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China asume con Biden una nueva normalidad de tensiones

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Adrián Foncillas

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“El auge de China es positivo no sólo para China sino para Estados Unidos y el orden mundial”, juzgaba Joe Biden cuando era vicepresidente, tras regresar de Pekín en 2011. Recientemente llamó matón a Xi Jinping, el líder con el que deberá sentarse en breve a discutir cuestiones globales, durante unas elecciones en las que compitió a diario con Trump en zurrarle a Pekín. 

Es la evidencia de cómo se ha degradado la percepción sobre China en su país. China era quince años atrás la sexta economía del mundo y será la primera en diez: en menos de una generación habrá desbancado a Estados Unidos. Cuesta creer que apenas un puñado de años atrás aún se debatía en Washington si China era un aliado o un rival. Hoy sólo existe la certeza de que urge ponerle palos en las ruedas para retrasar lo inexorable. La mayoría aplastante con la que se han aprobado las últimas leyes de castigo contra Pekín, en asuntos como Xinjiang o Hong Kong, revelan que sólo China une a republicanos y demócratas. Y, en paralelo a Washington, la población ha alimentado un sentimiento antichino sin precedentes: dos terceras partes de los estadounidenses ven a China de forma negativa, según los últimos sondeos.  

Los líderes chinos habrán asistido al recuento electoral con el sosiego del que no se juega nada porque ya comprendieron que el marco político y social estadounidense constriñe a cualquier presidente y que la hostilidad ha llegado para quedarse. El Plan Quinquenal aprobado recientemente, que subraya el autoconsumo y la autosuficiencia tecnológica, se entiende en ese escenario.  

Interlocutor sensato

Los cambios se esperan en las formas. De Biden se prevé una diplomacia más académica y alejada del twitter, más consistente y con menos ventoleras. No es una cuestión menor para Pekín, desorientada a menudo con Trump, contar con un interlocutor sensato y predecible. La desaparición de halcones como Mike Pompeo o John Bolton, en permanente rumbo de colisión, también aceitará el diálogo. 

No se esperan bandazos en el fondo pero sí es previsible que se exploren áreas de interés conjunto. “Biden está dispuesto a trabajar con China en el cambio climático, los acuerdos nucleares con Irán, la Organización Mundial del Comercio y otros asuntos globales. Su asesor en política exterior ya ha aclarado que está completamente en contra del decoupling (desconexión) que defienden algunos en la administración Trump”, señala Stanley Rosen, sinólogo de la Universidad de South Carolina. 

También es previsible que Estados Unidos recupere algo del liderazgo global que la política “América primero” desdeñaba. Su retirada de los acuerdos climáticos de París y del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) han convertido a Pekín en el improbable bastión en cuestiones medioambientales o de libre comercio. También ha aumentado China su huella en una Europa que perdió la sintonía con Estados Unidos y su papel ha quedado fortalecido en la Organización Mundial de la Salud y la Organización Mundial del Comercio tras las críticas furibundas de Trump.  

En los análisis sobre los efectos de la victoria demócrata se alude al restablecimiento de los lazos y el multilateralismo en contraste con la lucha en solitario de Trump. Se desconoce quién se impondrá en la batalla por la influencia global pero ya podemos adelantar que Estados Unidos saltará al terreno de juego tras cuatro años de incomparecencias. Biden ha anunciado que negociará el TPP, aquel acuerdo que cocinó Obama de espaldas a China, y que aceptará los compromisos de París.  

Entusiasta aliado

No se intuye ninguna solución a la guerra comercial y tecnológica ni ningún acercamiento en asuntos como Hong Kong o Xinjiang. Pero la salida de Trump podría reducir los roces en el estrecho de Formosa tras la pérdida del más entusiasta aliado del Gobierno independentista de Taiwán. La terquedad de Trump en pisar todos los callos chinos ha empujado su política hasta lo irresponsable en un asunto que Pekín considera sagrado.  

“Ya incluso se valoraba que atracaran barcos militares estadounidenses o la presencia de marines en la isla. Biden va a atemperar esas políticas. Cuando le preguntaron recientemente qué haría si China invadía Taiwán, respondió que preguntaría al Congreso, y fue tachado de ambiguo. Quizás baje la temperatura en el estrecho porque, sin el apoyo de los republicanos, los independentistas reducirán sus desafíos. Y cualquier mejora en las relaciones entre China y Estados Unidos pasa por enfriar el tema taiwanés”, señala Xulio Ríos, director del Observatorio de Política China. El experto juzga que China prefería al demócrata a corto plazo, para recuperar el diálogo, y al republicano para el largo. “La política suicida de Trump allanaba el camino de China como potencia mundial”, sostiene

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