Segunda vuelta
Biden se juega el poder de su presidencia en las elecciones al Senado de este martes en Georgia
Los demócratas necesitan ganar los dos escaños de este estado del sur para que el presidente electo tenga vía libre para legislar
Sus candidatos han recaudado más dinero y llevan una ligera ventaja en las encuestas respecto a los del Partido Republicano
Los conservadores temen que parte de su electorado se quede en casa ante la insistencia de Trump en restar credibilidad a los comicios
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
En el imaginario colectivo más fosilizado, Georgia es tierra de plantaciones, linchamientos y aristocracia sureña, un daguerrotipo por el que desfilan Escarlata O’Hara y el general Sherman mientras ‘Georgia On My Mind’ suena en una vieja gramola. El tópico mantiene un poso de actualidad, como atestiguan los persistentes esfuerzos de supresión de voto en el estado, el linchamiento del afroamericano Ahmaud Arbery en febrero o la concentración de la riqueza en la élite blanca de Atlanta. Pero lo cierto es que el estado que decidirá este martes el control del Senado en Washington hace tiempo que dio la espalda a sus peores fantasmas para convertirse en el corazón cultural y financiero de lo que se ha llamado el nuevo Sur, una de las regiones que más población ha ganado en la última década.
Las presidenciales de noviembre sirvieron para atestiguar la naturaleza cambiante de Georgia, propulsada por los incentivos fiscales a las empresas, el bajo coste de la vida y un envidiable clima subtropical. Joe Biden se convirtió en el primer demócrata en ganar el estado desde 1992, gracias en gran medida al respaldo obtenido en los suburbios de Atlanta, viejos bastiones republicanos alterados por la llegada de inmigrantes y profesionales de la América mestiza. Y ahora Georgia decidirá el margen de maniobra de su presidencia con la disputa de las segundas vueltas que determinarán la suerte de los últimos dos escaños que faltan por adjudicarse en el Senado. Los demócratas necesitan ganar los dos para tener el control de la Cámara alta, que quedaría en un empate a 50 escaños con el voto de gracia en manos de la vicepresidenta. Biden tendrá manos libres para legislar si lo logran; de otro modo, se convertirá en un rehén de los republicanos en el Congreso.
El órdago es complicado porque si bien Biden ganó las elecciones, su partido en gran medida las perdió. El rechazo mayoritario de los estadounidenses al circo perpetuo de Donald Trump no se tradujo en un abrazo generalizado a los planteamientos progresistas de su partido. Los demócratas perdieron escaños en la Cámara de Representantes que, no obstante, seguirán controlando, y no lograron darle la vuelta a ninguno de los parlamentos estatales dominados por los conservadores. La suerte para ellos es que estas no son unas elecciones normales. Hay tanto en juego que sus perspectivas han mejorado sensiblemente.
Más dinero y ventaja en las encuestas
Sus dos candidatos han recaudado bastante más que sus rivales republicanos y lideran por un margen estrechísimo las encuestas. Tres millones de electores ya han votado por anticipado, más de la mitad de los que lo hicieron en noviembre, una cifra que augura un récord de participación para unas segundas vueltas que raramente motivan al electorado. Sus candidatos casan bien con la idiosincrasia moderada del estado. Tanto el reverendo negro Raphael Warnock, pastor de la misma iglesia donde Martin Luther King comenzó su carrera, como Jon Ossoff, un productor de documentales que se convertiría a sus 33 años en el senador más joven del Capitolio. En consonancia con las posiciones de Biden, ninguno de los dos apoya el Green New Deal o un sistema público sanitario, aunque los crudos sermones de Warnock han dado munición a los republicanos para colgarles la etiqueta de “peligrosos radicales”.
Sus candidatos han seguido al dedillo la estrategia de campaña de Trump: azuzar el miedo, enarbolar el espantajo del socialismo y vestirlo con insinuaciones raciales. Particularmente la senadora Kelly Loeffler, casada con el presidente de la Bolsa de Nueva York y una de las legisladoras más ricas del Capitolio. No le va a la zaga su compañero, el también senador David Perdue, quien fuera vicepresidente de Reebok y consejero delegado de Dollar General. Purdue hizo carrera deslocalizando empleos a Asia, unas prácticas que Trump ha convertido en anatema, lo que le ha obligado a defenderse durante la campaña.
Trump hará campaña en Georgia
El presidente volverá a compartir con ellos escenario este lunes en Georgia, pero muchos en su partido creen que está dinamitando sus opciones de ser reelegidos. Trump se ha pasado meses cuestionando la credibilidad electoral e insultando a los líderes republicanos del estado por haber certificado la victoria de Biden. El sábado llegó a decir que las segundas vueltas de Georgia son “ilegales e inválidas”, un mensaje contraproducente cuando se trata de motivar al electorado.
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