Un año del confinamiento chino

Wuhan: la ciudad estigmatizada por el virus

Para el mundo, los wuhaneses son los padres del coronavirus, pero para China se han convertido en los salvadores por blindar al resto con su sacrificado confinamiento de 76 días

Control del código de móvil sobre el coronavirus en Wuhan

Control del código de móvil sobre el coronavirus en Wuhan

Adrián Foncillas

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La contaminación que solidificaba el aire y su fealdad aconsejaban la huida acelerada de Wuhan quince años atrás. Era otra de esas ciudades chinas agigantadas durante el desarrollismo de tres décadas, anodinas e impersonales, con aroma suburbial y melancolía postsoviética. Cuesta reconocer hoy a aquella Wuhan que, como otras ciudades chinas, se ha lavado la cara a conciencia. Wuhan es hoy una ciudad de postal: sus distritos financieros salpicados de rascacielos iluminados de noche, las riberas del Yantsé rivalizando en esplendor, las zonas verdes que esponjan una ciudad donde mandaba el cemento, la icónica Pagoda de la Grulla Amarilla… Lamentaban los wuhaneses el anonimato de su ciudad, tercamente ignorada en los circuitos turísticos por China, cuando el coronavirus la colocó en el mapa, y hoy muchos echan de menos aquel anonimato. Es improbable que haya otra ciudad del mundo más citada en el último año. 

 Cualquier ruta contempla el número 207 de la Avenida Fazhan. Allí continúa el mercado de Huanan, presunta cuna de la pandemia, cerrado pocos días después de que emergieran los primeros casos de una misteriosa neumonía y hoy escondido tras un muro metálico azul de tres metros de alto y unos centenares de largo. La liturgia periodística incluye un video grabado desde un taxi al ralentí porque ninguna pregunta por sus aledaños es bienvenida. Muchos de los vendedores fueron recolocados en el cercano mercado de Haikou Bei. No ofrece ninguna bestezuela exótica sino prosaicos corderos, vacas, cerdos y pollos. Sus pedazos descansan en cubos. Quizá chirriaría en España, al menos en la de los últimos veinte años, pero cualquier viajero versado ha visto lonjas mucho más caóticas e insalubres en Vietnam, Myanmar o Camboya. El mercado es demasiado local para que sea verosímil el extranjero que se presenta como turista y acabo expulsado con el ofrecimiento de que me comprarán lo que les pida desde la entrada.  

 Los wuhaineses exigen atención al río. Por el Yantsé fluyeron durante siglos las mercancías e ideas que hicieron próspera y moderna a Wuhan y esas Tres Gargantas que estrangulan su curso entre montañas cortadas a cuchillo atraen ahora a millones de turistas. En el imaginario nacional persiste la zambullida de Mao en el río de la que sacó el vigor para emprender la Revolución Cultural. El Yantsé separa Wuchang de Hankou, los dos principales distritos, y moverse entre ellos no fue fácil hasta que los rusos levantaron en la década de los 60 el primer puente. Las alternativas se acumulan hoy, con once puentes, dos túneles y las líneas de metro, pero en los wuhaneses perdura la mística de cruzarlo a nado cada año, más de dos kilómetros de ancho, aunque con muchas brazadas ahorradas por la corriente.   

Seco y áspero

 Los wuhaineses no son los más queridos en China. El cliché los presenta como rudos y asilvestrados. Desde aquí se justifica en el dialecto local, sin la musicalidad del mandarín, seco y áspero, que lleva a pensar que discuten cuando no lo hacen. Una economía centenaria apoyada en el tráfico marítimo y el comercio al aire libre necesita de más decibelios que poesía para hacerse entender. 

 La pandemia podría haber empujado a los wuhaineses hacia la esquizofrenia. Para el mundo, son los padres del coronavirus. Para China, son los salvadores por blindar al resto con su sacrificado confinamiento de 76 días. “No somos ni héroes ni villanos. Sólo cumplimos unas reglas que parecían razonables y esperamos”, señala Di, una joven estudiante. Pero duele que Wuhan quede en la memoria global grapada a un virus cuando aquí, por ejemplo, se incubó la revuelta que destronó a la dinastía Qing

 A esta vibrante ciudad de 11 millones de habitantes, potencia manufacturera, nudo de comunicaciones, hub tecnológico y con casi el doble de camas por habitantes que Catalunya, aludía el mundo cuando hablaba de una ignota ciudad rural que había sido tumbada por una simple gripe.  

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