Acuerdo con la UE

El coronavirus frena el Brexit duro

El cierre de fronteras y el caos por la pandemia ofrecieron una pista de cómo podía ser un divorcio de la UE sin acuerdo

Manifestantes anti-Brexit se manifiestan frente al Parlamento británico, este miércoles en Londres.

Manifestantes anti-Brexit se manifiestan frente al Parlamento británico, este miércoles en Londres. / HENRY NICHOLLS

Ramón Lobo

Ramón Lobo

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Fue una imagen simbólica: las fronteras del Reino Unido cerradas, colas kilométricas y miles de camiones atrapados en las carreteras de Kent. Los medios de comunicación británicos agitaron el fantasma del desabastecimiento. Francia cerró fronteras, una medida que apenas duró un día y medio tras detectarse en el Reino Unido una mutación del Covid-19. Se sabe que es más contagiosa, pero aún no si resulta más mortífera. Las cautelas francesas no tenían que ver con el Brexit, pero ofrecieron una pista de cómo podrían terminar las cosas tras un divorcio brusco, sin un acuerdo con la UE.

Tal vez estas imágenes y el miedo de una población, que ya sufre en Londres y otras zonas del sur un fuerte confinamiento durante las fiestas, ha obligado el Gobierno de Boris Johnson a suavizar sus pretensiones negociadoras. Hemos pasado de presumir de un Brexit a las bravas, que hubiese sido el colofón de un camino en el que primó la estupidez sobre la inteligencia, a pactar un acuerdo comercial pregonado como histórico antes de leer su letra pequeña.

Johnson y sus aliados se han topado con la realidad en medio de una pandemia, y en espera de una vacunación masiva. Los encantamientos de la música del Hamelin nacionalista dejaron de funcionar. Hubo descontrol, contradicciones y la sensación de estar a bordo de un barco a la deriva. Mal asunto para una economía capitalista que depende de las certidumbres.

Una columnista del diario The Guardian tituló su texto: “Pánico, escasez y pesimismo: vida en la Isla Plaga del Reino Unido”. No corren buenos tiempos en el país de William Shakespeare. Antes de que me acusen de antibritánico les diré que mi madre y una parte importante de mi familia son británicos. Siento un enorme cariño y respeto por ese país.

El impacto del Brexit

Pese a contar con una sólida mayoría conservadora en el Parlamento (364 diputados frente a 200 laboristas), Johnson sufre una ruidosa contestación dentro y fuera de su partido. Su gestión de la pandemia ha sido desastrosa, un ejemplo de incompetencia supina.

El Brexit ha aumentado las tensiones territoriales, no solo con Escocia que promete un nuevo referendo para marcharse del Reino Unido y reingresar en la UE (veremos qué dice España); también en Irlanda del Norte donde crecen las voces que coquetean con una Irlanda unida a sabiendas de que es un envite para la próxima generación, o la siguiente.

El Brexit fue consecuencia de una fantasía populista, el mayor error autoinfligido por el Reino Unido en cientos de años. Lo más grave es que se trata de una equivocación celebrada por las élites, que siempre fueron egocéntricas y un tanto racistas. ¿Recuerdan el célebre titular del The Daily Mail, “Niebla en el Canal el continente aislado”? Nace de la misma cepa nacionalista que empujó a 17.410.742 británicos a dispararse en los pies en el referéndum de junio de 2016 para escapar de la cárcel de la UE. Muchos (no todos) están arrepentidos, pero la opción de un segundo referéndum no será viable durante años.

El Brexit fue una apuesta para derribar a un primer ministro David Cameron y colocar en su lugar a Boris Johnson, un tipo culto, divertido e incompetente. Fue un juego contra el sistema operativo de la democracia dirigido por Dominic Cummings, un genio de la manipulación colectiva, un visionario del mundo en el que estamos en el que la tecnología puede alterar el humor de la opinión pública y afectar a las elecciones. Explica la victoria de Donald Trump en EEUU, donde un número elevado de crédulos le siguen hacia el precipicio. Pese a las diferencias, ambos países han apartado la verdad del centro del debate.

Las vacunas demuestran la importancia de la cooperación internacional cuando el problema es global, ya afecta a todos los países, a cientos de miles de empresas y a millones de personas que han perdido sus trabajos, o que los van a perder.

Frente a esa cooperación científica exprés (para salvar a los ricos, a los que pagan) crecen las soluciones simples, las recetas nacionalistas y el odio. Es el miedo lo que alimenta el discurso de las extremas derechas, el que inflama titulares en los medios, en Internet y en la televisión. Dan clics, por eso tienen eco. Pocos se toman la molestia en situar sus bravatas en un contexto democrático y en denunciar su falsedad. Ese tipo de desatino ultra no salva vidas, ni las de los infectados por el Covid-19 ni la de los infectados por la pobreza y la injusticia crónica. Lo peor del esperanzador 2021 es que llega sin una vacuna eficaz contra la indecencia moral.

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