El yihadismo, una amenaza viva en Europa

Entre el 2015 y el 2017, el terrorismo islamista se ensañó en el continente causando decenas de muertos. Los recientes atentados de Francia y Austria han devuelto al recuerdo aquella pesadilla

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Laura Puig

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La infausta noche del 13 de noviembre del 2015 en París, cuando tres comandos del Estado Islámico acabaron con la vida de 130 personas e hirieron a más de 400 en varios ataques, marcó el principio de una pesadilla para Europa de la que todavía no ha despertado. Durante dos años, Francia, Bélgica, el Reino Unido, Alemania, Turquía y España vivieron crueles atentados yihadistas que segaron la vida de decenas de personas y alteraron para siempre la percepción de seguridad de sus habitantes.

Los ataques contra la Rambla de Barcelona y Cambrils del 17 de agosto del 2017 marcaron el final de esta espiral macabra, pero la amenaza sigue viva. En los últimos meses, el recuerdo de aquellos años ha vuelto con fuerza con tres atentados en Francia y otro en Austria.

El 25 de septiembre, un pakistaní de 18 años apuñaló a dos hombres junto a la antigua sede de 'Charlie Hebdo' movido por la "cólera", según confesó, después de que la revista satírica volviera a publicar las caricaturas de Mahoma. Tres semanas más tarde, el 16 de octubre, otro joven de 18 años, un refugiado ruso de origen checheno, decapitó al profesor Samuel Paty cerca del instituto donde enseñaba geografía e historia. Paty había mostrado las caricaturas de Mahoma en una clase sobre libertad de expresión. Por último, el 29 de octubre, un tunecino de 21 años mató al sacristán de una iglesia y a dos feligresas en Niza. Finalmente, la barbarie terrorista se ensañó en Viena el pasado 2 de noviembre, cuando un joven de 20 años con doble nacionalidad -Austria y Macedonia del Norte- disparó indiscriminadamente con un fusil de asalto a viandantes en el centro de la ciudad matando a cinco personas.

El recuerdo de la barbarie también se mantiene fresco con los juicios por el ataque contra 'Charlie Hebdo', que tuvo lugar en enero del 2015, y el de La Rambla, que arrancó el pasado martes en la Audiencia Nacional y que ha sacado a la luz pública un vídeo inédito de los terroristas preparando explosivos en Alcanar y profiriendo amenazas.

Unas amenazas que, como explica a EL PERIÓDICO el director del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado, Manuel Navarrete, siguen hoy en día vigentes aunque el terrorismo islámico no cuente ahora con una capacidad tan sofisticada como la de aquellos dos años en los que el terror se adueñó de Europa.

TEXTO: Silvia Martinez

El martes 22 de marzo del 2016 Bruselas se despertó golpeada por el terrorismo yihadista en el que está considerado como el ataque más mortífero jamás vivido en Bélgica. Fue una triple explosión casi simultánea cometida por tres terroristas kamikazes, los hermanos Ibrahim y Khalid El Bakraoui así como Najim Laachraoui, en dos infraestructuras clave de la ciudad que dejaron un trágico balance: 32 muertos y 340 heridos.

Las dos primeras explosiones tuvieron lugar en el vestíbulo de salidas del aeropuerto de Zaventem, cerca de los mostradores de las compañías Brussels Airlines y American Airlines, a las 7.58 de la mañana, y la tercera poco después, a otra hora punta en la capital, las 9.11, en la estación de metro Maalbeek, situada en pleno corazón del barrio europeo.

Los atentados, reivindicados por el Estado islámico a través de su agencia de prensa Amaq, se desarrollaron unos días después de la detención en la capital belga de Salah Abdeslam único superviviente del comando yihadista autor de los atentados de París de noviembre del 2015 y ya condenado a 20 años de prisión por el tiroteo contra policías en Bruselas tres días antes de su arresto en el barrio de Molenbeek. El proceso de instrucción de este caso terminó el año pasado y está previsto que el juicio oral comience en septiembre del 2021 con 13 hombres inculpados.

