejante al que ha adoptado Harris.

Lealtad inquebrantable

“Estamos juntos en casi todas las reuniones y hemos tomado conjuntamente la mayoría de decisiones”, ha explicado la primera mujer vicepresidenta, que es también la primera negra y de origen asiático. “Normalmente yo le pregunto sus opiniones y él me pregunta las mías”, añade. Por el momento, Harris está brillando menos de lo que esperan todos aquellos que la ven como la sucesora natural del septuagenario presidente. Tanto en público, como en la Casa Blanca, raramente se separa de Biden, al que ha demostrado hasta ahora una lealtad inquebrantable, no muy distinta a la que Mike Pence exhibió hacia Trump, aunque su voz no acaba de adquirir una personalidad propia. 

No le van a faltar, sin embargo, momentos para ganarse el sueldo. Esta semana Biden le encargó en Tulsa que se ocupe de proteger el derecho al voto en el Congreso ante los centenares de leyes aprobadas por los republicanos en el ámbito estatal para restringirlo. Es un encargo envenenado porque el ambicioso proyecto de ley de los demócratas está varado en el Senado, donde muy probablemente tendría que aprobarse con una mayoría cualificada de la que no disponen. A diferencia de Biden, la exsenadora por California no tiene un gran historial pactista. De hecho, hasta que se convirtió en vicepresidenta tenía el historial de voto más progresista del Senado, lo que le ha servido a los republicanos para pintarla como una radical de izquierdas. 

Más complicada todavía es su misión de abordar las raíces de la inmigración centroamericana para frenar la llegada de indocumentados a la frontera. Este domingo viajará por primera vez a México y Guatemala para reunirse con sus presidentes. Será su primer viaje al extranjero, que podría servirle para callar algunas críticas de los conservadores, que la acusan de negligencia por no haber visitado hasta ahora la frontera pese a las dimensiones de la crisis que enfrenta allí su Administración. 

Pero hay mucho más sobre su plato. Desde la reforma policial a la promoción de la equidad racial, la lucha contra mortalidad materna, la ayuda a los pequeños negocios o la campaña para vencer las reticencias de los escépticos contra las vacunas. En gran medida, el papel de Kamala se parece mucho al que Trump encomendó a su yerno Jared Kushner. A Trump no le salió del todo mal la jugada, después de que Kushner negociara en contra de todas las expectativas varios acuerdos de normalización entre Israel y los países árabes. Falta ahora por ver lo que conseguirá Harris, quien necesita resultados para que sus futuras aspiraciones presidenciables tomen forma.

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