Aniversario global

La ONU cumple 75 años

onu 75 años antonio guterres

onu 75 años antonio guterres / periodico

Albert Garrido

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Hoy se cumplen 75 años de la firma de la Carta de San Francisco, que dio vida a la Organización de las Naciones Unidas. Promovida por las potencias vencedoras de la segunda guerra mundial, la ONU nació el 26 de junio de 1945 con el propósito de no caer en las mismas insuficiencias que socavaron la eficacia de la Sociedad de Naciones, creada en 1919 y atenazada por una inoperancia crónica. La nueva institución levantó grandes expectativas, entendida como una garantía para la paz. "La única empresa común e instrumento universal de la gran mayoría de la raza humana son las Naciones Unidas. Un uso paciente y constructivo a largo plazo de sus potencialidades puede traer una paz real y segura en el mundo", manifestó el noruego Trygve Lie, primer secretario general de la ONU (1946-1952).

Lo cierto es que en los tres cuartos de siglo transcurridos desde la aprobación de la Carta, la debilidad funcional de la ONU ha quedado en evidencia en demasiadas ocasiones. Desde su puesta en marcha efectiva, el 11 de noviembre de 1945, el esquema de la organización obedeció a la hegemonía política de Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido, Francia y China -los miembros permanentes del Consejo de Seguridad-, asumida por los 51 firmantes de la Carta como una realidad insoslayable. En seguida, la lógica de la guerra fría condicionó su papel de árbitro universal y después de la desaparición de la URSS, se mantuvo el mismo esquema, que maniata su capacidad para reformarse de acuerdo con nuevas realidades: la aparición de potencias emergentes, la revisión del derecho de veto en el Consejo de Seguridad, la capacidad ejecutiva de la organización y otros aspectos determinantes.

Frecuente inoperancia

Aun así, sigue teniendo sentido la opinión del egipcio Butros Butros Ghali años después de dejar la secretaría general (1992-1996): "Lo más importante de la ONU es su existencia".  Dicho de otra forma, a pesar de su frecuente inoperancia y debilidad, el mundo sería peor sin la ONU y sin la posibilidad de remitirse a su propósito fundacional: la solución pacífica de conflictos y amenazas contra la paz y, excepcionalmente, la legitimación del uso de la fuerza, mediante el respaldo de una resolución aprobada por el Consejo de Seguridad, cuando se da una situación de agresión flagrante -casus belli- a un Estado soberano (la intervención en Corea y la primera guerra del Golfo, los dos casos más significativos).

El profesor Joseph Nye considera que la ONU es el mejor ejemplo de poder blando, un concepto desarrollado por él, que se consagra "a través de la atracción y la cooptación". Incluso el derecho de veto de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad funciona muchas veces, según Nye y otros autores, como "una caja de fusibles en un sistema eléctrico: mejor que se apaguen las luces a que se incendie la casa". Claro que, a veces, saltan los fusibles y no se evita el incendio. La evolución del conflicto palestino-israelí es buena prueba de ello, no solo por el incumplimiento sistemático por Israel de las resoluciones aprobadas, sino por el bloqueo por Estados Unidos de otras non natas.

Fuerza coactiva

Puede decirse que, desde su fundación, una de las grandes carencias de la ONU es no disponer de una fuerza coactiva permanente. De tal manera que cuando el rumbo fijado por la ONU se enreda en la telaraña de los intereses de los estados, el poder blando se transforma en un poder débil y se desdibuja la tutela onusiana del orden internacional. El ghanés Kofí Annan, secretario general de la ONU entre 1997 y 2006, lo dejó dicho: "Se puede hacer mucho con la diplomacia, pero desde luego se puede hacer mucho más si la diplomacia está respaldada por la imparcialidad y la fuerza".

Cuando la ONU echó a andar, las tres cuartas partes de los 193 estados que hoy la integran no figuraron entre los firmantes de la Carta o simplemente no existían. Por si este dato no fuera suficiente, tres grandes problemas que enfrenta la sociedad del siglo XXI apenas aparecían en los debates de entonces: la preservación del medio ambiente, la universalización de la salud y la extensión de las hambrunas. De ahí que personalidades como la exprimera ministra noruega Gro Harlem Brundtland, con un largo historial de servicio en la ONU, sostenga que la reforma no puede limitarse a un remozado del Consejo de Seguridad. Hace falta que sintonice "con la opinión mayoritaria de lo que las necesidades humanitarias nos exigen". Un objetivo que choca con el repliegue del multilateralismo, diferentes formas de populismo y la rivalidad Estados Unidos-China.