Auge ultra en Brasil

Bolsonaro busca el voto de los seguidores de Lula a base de subsidios

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, con mascarilla blanca, el pasado 9 de junio en un acto en Brasilia.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, con mascarilla blanca, el pasado 9 de junio en un acto en Brasilia. / periodico

Abel Gilbert

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El 5 de marzo de 1916 se hundió en las costas paulistas el vapor español 'Príncipe de Asturias'. No chocó con un iceberg sino con una roca. De las 578 personas a bordo, incluidos pasajeros y tripulantes, murieron 445. El episodio se conoce como el Titanic brasileño. Un siglo más tarde, el simil de un país que naufraga como el mítico transatlántico inglés es corriente a la hora de evaluar los efectos de la gestión de <strong>Jair Bolsonaro. </strong>El <strong>presidente</strong> <strong>brasileño </strong>no solo preserva a los votantes más conservadores, por lo general defensores del uso de las armas y el supremacismo blanco, sino que ha captado la simpatía  de un sector de los pobres del nordeste, antiguos votantes de Luiz Inacio Lula da Silva, gracias a los 94 euros mensuales que otorga el Gobierno a millones de personas azotadas por la pérdida de ingresos por la pandemia. 

"Nunca hemos tenido un Gobierno tan inepto", dijo Renato Janine Ribeiro en la revista 'Piaui'.  En efecto, la "gripecita", como la ha calificado el capitán retirado, ha matado ya a unas 126.000 personas y ha infectado a más de cuatro millones.  Pero Bolsonaro no se ha privado de aparecer sin mascarilla, ni siquiera cuando estaba contagiado. La actividad económica  ha caído casi un 12% a pesar de que el presidente forzó la salida del desconfinamiento. La Amazonía enfrenta una devastación récord y Bolsonaro califica de "cáncer" a los defensores del ecosistema. Se ha institucionalizado el racismo. Los asesinatos crecieron 6% durante el primer semestre a pesar del confinamiento. A pesar de la cadena de desaciertos y las muestras repetidas de intolerancia ideológica, la imagen presidencial sigue a flote y navega sin contratiempos a la vista.

En las redes sociales, arma retórica preferida de la ultraderecha, se ha podido leer que "nunca en la historia de un país ha habido un gran amor por un presidente como está sucediendo con Bolsonaro, con una tasa de aprobación es del 79%". Aunque se trata de una 'fake news', encerraba una verdad para muchos indiscutible: la última encuesta de la consultora Datafolha da cuenta de que la valoración de Bolsonaro ha pasado del 32% al 37%. "No me apoyo en ninguna encuesta. Las encuestas uno las ve en las calles", afirma, por su parte, el presidente. 

Credulidad

Brasil es una fábrica de culebrones. La pandemia la ha paralizado y la cadena 'Globo' se vio obligada a reponer algunos de sus antiguos éxitos televisivos como 'La fuerza del querer', de 2017, que cuenta la historia de Bibi Peligrosa y su amor por un narcotraficante. Un personaje menor de esta trama, Abel, resume algunos de los rasgos del presidente: cree que todo lo que sucede es voluntad divina. Lo mismo repiten los templos evangélicos que representan uno de los pilares del bolsonarismo. Así como los pastores desde sus púlpitos absuelven al presidente de su responsabilidad en la política sanitaria, porque, entre otras razones, dicen, se trata de un castigo divino, muchos de los entrevistados por 'Datafolha' tampoco lo culpabilizan por el modo en que se enfrentó la pandemia.

Bolsonaro parece desde hace semanas inmune a sus traspiés. En junio pasado, el horizonte del juicio político en el Congreso se asomaba como inexorable. Esta posibilidad se ha alejado, al menos momentáneamente.  Una parte de la sociedad se muestra indiferente a las trapisondas del clan familiar. El exjuez Sergio Moro abandonó el Gobierno cuando constató que el presidente quería controlar a la policía para proteger a sus hijos. El senador Flávio Bolsonaro es sospechado de realizar transacciones financieras ilegales.  Además, su exasesor, el expolicía  Fabrício Queiroz, se encuentra detenido y desnudó una trama de corrupción que llega hasta la primera dama, Michelle Bolsonaro.

"Qué ganas de reventarte la boca a golpes", le contestó el presidente a un periodista cuando le preguntó sobre los citados vínculos. Sobre la espalda del concejal carioca Carlos Bolsonaro recae la acusación de dirigir el "ministerio del odio", como se conoce la red de fake news y difamaciones. El diputado Eduardo Bolsonaro, usual interlocutor de Steve Bannon, el exasesor de Donald Trump, también está señalado por acciones similares.

Escenario de las municipales

Muchos analistas políticos se preguntan si la popularidad del capitán retirado continuará su ascenso hasta el punto consolidar sus sueños de ser reelecto en 2022. La llave del repentino respaldo que le dan los sectores más pobres son los subsidios y el ministro de Economía, el neoliberal Paulo Guedes, ya avisó que se terminan a final de año.

 El 15 y 19 de noviembre se celebran las elecciones municipales. Aunque Bolsonaro dijo que no participaría de las campañas proselitistas, sucede todo lo contrario. A más de dos meses de la contienda no deja de grabar vídeos llamando a votar a los candidatos de su espacio o de tomarse fotos con ellos. Si ganan, el presidente podrá jactarse de haber sido el factor determinante.

La suerte del Gobierno está también relacionada con lo que algunos observadores llaman la "neutralización recíproca" de las principales fuerzas, el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido de la Socialdemocracia (PSDB). Como señala Renato Janine Ribeiro, "Bolsonaro y su pandilla son débiles, pero sacan su fuerza del vaciamiento de la política producido por el odio que se ha extendido y, por cierto, llevó a la antigua centroderecha a convertirse, justa y sencillamente, en una derecha".

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