GUERRA EN LOS CONFINES DE EUROPA

Generación perdida en el Alto Karabaj

La mayoría de los heridos y fallecidos en la cruenta guerra que libran Armenia y Azerbaiyán son jóvenes de entre 18 y 20 años obligados a ir al frente para matar y morir por la patria

Una iglesia destrozada por un bombardeo en el Alto Karabaj.

Una iglesia destrozada por un bombardeo en el Alto Karabaj. / periodico

Adrià Rocha Cutiller

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Alisa, desde su refugio bajo el subsuelo de Stepanakert, las oye a todas horas: esta vez ha sonado fuerte; habrá caído cerca de la ciudad. La siguiente ha sido mucho más cerca y las paredes tiemblan, pero todo sigue en pie. La otra, casi imperceptible, ha explotado muy lejos y la sirena antiaérea ni se ha disparado. Pero esas, las que son lejanas e inofensivas para ella y para el grupo de 20 personas en su refugio, son las bombas que preocupan a esta mujer de 50 años.

La razón es simple: podrían ser para su hijo. "Cada vez que escucho los bombardeos muero de terror. Todas en este refugio tenemos familiares en el frente y tememos que les haya caído algo a ellos. Pero de momento mi hijo sigue entero. Rezo por él cada día", dice Alisa.

Un hombre mira por la ventana destrozada de su casa / ADRIÀ ROCHA CUTILLER

Todo empezó el pasado 27 de septiembre: esa mañana de domingo, por sorpresa, Azerbaiyán declaró que Armenia y las fuerzas del Alto Karabaj -un estado de facto y en territorio internacionalmente reconocido de Azerbaiyán- les habían atacado y que, por lo tanto, empezaban una "contraofensiva" contra el enemigo. Los armenios negaron haber sido los primeros, pero eso ya importaba poco. Tras 30 años de una cierta paz en las montañas del Cáucaso, la guerra volvía.

Durante tres semanas de batalla, los armenios han estado a la defensiva, y la población civil de ambos bandos ha sido bombardeada. Cerca de 70 civiles han muerto por ataques contra zonas residenciales. Pero esta cifra oculta otra muchísimo más grande y difícil. En los frentes de batalla -en ambos lados-, no luchan soldados profesionales cuya elección laboral ha sido la del Ejército, sino que lo hacen chavales y chicos jóvenes que hace un mes estaban pendientes de si el covid les haría perderse más meses de clase, la universidad o el trabajo y que ahora, de golpe, sin esperarlo, han sido mandados a las trincheras para matar y morir por la patria. Como en la primera guerra, la del 1988 al 1994, ellos son la generación perdida del Karabaj.

CUANDO MI HIJO VUELVA

Y el hijo de Alisa forma parte de ella. Cuando se fue al frente, el 28 de setiembre, el joven trabajaba en una empresa de agricultura. Es un veinteañero, pero su vida está en suspense: cuando no hablan por teléfono -lo hacen solo algunos días-, su madre no puede dejar de pensar "y si…".

"No puedo explicar lo que sentí cuando se fue. No puedo. Me cuesta mucho. Sentí como si parte de mí se hubiese ido para siempre. Fue muy duro. Es muy duro. Es una sensación muy dura", dice Alisa desde su refugio, donde no es la única. Aquí, muchas otras madres, mujeres y esposas han visto como sus familiares varones han ido a empuñar las armas.

"No puedo explicar lo que sentí cuando mi hijo se fue al frente. Fue como si parte de mí se hubiese ido para siempre", dice Alisa

"Cuando vuelva seré la persona más feliz del mundo, como si nada importase ya. Pero ahora no puedo pensar en eso. Me duele demasiado", continúa Alisa.

Es la gran tragedia de esta guerra: en Armenia, un país de 3,5 millones de habitantes, no hay absolutamente nadie que no esté afectado por este conflicto. Nadie que no tenga algún familiar o amigo que esté en el frente o haya vuelto de él, entero o por partes. Esta, para dos pequeñas naciones como Armenia y Azerbaiyán -de 10 millones de habitantes-, es una guerra total, por todo y con todo. Morir o matar. No hay más.

Vecinas de Martuni, un pueblo a cinco kilómetros del frente, en el sótano de un edificio que hace la función de refugio. / ADRIÀ ROCHA CUTILLER

"Todos mis amigos están en el frente. El único que no ha ido soy yo, porque aunque sea armenio no tengo el pasaporte y no me han dejado ir -dice Mher, un joven de 22 años-. Y la verdad es que me hace sentir fatal. Me siento culpable". Esto es la guerra en el Cáucaso: aquí uno no lucha por la gloria de la patria y la supervivencia de la nación, que también. Aquí, uno lucha por estar a la altura del vecino, del padre o del abuelo; para poder mirarles a la cara.

A VIDA O MUERTE

Y todo, por supuesto, tiene un precio. En las tres semanas de guerra y pese el alto el fuego del sábado pasado, los muertos en el frente se apilan. Armenia ya ha reconocido 548 muertes en combate y Azerbaiyán ninguna oficialmente, porque, dicen, darán la cifra total cuando acabe el conflicto.

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Sin embargo, la cifra real, explican muchos, puede ser de varios miles en total. El frente está lleno de cadáveres que, por el combate activo, no pueden ser retirados. En total, en la primera guerra del Karabaj, murieron cerca de 30.000 personas; 5.000 de media al año. En esta de ahora, en tan solo tres semanas, se podría haber llegado a una cifra parecida.

En Armenia, país de 3,5millones de habitantes, no hay nadie al que no le haya afectado la guerra: todos tienen familiares o amigos en el frente

La clave han sido Turquía e Israel. "La tecnología militar turca e israelí que combina drones con sensores remotos punteros ha creado una asimetría militar a favor de Azerbaiyán. Armenia lucha con sistemas de armas que fueron novedad hace 12 años, en la guerra ruso-georgiana", explica Michaël Tanchum, profesor de la Universidad de Navarra.

Y la asimetría, sobre todo, se traduce en muerte. "La mayoría de gente que nos llega al hospital tiene heridas de bomba, no de bala. Una bomba explota cerca y la metralla les crea varios agujeros en el cuerpo. Y los que llegan son casi siempre muy jóvenes, niños. De 20 o 25 años. La mayoría de ellos llega con la mente cerrada, desconectados de la realidad", dice Armen Hagopjanian, cirujano en el hospital de Stepanakert. Las cifras no engañan: más del 50% de los muertos en esta guerra -en el lado armenio, al menos- nacieron entre el 2000 y el 2002. Chavales de entre 18 y 20 años.

"Es inhumano. Y un dilema para nosotros: ¿Es correcto salvarle la vida a una persona y hacerla la persona más infeliz del mundo para los próximos 50 años? Puede que sea mejor dejarla morir... Tenemos chicos a los que les realizamos tres amputaciones. ¿Qué calidad de vida tendrá este chaval?", dice el doctor.

Hagopjanian continúa: "Decidimos salvar todas las vidas, pero creo que en un futuro tendremos que mirar atrás y preguntarnos si hicimos lo correcto. Si yo perdiese dos brazos y una pierna, no estoy seguro de que quisiera continuar viviendo. Es muy difícil tomar una decisión por ellos".

Al final, una pregunta se impone: ¿Cuántas vidas más se va a tragar la trituradora monstruosa de carne humana que es esta guerra?

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