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Trump presiona a los estados republicanos para que cambien el resultado electoral

El todavía presidente de EEUU, Donald Trump.

El todavía presidente de EEUU, Donald Trump. / periodico

Ricardo Mir de Francia

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La campaña de Donald Trump para subvertir el desenlace de las<strong> </strong>elecciones presidenciales en Estados Unidos ha entrado en una fase todavía más rocambolesca y tóxica para el futuro de la democracia estadounidense. Tras ver cómo los tribunales desestimaban por falta de pruebas sus infundadas denuncias de fraude, el presidente se ha embarcado en un intento de convencer a los estados republicanos donde se decidió su derrota para que se nieguen a certificar el resultado, una maniobra de dudosa legalidad que busca aparentemente liberar a los compromisarios encargados de entregar sus votos al ganador cuando el Colegio Electoral se reúna el próximo 14 de diciembre. Esa estrategia ha sufrido su primer revés en Georgia, donde el recuento manual ha vuelto a dar la victoria a Joe Biden, el primer demócrata en hacerse con el estado en casi tres décadas. 

Trump no ha sabido perder ni cuando ha ganado, como quedó de manifiesto hace cuatro años, cuando dijo que los casi tres millones de sufragios que le sacó Hillary Clinton en el voto popular fueron emitidos por inmigrantes indocumentados. La farsa no tuvo mucho recorrido, a pesar de que el republicano llegó a crear una comisión de investigación tras llegar a la Casa Blanca, una comisión que tuvo que disolverse poco después por falta de resultados. Esta vez todo es mucho más grave porque su derrota no tiene paliativos. Casi siete millones de votos populares menos que Biden, el candidato más votado de la historia, y una desventaja en el colegio electoral de 306 a 232 votos. Esa diferencia es muy parecida a la que él mismo obtuvo en 2016. Por entonces, describió su victoria como "aplastante".

Transición en jaque

Esta vez, sin embargo, el presidente sigue rechazando el axioma básico de la democracia, lo que ha convertido a EEUU en un clon de Bielorrusia, un régimen bananero incapaz de garantizar una transición ordenada en la Casa Blanca cuando la vida de millones de personas depende de ello. Su Administración ni siquiera ha entregado al equipo de Biden los detalles de sus planes para hacer frente a la pandemia, que sigue batiendo récords de contagios cada día que pasa. El ridículo es monumental. "Los números no mienten", dijo el viernes el secretario de Estado de Georgia, el republicano Brad Raffensperger, tras concluir el recuento manual de los cinco millones de votos emitidos en el estado. "Creo que los números que hemos presentado hoy son correctos". 

Raffensperger afirmó inicialmente que el resultado había sido certificado, pero más tarde se desdijo para explicar que habrá que esperar unas horas más. El segundo recuento le ha dado a Trump 1.872 papeletas más de las contabilizadas en un primer momento, una cifra insuficiente para invalidar su derrota por más de 12.000 votos. 

Deserciones republicanas

A medida que pasan los días, crece el número de republicanos hartos con las tretas de su líder, que ha sido incapaz de demostrar en los tribunales ninguna de sus fantasiosas teorías. "El presidente se ha puesto ahora a presionar abiertamente a los funcionarios estatales y locales para que subviertan la voluntad del pueblo y le den la vuelta al resultado", dijo la víspera Mitt Romney, convertido en la voz de la conciencia de un partido que hace tiempo que renunció a ella. "Es difícil imaginar una acción peor y más antidemocrática de un presidente en ejercicio". 

Hasta los mejores propagandistas del presidente en Fox News están frustrados. Tucker Carlson explicó el jueves que había invitado a una de las abogadas del presidente a exponer el caso en su programa, pero tuvo que rendirse ante la incapacidad de Sydney Powell de entregarle una sola prueba documental del supuesto fraude. "Nunca nos envió una sola prueba, a pesar de nuestras múltiples y educadas solicitudes. Ni una sola página. Y cuando la presionamos, se enfadó y nos dijo que dejáramos de contactarla". Pero no queda un ápice de integridad en la Casa Blanca, que ha conseguido que la mayoría de votantes republicanos crean que las elecciones fueron un pucherazo. 

Perversión del sistema

Trump invitó el viernes a la Casa Blanca a los líderes parlamentarios de Michigan, ambos conservadores, con la intención de presionarles para que no certifiquen su derrota en el estado por 156.000 votos. Su equipo legal cree que, de funcionar la estrategia, esos mismos Parlamentos controlados por su partido podrían nombrar a compromisarios leales al presidente para que le atribuyan la victoria en sus respectivos estados cuando se reúna el Colegio Electoral. Una perversión del sistema como mínimo osada porque la ley de Michigan obliga a sus compromisarios a votar por el candidato que más votos populares obtuvo en el estado. "Eso no va a suceder", dijo esta semana el líder republicano del Senado de Michigan. "Vamos a seguir la ley y sus procedimientos".

Trump no ha dejado de dinamitar las normas desde que es presidente y el jueves llamó a dos interventores republicanos del área metropolitana de Detroit que trataron de dar marcha atrás tras certificar el resultado en su condado, toda una intromisión en el engranaje electoral. Pero no fue el único momento marciano del día. Esa misma tarde su abogado, Rudolph Giuliani, dio una rueda de prensa en Washington más propia de una escenificación dadaísta.

El alcalde de América, como fue conocido antes de convertirse en una inagotable fábrica de conspiraciones, llegó a decir que el supuesto fraude masivo habría sido orquestado desde Venezuela, cuyo Gobierno habría hackeado las maquinas que contabilizan los votos. "Yo conozco los crímenes, los puedo oler", dijo Giuliani mientras le caían por las patillas chorretones de tinte, toda una metáfora de la grotesca debacle final de la presidencia Trump.