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Trump se atrinchera impasible en la Casa Blanca mientras arde EEUU

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Ricardo Mir de Francia

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Nunca fue tan evidente la gigantesca pequeñez de Donald Trump. Seis días después de que comenzaran las protestas por la muerte del afroamericano George Lloyd en Minneapolis a manos de la policía, transformadas en los disturbios más violentos desde el asesinato de Martin Luther King en 1968, el presidente de Estados Unidos se mantiene atrincherado en la Casa Blanca, incapaz de ofrecer una respuesta a la indignación que recorre el país o si quiera unas palabras de aliento para consolar a la nación. Su impotencia quedó reflejada el viernes cuando tuvo que esconderse durante casi una hora en el búnker de la mansión presidencial, una imagen similar a la del domingo, cuando la Casa Blanca apagó todas sus luces mientras los disturbios arreciaban a unas decenas de metros de su perímetro. 

Ese apagón sirve de metáfora para el apagón de liderazgo que vive el país en sus horas más críticas, una crisis social, económica y sanitaria sin precedentes en muchas décadas. El fuego ha llegado ya a los 50 estados. En más de la mitad, se ha desplegado a los militares de la Guardia Nacional. Decenas de ciudades han impuesto toques de queda. Más de 4.000 personas fueron arrestadas durante el fin de semana, según ‘Associated Press’. Y solo el domingo murieron al menos seis personas en los encontronazos con la policía y el pandemonio generalizado. Pero las cifras no bastan para ilustrar la furia que se apoderado de las calles, un estallido social en el que confluyen más elementos que la brutalidad policial o el racismo institucional contra los negros

En el Parque Lafayette, situado enfrente de la Casa Blanca, una hoguera emborronó el domingo la noche de Washington. También ardieron dos coches y se prendió fuego al sótano de la iglesia de Saint John, la llamada “iglesia de los presidentes”, en la que han rezado todos los comandantes en jefe del país desde James Madison. Mientras cientos de manifestantes ignoraban el toque de queda para fajarse con una policía que disparó balas de goma y gas lacrimógeno, se saquearon más comercios y volaron más escaparates, reventados con bates de béisbol o ‘scooters’ de alquiler. Fue el preludio de un amanecer de cristales rotos y ‘fuck you, fuck Trump’ pintado por todas partes. Un paisaje muy similar al que quedó en decenas de ciudades, desde Sacramento a Nueva York, pasando por Miami o Austin.

Lejos de tratar de calmar los ánimos, el presidente amaneció quejándose de las encuestas, cargando contra el demócrata Joe Biden, culpando a los anarquistas del desorden y pidiendo mano dura a los gobernadores. “Muchos de vosotros sois débiles”, les dijo después en una videoconferencia en la que reclamó una respuesta mucho más contundente. “Tenéis que arrestar a gente, tenéis que seguirles, tenéis que meterlos 10 años en la cárcel para que esto no vuelva a suceder más”, afirmó según el audio de la llamada obtenido por la 'CBS'. “Tenéis que dominar la situación porque si no parecéis una panda de gilipollas”. Su fiscal general, William Barr, anunció que se impondrán cargos de terrorismo a los responsables del vandalismo.

Disuasión a las porras

Cada día que pasa la violencia va a más. Las protestas son pacíficas de día y vandálicas de noche, por más que la policía haya pasado de la disuasión a las porras. En Nashville se prendió fuego al Ayuntamiento; en Chicago se saquearon las tiendas de lujo de la Magnificent Mile; lo mismo que sucedió en Beverly HillsRodeo Drive (Los Ángeles) o en las tiendas de Rolex, Chanel o Prada en Manhattan. Pero el vandalismo no está discriminando porque también se ha cebado con pequeños comercios de barrio e incluso con la sede del mayor sindicato del país en Washington. Todo ello en medio de una monumental crisis económica y en pleno renacer de los centros urbanos, que hasta hace unos cuantos no eran más que guetos dilapidados para los pobres.

Nadie sabe cómo o cuándo acabaran las protestas. Porque este esta es una suerte de revuelta popular sin demandas ni liderazgo, una vez consumado el arresto y la imputación del policía que mató a Lloyd incrustándole la rodilla en el cuello. Ni siquiera los llamamientos de los líderes negros o de la familia de Lloyd han aplacado la frustración social. “Por más que lo llamen unidad, lo que está transpirando ahora, en una unidad destructiva. No es eso lo que hubiera querido mi hermano”, dijo el domingo Terrence Floyd.

Promesas difusas

Posiblemente un presidente demócrata hubiera tratado de apaciguar el caos anunciado reformas en la policía y promesas difusas para acabar con la discriminación hacia los negros, un escenario bastante menos plausible con un republicano en la Casa Blanca. Trump ni siquiera ha aceptado hasta ahora dirigirse a la nación, como le reclaman algunos de sus asesores. De acuerdo con 'Politico', tiene miedo de que el tiro le salga por la culata, ya sea enfureciendo a sus bases o dinamitando los esfuerzos de su campaña para camelarse a los negros. El resultado es la parálisis: un presidente que solo despotrica, un pigmeo con la boca muy grande, la nulidad absoluta.