El mundo en jaque

La geopolítica del coronavirus

La desastrosa gestión de Trump estimuló la guerra propagandística sobre el origen de la pandemia

Una mujer vestida con un traje protector posa para una fotografia el 4 de abril en Wuhan.

Una mujer vestida con un traje protector posa para una fotografia el 4 de abril en Wuhan. / ROMAN PILIPEY

Adrián Foncillas

Adrián Foncillas

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Nadie culpó a África por el SIDA ni a Estados Unidos por la mal apellidada gripe española que dejó decenas de millones de muertos, tampoco Corea del Sur pidió cuentas a Arabia Saudí por el MERS ni el sudeste asiático buscó al culpable de los estragos de la gripe aviar. El origen de las pandemias sólo había desvelado a los científicos y hoy parece urgente atribuirle ese salto azaroso de material microscópico a un país junto a todas las facturas.  

El asunto se suma a los pleitos que China y Estados Unidos han coleccionado en los últimos años. Nadie discutía cuando el coronavirus sólo devastaba a China. En aquellos días la prensa nacional incluso hablaba del virus de Wuhan, una inocente referencia geográfica, y Donald Trump felicitaba a su amigo Xi Jinping por su transparente y eficaz respuesta a la pandemia. La guerra propagandística empieza a finales de marzo, con el virus desatado en Estados Unidos y Trump acorralado por las críticas a su incompetencia criminal. El presidente justifica entonces el fracaso por el secretismo de Pekín, alude al “virus chino” o “virus kung fu” y promete que salió de un laboratorio de Wuhan a pesar de los tozudos desmentidos del gremio científico en general y, en particular, de Anthony Fauci, el principal epidemiólogo de la Casa Blanca. La búsqueda de pruebas devino en obsesión. Washington amenazó con retirarle los fondos a EcoHealth Alliance, una respetada ONG especializada en pandemias, si no investigaba esa línea. Fuentes anónimas de la CIA compararon las presiones para que certificasen la teoría del laboratorio con las que sufrieron para encontrar armas de destrucción masivas en Irak. La campaña no trajo las pruebas y, a cambio, disparó las agresiones sinófobas en el país.  

El contraataque chino

China contraatacó culpando a militares estadounidenses de llevarle el virus durante un evento deportivo internacional celebrado en Wuhan el pasado año. Ambas teorías comparten su nula base científica pero les separan sus efectos: la temida propaganda china confirmó su inutilidad para modular la opinión pública global mientras muchos siguen convencidos hoy de que el virus nació en el laboratorio de Wuhan. China asumió que necesitaba materiales menos descerebrados y se ha esforzado en amplificar cualquier estudio internacional que insinuara la presencia del virus en algún rincón del mundo antes de la explosión de Wuhan: España, Italia, Francia… Son estudios que la comunidad científica contempla como hipótesis pero que están lejos de ser concluyentes. Con el coronavirus han emergido los llamados “lobos guerreros”, diplomáticos chinos más beligerantes y activos en las redes sociales, que obtienen resultados similares a cuando imperaba la prudencia confuciana. Lo justificó recientemente el viceministro de Exteriores, Le Yucheng: “Cuando alguien interfiere en tus asuntos, multiplica sus abusos y desacredita a tu país, no queda otra opción. Tenemos que defendernos”. 

Conviene atender a las voces sensatas en la tormenta de la desinformación. Es injusto culpar a China de la pandemia, ha recordado Richard Horton, director de The Lancet. Los virus carecen de nacionalidad, ha subrayado la UNESCO.