CONSECUENCIAS DE LA PANDEMIA

Los 'bouquinistes' de París organizan la resistencia

Los famosos libreros que extienden sus cajones verdes a lo largo del Sena luchan por sobrevivir en tiempos de coronavirus

rio sena paris

rio sena paris / periodico

Eva Cantón

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Aparecen en las fotografías de Doisneau, la literatura de Apollinaire, el cine de Robert Guédiguian y hasta en los desfiles de Karl Lagerfeld. Gracias a ellos, París es, en palabras del escritor Blaise Cendrars, "la única ciudad del mundo por la que pasa un río flanqueado por dos filas de libros".

Los herederos de aquellos vendedores ambulantes de mediados del siglo XVI que proliferaron con el rápido desarrollo de la imprenta mantienen viva una tradición tan parisina como la 'baguette' o los 'bistrós'. Sin embargo, para mantenerse a flote los 'bouquinistes' han tenido y tendrán que desarrollar el músculo de la resistencia.

No solo ahora, por la epidemia de coronavirus que todo lo altera y ha llevado a muchos bibliófilos a alimentarse en internet, sino cada vez que París sufre un sobresalto y los muelles del Sena se vacían de paseantes.  A lo largo de la historia han atravesado revoluciones, huelgas, inundaciones, atentados y hasta obras de urbanización en la 'rive gauche' que les hizo temer un desalojo que finalmente no llegó.

"El futuro lo veo negro, pero siempre habrá bouquinistes", auguraba uno de ellos en un reportaje de 1974 que daba la primera voz de alarma ante un fenómeno que se amplificaría años más tarde con la llegada masiva de turistas: restar espacio a los libros para dárselo a los grabados, postales y suvenires de París, más fáciles y rápidos de vender que algunas joyas bibliográficas.

Doble mascarilla

"Es un mal necesario que permite garantizar un ingreso mínimo para sobrevivir, pero no hay que olvidar que un 'bouquiniste' es, ante todo, un librero", cuenta a EL PERIÓDICO Jérôme Callais, presidente de la Asociación Cultural de Bouquinistes de París, protegido con una doble mascarilla delante de su cajón verde junto al Pont Neuf. Un lugar privilegiado para ver ese París de edificios medievales que conducen la mirada hasta la Torre Eiffel.

Para este antiguo contrabajista de orquesta clásica, el oficio en el que lleva más de 20 años es una opción de vida. "Para muchos de nosotros casi nunca es nuestro primer trabajo, pero siempre es el último, porque te da una gran libertad y te permite encontrar a mucha gente", sostiene.

Un reglamento permite desde 1891 que las famosas cajas "verde vagón" de 2 metros de largo permanezcan por la noche en los bordes del Sena. Actualmente hay 227 titulares de las 240 concesiones autorizadas por el Ayuntamiento.

Ventas por internet

El 60% de los clientes son turistas nacionales o extranjeros que con la crisis sanitaria han desaparecido. El resto son parisinos de clase acomodada que se han ido al campo durante el confinamiento y no es probable que vuelvan pronto, así que a los libreros que han reabierto las cuentas no les salen. "La mayoría han vuelto a cerrar porque no les compensa. Da mucha pena", se lamenta Callais.  ¿Están en peligro? Sí, responde el librero señalando el comercio online con su dedo acusador.

"Muchos clientes fieles empezaron a comprar en internet durante el confinamiento y ahora necesitamos que los asintomáticos dejen de serlo porque si no, no vamos a sobrevivir", prosigue. El Gobierno francés compensó a los libreros las pérdidas por el parón de la actividad, pero con la desescalada las ayudas estatales desaparecen. "Habrá que organizar la resistencia", subraya el presidente de la Asociación.

Patrimonio inmaterial

Su estrategia es poner toda la carne en el asador para lograr la etiqueta de patrimonio cultural inmaterial de la Unesco. El Ministerio de Cultura francés ha dado su visto bueno a la candidatura al incluirlos en el inventario nacional y la iniciativa cuenta con un apoyo de peso, el del presidente Emmanuel Macron.

 "Podría mejorar la mirada del público sobre esta comunidad profesional, evitando considerarla un simple elemento de decoración pintoresco en el paisaje del corazón de París", defiende el dossier dirigido a la Unesco. Un oficio que recibe su nombre del término familiar para referirse a libro (bouquin). "Somos algo más que un cliché. Somos un elemento patrimonial, cultural, histórico y popular indisociable de París", concluye Callais.

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