Crisis sanitaria internacional

Singapur se atasca en sus vergüenzas

La ciudad-estado, referente económico, sufre ahora la irrupción de contagios de covid-19 de la comunidad de extranjeros que son explotados laboralmente malviviendo en el olvido

Pasajeros del metro de Singapur viajan protegidos con máscaras y respetando la distancia de seguridad.

Pasajeros del metro de Singapur viajan protegidos con máscaras y respetando la distancia de seguridad. / periodico

Adrián Foncillas

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Las crónicas alababan el modelo singapurés en los albores de la pandemia. Las ágiles restricciones fronterizas, los detectivescos rastreos de líneas de contactos de contagiados, las cuarentenas quirúrgicas y los tests masivos y gratuitos redujeron los casos a un puñado de centenares y permitieron que la vibrante capital financiera siguiera funcionando a pleno pulmón. Nadie defiende hoy el modelo de la ciudad-estado: lidera los contagios en el sudeste asiático, ha interrumpido su actividad y, sobre todo, subraya los riesgos de desatender a los sectores marginales.

El pertinaz olvido de los más de 300.000 inmigrantes laborales apretados en dormitorios de la periferia ha sido fatal esta vez. Han llegado desde la India, Bangladesh, Myanmar o China para emplearse en la construcciónlimpiezamanufacturas astilleros a cambio de 400 euros mensuales cuando la media nacional roza los 3.000 euros. Casi 18.000 de los 20.000 contagios nacionales han sido detectados en esas viejas fábricas habilitadas a la carrera como viviendas. Sirve de ejemplo el 1 de mayo: 905 nuevos contagios en los barracones y 11 fuera. Aseguran las estadísticas oficiales que Singapur sólo cuenta con 20 muertos pero la organización Home dice que al menos otros cuatro emigrantes fallecidos sufrían los síntomas del coronavirus.

"Los dormitorios eran una bomba a punto de explotar", ha denunciado el activista y abogado Tommy Koh en su cuenta de Facebook. No es una metáfora hiperbólica. El distanciamiento social es utópico cuando una veintena de trabajadores se juntan en una habitación, comparten comedor y baños o se desplazan hacinados en furgonetas cada mañana a sus centros de trabajo. Algunos incluso alertaron de que carecían de suficiente jabón para lavarse las manos.

Distintas estrategias

El ministro de Desarrollo Nacional, Lawrence Wong, anunció estrategias diferentes para los dormitorios y para la que definió como "nuestra comunidad". Para esta contempla el conocido 'circuit breaker': actividades docentes por internet, cierre de negocios no esenciales y salidas restringidas con multas a los que no respetan las distancias mínimas. El régimen, que debía concluir el 4 de mayo, ha sido prorrogado hasta junio.

Los primeros padecen medidas más estrictas. Tienen prohibido trabajar, los sintomáticos son derivados a instalaciones públicas y el resto no puede salir de los dormitorios e incluso de sus cuartos. La comida gratis, las tarjetas telefónicas con internet y las órdenes a los empleadores de que sigan pagando sus salarios no han menguado su miedo ansiedad, denuncian las organizaciones de derechos humanos.

"No se tomaron su situación en serio al principio porque viven segregados de la población y, cuando lo hicieron, ya era tarde", aclara por teléfono Rachel Chhoa-Howard, investigadora de Amnistía Internacional para el área del sudeste asiático. "Ahora practican tests masivos y los están aislando, pero sabemos que siguen produciéndose contagios porque quedan asintomáticos. Su evacuación y el tratamiento médico a los diagnosticados llegaron tarde. El Gobierno dispone de recursos suficientes para ir más allá", añade. Los recursos no se discuten: los estudiantes singapureses y expatriados regresados en las últimas semanas han pasado la cuarentena en hoteles de cinco estrellas con vistas a la bahía pagados por el Gobierno.

Modelo estudiado en el mundo

Singapur sintetiza el celebrado auge asiático frente a la decadencia europea. El modelo se estudia en toda las escuelas económicas: sus dirigentes entendieron medio siglo atrás que ese pedazo de tierra yerma con calor y humedad sofocantes sólo prosperaría con fuertes inversiones en educación, mucha industrialización y una economía exportadora. Sus seis millones de habitantes disfrutan hoy de la segunda renta per cápita más alta del continente y de una ciudad moderna, cosmopolita y deslumbrante en la que cuesta ver una colilla en el suelo.  

El envés es el combustible humano barato que lo alimenta. Esa 'subclase' de extranjeros contrasta con los banqueros alemanes y abogados ingleses con bonos anuales, retoños en colegios internacionales y permisos de residencia. Sus contratos de dos años prorrogables aclaran que nunca conseguirán la residencia de largo plazo, necesitan de un permiso gubernamental para casarse con un local, carecen de salario mínimo y cualquier disputa con su empleador les puede devolver a su país. Es un caldo de cultivo idóneo para los excesos muy similar al de Hong Kong, rival asiático y también foco de admiración global.