Giro en la Casa Blanca

La política social marca los primeros 100 días de la presidencia de Biden

El prometedor arranque de su presidencia ha revelado a un dirigente mucho más osado de lo que se esperaba

Sus éxitos en la campaña de vacunación y la recuperación económica allanan sus planes para transformar EEUU

Joe Biden Estados Unidos

Joe Biden Estados Unidos

Ricardo Mir de Francia

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A principios de marzo Joe Biden se reunió en la Casa Blanca con algunos de los historiadores estadounidenses más reputados, desde Jon Meacham a Doris Kearns Goodwin o Walter Isaacson. La conversación giró en torno a los predecesores más admirados del presidente, quien se dedicó a tomar notas en una libreta negra, nombres como Lincoln, Johnson y Roosevelt (FDR), el héroe de la izquierda demócrata que sacó al país de la Gran Depresión para poner los cimientos del moderno estado social estadounidense. Los historiadores salieron de allí con una idea, según ha publicado ‘Axios’: Biden piensa en grande y quiere hacer las cosas a lo grande para transformar Estados Unidos como hizo FDR en su día. Y si eso requiere acabar con el filibusterismo para que su partido pueda legislar con mayoría simple, que así sea.

Esta semana se cumplirán los primeros 100 días de Biden en la Casa Blanca, que han revelado a un dirigente más osado de lo que fue en su día Barack Obama, con una notable disciplina para no desviarse de sus prioridades y una conciencia social muy acentuada. A sus 78 años Biden no estaba para campañas, pero el manto del poder lo lleva con solvente naturalidad. En los discursos importantes no ha fallado: tienen el cálido confort roosveliano. Y no se está enzarzando en estériles refriegas partidistas. Por más que prometiera en campaña buscar consensos con los republicanos, no pierde el tiempo en mendigar apoyos y ha cambiado el viejo paradigma que concebía al gobierno como el problema para convertirlo en parte esencial de la solución. 

En política interna ha ido mucho más deprisa que en política exterior. Ha batido todas las expectativas con la campaña de vacunación. Más la mitad de la población adulta estadounidense ha recibido al menos una dosis de la inoculación, un hito que ha servido para acelerar la recuperación y situar a EE UU como la economía avanzada que más crecerá este año. El hambre está cayendo, dos millones de personas se han puesto al día en el pago de sus alquileres y las bolsas han seguido batiendo récords. El índice S&P acumula 21 desde que el nuevo presidente llegó a la Casa Blanca, la cifra más alta desde los primeros 100 días de Kennedy. 

 Quizás lo más inesperado es que Biden, aquel candidato moderado y político afín al establishment económico, ha abrazado sin resistencia el giro a la izquierda de su partido y los anhelos del sector populista de Bernie Sanders para poner a la gente delante de las grandes empresas y las élites económicas. Su masivo paquete de estímulo, dos veces más grande que el que aprobó Obama para salir de la crisis del 2008, incluye las medidas más ambiciosas para reducir la pobreza y la desigualdad en varias generaciones. Los sindicatos vuelven a tener un asiento en la mesa, después de décadas de ostracismo, y los desvelos sobre las inequidades raciales, el cambio climático y la desigualdad económica han pasado a ser parte esencial en el diseño de las políticas de su Administración. 

Transición verde

Algunos planes son tan ambiciosos que no todo el mundo los considera realistas, dada la pírrica mayoría de su partido en el Congreso. El demócrata ha diseñado una agresiva transición verde con la que pretende crear millones de empleos y situar a EE UU en la vanguardia de la nueva economía. Quedó de manifiesto en la Cumbre de Líderes sobre el Clima, organizada por su Administración esta semana para señalar la vuelta estadounidense al multilateralismo, donde se comprometió a reducir a la mitad las emisiones contaminantes de su país durante la próxima década. Pretende hacerlo con otra inversión pública billonaria en infraestructuras, que aguarda aprobación en el Congreso.   

Hay quien dice que no es Biden el que ha cambiado, sino el contexto a su alrededor. El columnista Ezra Klein esgrimía en ‘The New York Times” que su “radicalismo” responde al colapso del Partido Republicano como socio potencial, la llegada al Congreso de una nueva generación de asesores jóvenes soliviantados por las penurias de la Gran Recesión, un relativo desdén por los dogmas de los economistas y su flexibilidad como político. A Biden no parece importarle el calificativo. La mayoría de los estadounidenses (54%) aprueba su gestión, más del porcentaje que tenían a estas alturas Trump y Clinton, y le sirve para tratar de convencerles de que es hora de pensar en grande.  

Lentitud en política exterior

Más lento ha ido todo en política exterior. Biden ha acabado, como se esperaba, con el “América, primero” de Trump para abrazar nuevamente el multilateralismo, defender las instituciones globales y tratar de recuperar el liderazgo mundial estadounidense dilapidado por su predecesor. Ha vuelto al Acuerdo del Clima de París y ha dado los primeros pasos para reactivar el pacto nuclear con Irán, aunque, en ese sentido quedan muchos flecos por cerrarse. Su principal anuncio en el ámbito internacional es su promesa de retirar definitivamente a todas las tropas estadounidenses de Afganistán coincidiendo con el vigésimo aniversario del 11-S, una aspiración que nunca llegaron a cumplir ni Obama ni Trump

Pero buena parte de la herencia de su predecesor se mantiene. El demócrata ha mantenido la línea dura hacia China y Rusia, invocando la cooperación con una mano y redoblando las sanciones con la otra, y por el momento ha preservado el grueso de los aranceles comerciales que impuso el republicano a amigos y enemigos. No tiene prisa por gastar capital político fuera de sus fronteras. En Oriente Próximo no ha revocado ninguna de las políticas proisraelís de Trump, aunque el Departamento de Estado vuelve a hablar de "territorios ocupados” al referirse a Gaza y Cisjordania.