LIBERTAD DE EXPRESIÓN
Periodistas en peligro de extinción en China
Adrián Foncillas
Periodista
Adrián Foncillas
Australia carece de periodistas en China por primera vez en medio siglo después de la reciente y apresurada salida de los dos últimos. Decenas de periodistas extranjeros en China y chinos en el extranjero han sido expulsados en el último año, daños colaterales en las pugnas de gobiernos que ignoran aquella elemental cortesía de no dispararle al pianista. Es improbable que la cuenta acabe en los australianos.
Bill Birtles y Mike Smith concluyeron a principios de septiembre que ya no estaban seguros en China. Las relaciones bilaterales se deterioraban sin freno y meses atrás ya había sido detenida Cheng Lei, presentadora australiana de una cadena pública china, por el litúrgico y gaseoso cargo de atentar contra la seguridad nacional.
Cuenta Smith que había sido alertado por primera vez a finales de agosto por su diario, después de que este fuera contactado por su embajada, pero que no se inquietó en exceso por la falta de precedentes de periodistas extranjeros detenidos en China. "Aunque me preocupara la situación de Cheng, creía que estábamos en situaciones diferentes porque ella trabajaba para un medio nacional chino y yo para uno extranjero. En los días siguientes recibí otra alerta directa de mi embajada para que abandonara China", continúa. Compró el billete pero la policía se presentó en su domicilio en la víspera del vuelo para informarle de que estaba siendo investigado. Las cancillerías pactaron que podría salir sólo si aceptaba un interrogatorio. "No tenía nada interesante que decirles. Nunca sentí que la entrevista estuviera relacionada con la seguridad nacional, sino que era un proceso por el que tenía que pasar yo como parte de un juego político mayor relacionado con las tensiones entre China y Australia", concluye.
Pekín denunció que las autoridades australianas habían interrogado en junio a cuatro periodistas chinos y les habían confiscado ordenadores, teléfonos e incluso los juguetes electrónicos de sus hijos. Canberra no lo desmintió y aludió a "posibles interferencias extranjeras" que no concretó.
Roces habituales
Los roces entre periodistas y policía en China no son extraños ni feroces. Pueden arruinarte un día de trabajo, quitarte el material o asustar a tu intérprete. Este corresponsal ha padecido el borrado de fotos y ha salvado otras escondiendo la tarjeta de memoria bajo la ropa interior, ha sido expulsado de un hotel de madrugada por media docena de policías y ha recibido amenazas sobre su visado. Pero durante el proceso flota una tranquilizadora certeza: al periodista extranjero no se le pega. Es una apreciable deferencia porque al colega chino se le puede moler a palos y encarcelar con impunidad. El trabajo del corresponsal es árido pero no peligroso. No es China como Filipinas o México, democracias en tiempos de paz, donde periodistas son asesinados periódicamente. Tras los artículos percibidos como hostiles llegan las invitaciones para "tomar el té" en el que le leerán la cartilla a su autor. Son códigos mínimos de convivencia con los periodistas extranjeros a los que Pekín ve como males necesarios.
Entre ellos figuraba el de no echarles. Este año, sin embargo, ya han partido 19 después de que se les cancelara o no se les renovara la imprescindible licencia de prensa. Es la mayor operación salida desde que los tanques corrieran por Tiananmén en 1989. El Club de Corresponsales Extranjeros en China ha denunciado el "constante peligro de expulsión" y señalado que "las prácticas coercitivas han convertido a los periodistas acreditados en peones de conflictos diplomáticos".
Lo ejemplifican Pekín y Washington. China expulsó a tres periodistas del Wall Street Journal en febrero por un artículo de opinión titulado El enfermo de Asia. No extrañó la indignación porque así aludían los japoneses a China durante el traumático imperialismo que dejó millones de muertos. Trump designó después a los medios chinos como "delegaciones extranjeras" para reducir su número y 60 periodistas hicieron las maletas. Y Pekín revocó licencias de insignes cabeceras como The New York Times o The Washington Post.
Más fisuras
El intercambio de golpes permite diferentes lecturas. Es cierto que hay periodistas en un lado y propagandistas en el otro. También lo es que a las democracias se les presupone un liderazgo ético y deber de ejemplaridad que chirría con la expulsión de periodistas, propagandistas incluidos. La reciprocidad entre democracias y dictaduras empuja al mundo hacia lugares inquietantes.
El vaciado de periodistas llega cuando los canales de comunicación son más imprescindibles y más peligrosos son los compartimentos estancos. "La ausencia de periodistas no ayudará a que los políticos y el público en general en Australia entiendan lo que pasa en China. Esto puede provocar más fisuras y tensiones políticas", alerta Mike Smith.
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