Desde el terrible atentado de Bruselas, el país ha vivido otros ataques aislados pero de mucha menor intensidad y cometidos por personas radicalizadas sin el apoyo de la organización terrorista. El 6 de agosto del 2016 un hombre de 33 años de nacionalidad argelina, hería de gravedad con un machete a dos policías en la localidad de Charleroi antes de ser abatido por la policía.

Un año más tarde, el 25 de agosto del 2017, tres militares eran agredidos por un individuo con un cuchillo en el centro de Bruselas al grito de Allah Akbar. El individuo, de origen somalí, tampoco estaba fichado por vínculos con el terrorismo yihadista. Además, en junio del 2019 las autoridades belgas detuvieron a un joven belga de 22 años sospechoso de planear un atentado de motivación yihadista contra la embajada de Estados Unidos.

TEXTO: Irene Casado Sánchez

El 14 de julio del 2016, cientos de personas se dieron cita en el Paseo de los Ingleses, una extensa avenida que bordea la costa de la Bahía de los Ángeles, en la ciudad de Niza, para ver los fuegos artificiales de la gran fiesta nacional francesa. Minutos después del espectáculo pirotécnico, comenzó el drama: Mohamed Lahouaiej Bouhlel se precipitó entre el gentío con un camión de 19 toneladas, atropellando a todo aquel que se cruzara en su camino. En total, 86 personas perdieron la vida y más de 400 resultaron heridas, arrolladas por el camión o por las balas del conductor lanzadas contra la multitud. Francia acababa de vivir un nuevo atentado terrorista.

La sangrienta carrera de Mohamed Lahouaiej Bouhlel, tunecino de 31 años, acabó con su muerte, abatido a tiros por la policía. Dos días después del trágico suceso, el Estado Islámico reivindicó el ataque: "La persona que llevó a cabo la operación en Niza […] era un soldado de Daesh […]", reportó por aquel entonces el portal de seguimiento de información yihadista SITE. El ataque habría sido una respuesta a los llamamientos de la organización para atentar contra ciudadanos de los países involucrados en la coalición internacional creada para combatir al grupo terrorista.

El pasado día 30 de abril, los jueces dieron por concluida su investigación. A partir de entonces, se abrió un período de un mes para que las partes presentasen sus observaciones y la Fiscalía Nacional Antiterrorista formulase sus solicitudes. El ministerio público pidió la remisión de nueve personas al Tribunal Penal de París, específicamente compuesto y competente en materia de terrorismo. Los magistrados deberán ahora estudiar las peticiones y observaciones antes de tomar una decisión definitiva sobre la celebración del juicio, que no tendrá lugar hasta dentro de un año como mínimo.

Dado que el autor material de los hechos no estará presente en el futuro proceso judicial, los magistrados deberán determinar si los acusados, presuntos cómplices del ataque, conocían o no el macabro plan de Mohamed Lahouaiej Bouhlel.

TEXTO: Andreu Jerez

"La verdad es que el extremismo de derecha es la mayor amenaza para nuestro país". Son palabras pronunciadas a principios de este año por el ministro federal del Interior de Alemania, el socialcristiano Horst Seehofer. Era su respuesta a las críticas recibidas desde diferentes instancias políticas y sociales por haber subestimado el potencial del terrorismo neonazi y supremacista, responsable de varios atentados y ataques durante los últimos años en Alemania. Pese a la puntualización, Seehofer agregó que las autoridades no debían olvidar la amenaza del yihadismo.

Con más de 200 asesinados en las últimas tres décadas -según cifras de la Fundación Amadeu Antonio-, el terrorismo neonazi es, con diferencia, el que más víctimas acumula en Alemania. Con todo, todavía está fresco en la memoria el peor atentado yihadista de la historia de la República Federal: el 19 de diciembre del 2016, minutos después de las ocho de la noche, el tunecino Anis Amri embestía con un camión a los asistentes de un mercado navideño situado en la Breitscheidplatz, en pleno centro comercial del Berlín oeste.

Amri mató a 12 personas y dejó decenas de heridos graves. El terrorista también asesinó de un disparo al conductor polaco al que había robado previamente el camión. Después del atentado, Amri consiguió huir del lugar. Finalmente, fue abatido días después por la policía italiana en un control de carretera cerca de MilánEstado Islámico reivindicó un atentado que dejó secuelas en la planificación urbana de la capital alemana: el escenario del ataque, así como otras plazas céntricas de Berlín, siguen hoy protegidas de manera preventiva por barreras y bloques de hormigón para intentar evitar episodios similares.

