ultras en América Latina
La derecha más radical brasileña exige dureza a Bolsonaro
Celulas fascitas y grupos de ideología neonazi creen que el presidente de Brasil se está moderando políticamente
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Abel Gilbert
¿Se puede estar políticamente más a la derecha que Jair Bolsonaro? La vida de Brasil lo demuestra cada vez que resuenan voces neonazis o los deseos de construir una nación casi teocrática. El torrente reaccionario no es nuevo. A principios de la década de los treinta y en el contexto de la Gran Depresión surgió la Acción Integralista Brasileña (AIB), que llegó a contar con un millón de miembros. Su líder, Plínio Salgado, quería ser una versión tropical de Benito Mussolini. En 1938 intentó tomar el poder por las armas. Tuvo que escaparse a Portugal.
Los émulos o nostálgicos de Salgado se han reconvertido al bolsonarismo y exigen al presidente que sea consecuente con su promesa de no negociar nunca con los partidos de centro. Pero resulta que Bolsonaro está en aprietos por su gestión de la pandemia y son muchos los que piden que se le someta a un juicio político. A los extremistas no les importa. Quieren que el giro a la derecha sea radical y lo hacen saber en la gran caja de resonancia en la que se ha convertido la red social Parler. El propio mandatario y sus hijos han recomendado su utilización.
Lo mismo que Olavo de Carvalho, el gurú de los más intransigentes, quien ve al actual Brasil y a Donald Trump como frenos a la "globalización comunista". Se reúnen en Parler porque no tiene los límites que han impuesto Facebook, Twitter e Instagram. Afloran ahí los llamados a cerrar el Parlamento y linchar a los miembros del Tribunal Supremo, el ataque contra los homosexuales y la negación de la ciencia. La aplicación ya ha sido descargada por casi 40.000 personas en pocas semanas.
Una metralleta como fetiche
Estos usuarios ultras, como Sara Winter, a quien le gusta posar con una metralla, su fetiche, quieren que el Gobierno se endurezca más. De ahí que lamenten que el secretario de Cultura, Roberto Alvim, dimitiera en enero solo por haber parafraseado en un discurso a Joseph Goebbels mientras sonaba la música de Richard Wagner, el compositor favorito de Hitler. Igual que el saliente ministro de Educación, Abraham Weintraub, Alvim desprecia sin rubores a los "indígenas" y hasta "gitanos".
Aunque el nazismo es un crimen en Brasil, según una ley de 1989, la secretaría de Comunicación Social de la Presidencia llamó a la población a burlar el confinamiento durante el comienzo de la pandemia bajo la consigna "el trabajo libera", la misma que encabezaba la entrada al campo de concentración de Auschwitz.
Dispuestos a todo
De acuerdo con la antropóloga Adriana Dias, de la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp), en junio existían 349 células neonazis en Brasil. Los que participaban en esos grupos superaban las 7.000 personas. La mayoría se encuentran en el sur del país, donde a su vez se ha incrementado de manera exponencial la compra de armas.
Solo entre enero y abril se han registrado 48.300 armas nuevas en todo el territorio. Un número que no tiene precedentes y asusta. En cada movilización -casi siempre sin mascarilla- estos sectores avisan que están dispuestos a todo. Incluso disparar.
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