elecciones en EEUU

Trump: doble o nada

Para él la vida es un juego en el que no tiene cabida la derrota. Está por ver si el hombre que construyó mastodónticos casinos sale victorioso de su apuesta por revalidar la presidencia (Ilustración: SILVER LARROSA)

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Rafa Julve

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En Las Vegas, meca del juego y una de las ciudades de EEUU más castigadas por la crisis económica derivada del covid-19, el Trump International Hotel (un enorme lingote dorado de 190 metros y 64 plantas) trata de mantenerse inasequible al desaliento coronavírico. Su página web, que ofrece habitaciones por entre 118 y 2.140 dólares la noche, deja claras de partida dos cuestiones. Una: por "orden gubernamental, todos los huéspedes y asociados deben cubrirse la cara" (obvia la palabra mascarilla). Y dos: se trata de un establecimiento sin casinos. En ese hotel no tiene cabida ningún tipo de azar. Sin embargo, como veremos unas líneas más abajo, la trayectoria de su propietario sí ha transcurrido entre ruletas de la fortuna empresariales y locales de cartas y tragaperras. Ahora, su mayor apuesta pasa por repetir al frente de la presidencia del país y no quedar en el limbo de los que fracasaron en la reválida viendo diluidas sus políticas. Donald Trump: doble o nada.

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"Yo lo veo todo como un juego. Todos estamos jugando a un juego y con suerte jugaremos bien", resumió su perspectiva vital Trump a la popular presentadora Rona Barret el 6 de octubre de 1980. Con 34 años y convertido ya en uno de los neoyorquinos de oro, aquella fue su primera entrevista en televisión, cuando hacía más de un lustro que había despegado en el negocio de la construcción siguiendo la estela de su padre, Fred, un hombre severo donde los haya que le inculcó esa competitividad sin límites ni piedades.

LAS TRES PRIMERAS JUGADAS DEL MAGNATE

La vida de Trump (Nueva York, 14 de junio de 1946) ha sido a menudo una timba con más de un farol en la que ha saltado la banca incluso de forma inesperada. En el polémico libro 'Fuego y furia. Dentro de la Casa Blanca de Trump', el periodista Michael Wolff sostiene que la carrera del magnate por convertirse en el 45º presidente de EEUU era sobre todo una estrategia de márketing para aumentar su popularidad y favorecer sus negocios. Semanas antes, su equipo pensaba que las posibilidades de ganar eran ínfimas, por lo que el objetivo pasaba solo por no hacer el ridículo con una derrota estrepitosa. Por esa razón, cuando la noche electoral de noviembre del 2016 las perspectivas dieron un vuelco, sus caras se convirtieron en todo un poema. El aspirante estaba "perplejo" y a su tercera esposa, Melania, "le saltaron las lágrimas, y no precisamente de alegría".

El periodista Michael Wolf sostiene que Trump estaba "perplejo" al verse ganador en el 2016 y a su esposa le saltaron las lágrimas, y no de alegría

El líder republicano arriesgó y ganó a la demócrata Hillary Clinton. Lo hizo con unas cartas marcadas a su favor que resultaron ser claves. Como recuerda Bob Woodward en 'Miedo. Trump en la Casa Blanca', el Comité Nacional Republicano destinó 175 millones de dólares en análisis y grandes volúmenes de datos del electorado"De cada posible votante sabían qué cerveza bebía, la marca y el color de su coche, la edad y la escuela de sus hijos, el estado de sus hipotecas, qué tabaco fumaba…". Y así clavaron su campaña y, aunque perdieron en votos, se alzaron con la mayoría de los representantes y con las llaves de la Casa Blanca.

En esta nueva partida electoral Trump se juega completar el tiempo máximo de mandatos posibles, como los grandes presidentes, o quedarse en el limbo de los que no pudieron renovar el cargo porque los votantes los castigaron en las urnas. En los últimos cien años, cuatro presidentes no han logrado renovar la confianza del electorado cuando ocupaban la presidencia, y solo uno de ellos, demócrata, dejó una huella que años después revalorizó su figura. 