El último informe sobre las amenazas anticonstitucionales publicado el año pasado por los servicios secretos alemanes apunta que en el país hay alrededor de 28.000 personas pertenecientes a los círculos yihadistas, islamistas o salafistas -o del "islam político", como lo denomina la inteligencia alemana- que suponen una amenaza potencial. Esa cifra significa un aumento del más del 5% con respecto al 2018.

TEXTO: Adrià Rocha Cutiller

Era el fin de año del 2016 y los turcos hacían sus deseos de nuevo año, que se basaron, seguramente, en que el fatídico año que dejaban atrás realmente quedase atrás. Que el 2016, año de un atentado terrorista al mes más el golpe de Estado del 15 de julio, no se repitiese. Pero llegó el 1 de enero del 2017 y, en pocas horas, los sueños ya se habían roto: un par de horas después de las campanadas, un hombre entró a una discoteca de Estambul a las orillas del Bósforo armado con un fusil kalashnikov y la misión de matar a tantas personas como pudiese. 39, incluyendo un policía, murieron en el club Reina, uno de los más prestigiosos de la ciudad y que ahora, tres años después, ha sido derrumbado.

El autor del atentado, que fue reivindicado por el Estado Islámico (EI), fue Abdulkadir Masharipov, de nacionalidad uzbeka, al que no se detendría hasta el 17 de enero. Se le encontró en un piso franco de la banda yihadista en un barrio periférico de Estambul.

En un principio parecía que el sueño de fin de año de los turcos no se cumpliría, pero sí lo hizo: el de la discoteca Reina fue el último atentado terrorista vivido en el país anatolio hasta la fecha. El miedo, sin embargo, persistió unos cuantos meses más: los turcos siguieron viviendo con pánico las horas de transbordo en el transporte público -desde entonces, todas las entradas al metro tienen detectores de metales y un policía controlando-, y las muchedumbres en el centro de la ciudad, que eran evitadas a toda costa. Cualquier medida era poca.

Pero ahora, tres años después, el miedo se ha ido y la vida ha vuelto a la normalidad en Estambul -covid mediante-. El Gobierno aseguró hace unas semanas haber desarticulado la estructura del EI en Turquía, pero los turcos, preocupados por la situación económica y la devaluación de la moneda, ya miran a otro lado. Masharipov, por su parte, fue condenado hace dos meses a 40 cadenas perpetuas por el asesinato de 39 personas más 1.432 años de cárcel por intentar asesinar otras 79.

TEXTO: Begoña Arce

El aforo completo y una ilusión desbordante. Para centenares de niños y adolescentes, el de Ariana Grande el 22 de mayo del 2017, era el primer concierto de su vida. Sería el último para 22 de los asistentes. Pocos instantes después de las 22.30 horas de la noche, cuando menores y padres comenzaban a abandonar el Manchester Arena, Salman Abedi, de 22 años, detonó la bomba con metralla que llevaba en una mochila a la espalda. Además de los fallecidos, dejó tras de sí a más de un centenar de heridos.

Abedi era un británico residente en Manchester de origen libio, en contacto con extremistas islámicos. Su familia había retornado a Libia desde donde sería extraditado más tarde su hermano, Hashem Abedi. El pasado mes de agosto fue condenado por la justicia británica a 55 años de cárcel.

Los dos prepararon durante meses el ataque, comprando y almacenando ingredientes. Un informe del Comité de Inteligencia y Seguridad del Parlamento advertiría posteriormente de lo "caduca" de la regulación para la compra de componentes para elaborar explosivos. Abedi los adquirió en Amazon y aprendió en YouTube a construir la bomba.

Aquel atentado había estado precedido dos meses antes por el ataque en el puente de Westminster de Khalid Masood, un británico convertido al islam. Arrolló mortalmente a cuatro personas, hirió a más de 50 y acabó a puñaladas con un policía en la puerta del Parlamento, antes de ser abatido a tiros.

