Aniversario de una guerra

Kuwait, treinta años de la primera derrota de Sadam

primera guerra del golfo

primera guerra del golfo / periodico

Albert Garrido

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El 2 de agosto de 1990, el Ejército iraquí invadió el pequeño emirato de Kuwait. Aquel mismo día, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó la resolución 660, que conminó a Irak a retirarse del Estado invadido y a restablecer el 'statu quo'. El régimen de Sadam Husein desoyó tales exigencias, culminó la invasión el día 4 e inició el proceso de anexión, que hizo de Kuwait una provincia iraquí. El 'casus belli' quedó servido y muy pronto Estados Unidos armó una coalición internacional respaldada por la ONU que reunió a 34 países en la primera guerra del Golfo.

Al cumplirse 30 años de aquellos sucesos prevalece la idea de que se trató de un conflicto que pudo evitarse, que fue posible en gran medida por el cambio de estrategia de Estados Unidos con relación a Irak. De la misma manera que Sadam Husein fue útil para hostigar a la República Islámica de Irán durante ocho años de guerra, dejó de serlo en cuanto se fijó en Kuwait. En aquella época de unipolaridad e hiperpotencia de Estados Unidos –Hubert Védrine acuñó el término–, el régimen iraquí se convirtió en un elemento perturbador de la 'pax americana' en Oriente Próximo.

La tensión entre Irak y Kuwait surgió en 1989 cuando el emirato reclamó al Gobierno de Bagdad la devolución de los cuantiosos préstamos satisfechos durante la guerra contra Irán (1980-1988). Unos adelantos que seguramente contaron con el visto bueno de Estados Unidos y que permitieron a Sadam Husein mantener el esfuerzo bélico. El Gobierno iraquí pidió la condonación de la deuda habida cuenta de que, según su parecer, la guerra también protegió a Kuwait, aplicado durante la contienda a ser puerto seguro para la exportación de petróleo iraquí.

Orden económico

El segundo capítulo de la tensión entre Kuwait e Irak fue también de orden económico: el Gobierno de Bagdad acusó al kuwaití de extraer ilegalmente petróleo de un yacimiento situado a ambos lados de la frontera entre los dos Estados. Lo que sucedió en realidad fue que Sadam Husein pretendió indisponer con la OPEP a los kuwaitís, partidarios de aumentar la producción diaria de petróleo, en tanto que los iraquís pretendían reducirla para provocar una subida de los precios. Finalmente, este fue uno de los muchos errores de cálculo que cometió Sadam porque Kuwait contaba con un sólido sistema de protección: el que le procuraban Estados Unidos y Arabia Saudí.

El tercer acto encaminado a justificar la invasión de Kuwait consistió en desempolvar la vieja idea de que si, en el Imperio Otomano, el emirato formó parte del valiato de Basora, incluido en territorio iraquí en virtud de los acuerdos Sykes-Picot (1916), debía seguir en él. El argumento era inconsistente, pero Sadam creyó que podía lograr que un arrebato de nacionalismo militante le permitiese justificar el siguiente paso: invadir el emirato. Lo que hizo en la práctica fue procurar a sus adversarios una doble razón moral y legal para intervenir de acuerdo con lo establecido en la carta fundacional de la ONU y el reconocimiento como estados libres y soberanos de cuantos forman parte de la organización, con voz y voto en la asamblea general.

De forma que cuando se consumó la anexión se cimentó también la respuesta de la comunidad internacional, encabezada por Estados Unidos con la operación 'Tormenta del Desierto', comandada por el general Norman Schwarzkopf. En una parte importante de la opinión pública arraigó la idea de que se trataba de una guerra justa o que estaba justificada, algo que no sucedió ni por asomo con la invasión del 2003. En un artículo publicado en el 2013 en 'The New York Times' por John A. Nagl, profesor de la Academia Naval de Annápolis, este sentimiento lo resume en una frase: “La primera guerra de Irak, en la que dirigí una unidad de tanques, fue necesaria; esta otra –la de 2003– no”.

Asfixia del régimen

Para Sadam Husein, la guerra fue “la madre de todas las batallas”, pero en realidad fue el primer acto de la asfixia de su régimen. La asimetría entre la alianza internacional –casi un millón de soldados, una fuerza naval que incluía seis portaaviones y 1.800 aviones– y el poco más de medio millón de hombres que movilizó el Ejército iraquí fue de tal calibre que durante la contienda, entre el 16 de enero y el 28 de febrero de 1991, un corresponsal de la cadena estadounidense CNN llegó a hablar de una guerra sin enemigo.

Cuando el presidente George H. W. Bush mandó detener las operaciones una vez liberado el emirato, un sentimiento de frustración se adueñó de los miembros más conservadores de su Administración, singularmente de Richard Cheney y Donald Rumsfeld. Si la Casa Blanca ordenó parar el ataque fue para mantener cohesionada a la coalición internacional, y en la decisión tuvo mucha influencia el general Colin Powell, a la sazón jefe del Estado Mayor Conjunto. Pero que Irak se convirtiera de hecho en poco menos que un Estado paria, sometido a toda clase de restricciones, pareció insuficiente al frente neocon, que hubo de esperar hasta el 2003 para acabar el trabajo. La segunda guerra del Golfo cambió para siempre Oriente Próximo.

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