Décimo aniversario

En la guarida de Bin Laden

La reportera Ethel Bonet, que residía en Islamabad, fue de los primeras periodistas en llegar al lugar donde fuerzas especiales del Ejército de EEUU mataron al entonces líder de Al Qaeda.

El refugio del terrorista estaba a tan solo 50 kilómetros de su casa y justo después de conocer la noticia se puso rápidamente en camino para recoger los testimonios de lo que había pasado

Bin Laden

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Ethel Bonet

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El 2 de mayo de 2011, un urgente de Al Jazeera interrumpió el desayuno. ¡No me lo podía creer! ¡No nos lo podíamos creer! El titular decía:" Osama Bin Laden ha sido abatido en Abbottabad", una localidad a sólo 50 kilómetros de mi casa en Islamabad. Entre exclamaciones groseras fuimos comentando por teléfono la noticia con el grupo de periodistas internacionales que vivíamos en la capital paquistaní, mientras organizábamos los coches para dirigirnos hasta a Abbottabad. ¡Íbamos a hacer historia!

Como en una carrera de “Los autos locos” -la mítica serie animada de los 70- circulaban a toda velocidad por la carretera tanquetas del ejército, todoterrenos con las ventanas tintadas, taxis con periodistas y furgonetas con antenas para conectar vía satélite. Una nube de extranjeros y locales irrumpió en la bucólica Abbottabad, donde sus vecinos llevaban despiertos desde la madrugada por el estruendo de las hélices de los dos helicópteros del equipo especial de los 'Seals' del Ejército de Estados Unidos que acabó con la vida del terrorista más buscado del mundo en una operación relámpago que duró apenas 15 minutos. 

Vecinos de Abbottabad y periodistas observan el edificio que servía como guarida de Bin Laden el día después del asalto por parte de las fuerzas especiales de EEUU.

Vecinos de Abbottabad y periodistas observan el edificio que servía como guarida de Bin Laden el día después del asalto por parte de las fuerzas especiales de EEUU. / AAMIR QURESHI / AFP

Los lugareños observaban con asombro y desconfianza a la tribu de visitantes ataviados con cámaras fotográficas, de video, teléfonos por satélite y grabadoras que se dirigía hacia ellos. Con más o menos éxito, los traductores de los reporteros extranjeros intentaban sonsacar alguna información o chascarrillo a los vecinos del barrio de “Bilal Town”, algún testimonio que explicara cómo había sido la operación secreta. Los que se atrevían a hablar, les esperaba una cola de periodistas torpedeándoles a preguntas.

Vestigios de la refriega

Allí, detrás de aquella maldita tapia de doce metros de altura, coronada de alambre de espino y custodiada por militares paquistanís, se encontraba la guarida de lujo de Bin Laden. Estábamos tan cerca y a la vez, tan lejos. El Ejército nos había denegado el acceso a la vivienda y la información que se nos facilitaba era muy filtrada. La única opción que nos quedó fue la de saltar el muro de una casa contigua vacía y subir al tejado. Desde aquel balcón improvisado con vistas a los últimos vestigios de la refriega, le contamos al mundo nuestra versión de la historia.

Durante unos días, Abbottabad se convirtió en un circo mediático. Las anécdotas de los vecinos del que fue el enemigo número uno de EEUU ocupó las primeras paginas de los diarios de todo el mundo. La caza de Bin Laden inspiró todo tipo de teorías conspirativas y de guiones de ficción.  

¿Hasta que punto Pakistán sacrificó su lealtad a EEUU escondiendo al terrorista? ¿Cómo pudo pasar desapercibida la operación de los Seals cuando a tan solo dos kilómetros de distancia está la prestigiosa academia militar Karkul? ¿Por qué se dejó humillar el todopoderoso Ejército paquistaní? Una década después, interrogantes como estos siguen abiertos, pero ya a pocos les importa.

La foto muestra como el entonces presidente de EEUU, Barack Obama, el vicepresidente, Joe Biden, junto con otros destacados miembros de su Gobierno, como la que era secretaria de Estado, Hillary Clinton, siguen en directo el asalto a la guarida de Bin Laden.

La foto muestra como el entonces presidente de EEUU, Barack Obama, el vicepresidente, Joe Biden, junto con otros destacados miembros de su Gobierno, como la que era secretaria de Estado, Hillary Clinton, siguen en directo el asalto a la guarida de Bin Laden. / PETE SOUZA / REUTERS

De los artículos que escribí para la “saga” de la muerte de Bin Laden no podré olvidar la entrevista que hice a Zakarya al-Sadah, uno de los cuñados del terrorista, que había venido a Pakistán para intentar liberar de su hermana Amal al- Sadah, la viuda más joven de Bin Laden, de origen yemení, y su sobrina Safiya. De principio a fin, mi encuentro con Al-Sadah parecía sacado del guion de una película de Hollywood.

Un caño de agua

Un diplomático yemení amigo mío me dijo que quería venir a mi casa para presentarme a alguien muy especial. Mi amigo entró por la puerta con un chico joven de 24 años y cuando estábamos sentados en los sofás me lo presentó como el cuñado de Bin Laden. Reconozco que los observé con incredulidad: ¿Cómo iba a estar tomando café con un familiar del que fue el terrorista más buscado del mundo? Entonces, Al-Sadah sacó su teléfono y me enseñó una foto tomada con un móvil de su sobrina con sus otros hermanastros, que le habían enviado las autoridades paquistanís como prueba de que los tenían bajo custodia.

Aquella fotografía fue lo más tangible que he sentido de la existencia de Bin Laden en Abbottabad. De su residencia fortificada sólo queda el solar, algunos escombros y un caño de agua de un pozo privado que le suministraba agua potable, y al que ahora vienen a beber los vecinos del lugar.

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