TEXTO: Begoña Arce

Con la sociedad británica todavía en shock por el atentado de Manchester, 12 días más tarde, la noche del 3 de junio, el terrorismo islámico golpeó de nuevo a Londres. Una furgoneta circulando a toda velocidad se lanzó contra los numerosos transeúntes que caminaban por la acera de London Bridge, matando a dos de ellos. El vehículo había sido alquilado poco antes por los tres ocupantes, un paquistaní, un marroquí y un tercero cuyo origen -Libia o Marruecos- todavía no se ha clarificado. El vehículo terminó estrellándose y los tres agresores continuaron entonces a pie.

Armados con cuchillos de 30 centímetros que llevaban atados a la muñeca y portando chalecos explosivos que resultaron ser falsos, comenzaron apuñalar a quienes hallaron a su paso en el mercado de Borough. Eran las diez de la noche y la zona, una de las más populares de la capital, llena de bares, terrazas y restaurantes, estaba llena a rebosar.

En medio del pánico general, asesinaron a otras seis personas más, entre ellas el español Ignacio Echeverría, que trató de detener a uno de los terroristas. La policía acabó a tiros con ellos, ocho minutos después de haber recibido la primera llamada de alerta. Las ambulancias atendieron a 48 heridos. El llamado Estado Islámico reivindico el ataque.

En los tres años siguientes ha habido una decena de ataques de extremistas de este mismo signo. Los autores actuaron en solitario, apuñalando, en la mayoría de los casos, a víctimas elegidas al azar.

TEXTO: Guillem Sánchez

El 17 de agosto del 2017, un joven marroquí criado en Ripoll (Girona) irrumpió en La Rambla de Barcelona y llevó a cabo una masacre que segó la vida de 14 personas que a las cinco de la tarde paseaban por la arteria de la capital catalana. Era solo el primer capítulo del doble atentado que una célula de yihadistas adolescentes, radicalizados por el imán Abdelbaki Es Satty, improvisó tras la explosión de Alcanar la noche anterior.

En el chalet de una urbanización de esta localidad tarraconense, Es Satty ultimaba la preparación del explosivo casero TATP, conocido como 'madre de Satán', un producto habitual en ataques islamistas recientes. El objetivo era detonar varias cargas entre los turistas del templo de la Sagrada Familia, un icono que publicaciones yihadistas habían situado desde hacía meses en la diana de la organización Estado Islámico. Algo salió mal y la casa estalló, una explosión de la que hubo un único superviviente, que no abrió la boca al ser evacuado por los servicios de emergencia. El resto del grupo decidió atropellar personas en La Rambla e irrumpir con cuchillos en el paseo marítimo de Cambrils para sortear el contratiempo de la muerte de su líder y la pérdida del TATP.

A las 11 de la noche del 17 de agosto, los Mossos d’Esquadra revelaron a una sociedad conmocionada por los hechos de La Rambla que el salvaje atropello guardaba relación con la explosión de Alcanar, que hasta entonces parecía tener origen accidental. Faltaban dos horas para que otros cinco adolescentes de Ripoll completaran la segunda parte del plan en Cambrils. Los agentes desplegados en estado de máxima alerta pudieron abatirlos antes de que culminaran esa matanza aunque no pudieron evitar una víctima más, la número 16. Youness Abouyaaqoub, el conductor de Barcelona en su huida había matado a la número 15, un hombre que aparcaba junto a la universidad. Demasiadas muertes, demasiada información para digerirla en una jornada gobernada por las emociones. Cuatro días más tarde, Abouyaaqoub fue neutralizado. La investigación reunió las piezas necesarias para explicar lo ocurrido. Faltaba mucho para entenderlo.

Más de tres años después, el juicio por unos hechos que supusieron el primer y doloroso contacto de Barcelona con la amenaza yihadista ha arrancado esta semana en la Audiencia Nacional, con el arrepentimiento del único superviviente de la explosión de Alcanar, Mohamed Houli Chemlal. La tormenta política con acusaciones cruzadas entre los gobiernos catalán y español por falta de colaboración no está cerrada. Y la amenaza yihadista, avisan los policías, sigue activa.

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