La pandemia en Asia

El covid es solo cosa de pobres en el rico Singapur

La mitad de los trabajadores inmigrantes se ha contagiado de coronavirus y solo un 0,25% de la población local

Las autoridades mantienen el largo encierro para los extranjeros pese a haber eliminado prácticamente los casos

Visitante se hacen fotos en las inmediaciones del aeropuerto de Singapur, este jueves.

Visitante se hacen fotos en las inmediaciones del aeropuerto de Singapur, este jueves. / EFE / EPA / WALLACE WOON

Adrián Foncillas

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Dos mundos se aprietan en la diminuta y esplendorosa Singapur. La tasa de contagios del coronavirus es del 0,25% entre locales, que comparten con banqueros alemanes y abogados estadounidenses. Y roza el 50% en el de los inmigrantes laborales de India, Bangladesh o Birmania. De las elefantiásicas desigualdades sociales y económicas de la ciudad-estado se había escrito mucho pero la pandemia las ha empujado a otra dimensión.

Las cifras, conocidas esta semana, manchan una lucha contra el coronavirus que ha sido tozudamente glosada por sus ágiles cierres fronterizos, cuarentenas quirúrgicas, detectivescos rastreos de contagios y tests masivos y gratuitos. El resultado llega tras la suma de dos campañas. La primera había concluido meses atrás con 54.505 positivos en las pruebas de PCR que detectan contagios presentes. Y la segunda, con las pruebas serológicas que revelan infecciones pasadas, ha añadido 98.289 casos. Esos 152.794 trabajadores suponen el 47% de los aproximadamente 320.000 inmigrantes. Faltan aún otras 65.000 pruebas así que se da por descontado que el porcentaje subirá. Fuera de los dormitorios de la periferia donde se hacinan los trabajadores, se han registrado solo 4.000 casos.

Devueltos a sus dormitorios

Es un gremio tan invisible como imprescindible en el engranaje de la vibrante capital financiera. Se emplean en la construcción, astilleros, manufacturas o limpieza por sueldos que rondan los 400 euros cuando la media nacional alcanza los 3.000 euros. Sus dormitorios, fábricas reconvertidas en su mayoría, son una fiesta para una pandemia, con comedores y baños compartidos y habitaciones con una quincena de literas. Aquellas pruebas PCR ya habían insinuado la magnitud del problema e impuesto confinamientos estrictos que, tras los últimos datos, se antojan mejorables. Sólo los positivos con síntomas medianos y graves fueron trasladados a instalaciones de aislamiento. A los asintomáticos o con síntomas leves se les devolvió a las habitaciones con su prueba positiva en el bolsillo y su potencial contagioso intacto.

"Fue una locura, ignoro por qué el Gobierno tomó esa política. Quizá carecía de suficiente espacio para aislarlos y hubo de priorizar. Sospechábamos que la situación era preocupante pero las últimas cifras nos han sorprendido", señala por teléfono Alex Au, vicepresidente de la oenegé Transient Workers Count Too. En aquellos meses, cuando faltaban instalaciones para aislar a los emigrantes infectados, los locales y expatriados que regresaban a Singapur eran confinados en hoteles de cinco estrellas con los gastos pagados.

El Gobierno reivindicaba esta semana la victoria contra el coronavirus en los dormitorios aireando las cifras oficiales y agradeciendo el esfuerzo de los 3.000 funcionarios y voluntarios. Sólo dos trabajadores muertos, apenas 25 ingresados en la uci, ningún contagio desde octubre y luz verde al 98% de la comunidad para que retome sus labores. La tasa de contagio en los dormitorios y la que el ministro de Desarrollo Nacional, Lawrence Wong, definió como "nuestra comunidad", se han igualado ya a la baja. Ahora comparten 0,1 casos nuevos diarios, una ridiculez.

Una amenaza

Pero persisten los dos mundos paralelos. En el primero han abierto los bares, restaurantes y cines y se han levantado las restricciones de movimiento. En el segundo se sale del dormitorio para acudir a la faena y se regresa sin escalas. "No tienen vida social, no pueden visitar a los amigos, ni comprar, ni siquiera ir a rezar. Es muy injusto. Es como una prisión, nos preguntan cómo pueden salir de ahí. La cuarentena era justificada meses atrás, cuando los contagios eran altos, pero no ahora. El Gobierno se ha vuelto paranoico, sigue viéndolos como una amenaza", lamenta Au.

Al régimen carcelario no lo sustenta la lógica ni la ciencia. Primero, porque un contagio cada 10 días no justifica el castigo preventivo de 300.000 seres humanos. Y, segundo, porque son el gremio en Singapur más seguro, muy cerca de la inmunidad del rebaño, sometido a pruebas cada dos semanas y rebosante de anticuerpos.

El Gobierno también anunciaba esta semana una experiencia piloto que en enero romperá el aislamiento fronterizo. Consiste en un edificio burbuja en los aledaños del aeropuerto con extremas medidas de seguridad para que los empresarios y financieros locales puedan reunirse con "viajeros de alto interés económico".

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