Si no consigue apoltronarse en el despacho oval, algunas de sus políticas más sonadas corren el riesgo de ser demolidas sin miramientos por el aspirante demócrata, Joe Biden, el hombre de las siete vidas. Se acabaría la construcción del muro con México para frenar a los inmigrantes. Desaparecería la obsesión de echar sal en el sistema de salud sembrado por Barak Obama. Las políticas medioambientales volverían a ser tomadas en serio en lugar de ser arrasadas y se mitigarían el proteccionismo económico, la búsqueda de un enemigo exterior, la imposición de aranceles y la reducción de impuestos sin mesura.

Pero Trump siempre tiene una legión de seguidores dispuestos a seguirle el juego. Hombres blancos, sin estudios y del EEUU más rural fueron principalmente los que le auparon a la presidencia en el 2016. También encontró apoyos entre las mujeres acomodadas de las urbanizaciones residenciales metropolitanas, que ahora ya no lo ven con tan buenos ojos aunque políticos de otros lares hayan copiado sus métodos y sea casi un dios para algunos compatriotas.

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Los estragos sanitarios y económicos que está causando el coronavirus han destapado las vergüenzas de un Gobierno que se ha pasado meses menospreciando la pandemia mientras se le acumulaban demás incendios. Además del covid-19, y por mencionar solo una más, la indignación por los episodios de violencia racial se ha encrespado de tal manera que puede aumentar la participación de las minorías en los comicios y convertirse en una de las bazas a favor de Biden, que ha sabido jugar sus bazas en la campaña. Hasta el mundo del deporte, otrora mojigato en la arena política, ha salido a criticarle. Votar se ha puesto de moda, y eso no parece favorecerle.

Y si pierde no sería la primera vez. La debacle de sus casinos en Atlantic City es buena muestra de ello. El primero de ellos, el Trump Plaza, lo abrió el 14 de mayo de 1984 y llegó a obtener más de 20 millones de dólares en beneficios al año. En 1985 llegó el Trump Castle y en abril de 1990 subió el telón el Taj Mahal, un megalómano proyecto de 11.000 metros cuadrados y mil millones de dólares de inversión que casi dilapida toda su fortuna. Dos años antes había tenido que recurrir al mercado de valores para financiar su construcción porque los bancos no le prestaban más dinero, pero en junio de 1990 las deudas lo atenazaban de tal manera que la revista ‘Forbes’ calculó que debía más de 3.200 millones de dólares.

Trump tuvo que declarar la bancarrota del Taj Mahal y también se derrumbaron otros dos casinos. Al más puro estilo de lo que en España sería un Ruiz Mateos, sus impagos llevaron a la ruina a muchos contratistas que habían trabajado para él y su falta de fondos le forzó a vender el Hotel Plaza, su yate y muchas otras propiedades que había adquirido sin control años atrás, aunque una remontada en bolsa le permitió salir a flote. 

Ilustración de Donald Trump con su mastodóntico casino Taj Mahal, que resultó ser un fiasco. / SILVER LARROSA

El complejo de casinos fue sobreviviendo más mal que bien y llegó a encadenar tres declaraciones de bancarrota hasta que la partida no dio más de sí. En los últimos años se ha ido desprendiendo del sueño de Atlantic City y se han vendido incluso hasta los letreros y las toallas de unos palacios del juego antaño iluminados por lámparas de cristal de bohemia de 14 millones de dólares.

Pero ni entonces aceptó Trump la derrota. En 1989, en plena vorágine de pérdidas y debacle de su imagen personal, el magnate sacó a la venta un juego de mesa del estilo del ‘Monopoly’ que llevaba por título ‘Trump, the game’ y constaba del siguiente lema: ‘No se trata de ganar o perder, sino de ganar'. Sea como sea. Y en esta última partida, la de su reválida electoral, el actual presidente ya ha dejado claro que está dispuesto a no reconocer una eventual victoria de su contrincante. Como todo tahúr no soporta perder, y "su mayor temor --como relató Michael d'Antonio en 'La verdad sobre Trump'-- es ser ignorado, subestimado o irrelevante".

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