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La industria china, volcada en la demanda mundial

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Adrián Foncillas

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La victoria china contra el coronavirus también cuenta con batallas perdidas. La más sorprendente la sufrió la fábrica global, la mayor y mejor engrasada maquinaria productiva de la Historia. Un país que riega el mundo de centrales eléctricas y trenes de alta velocidad no pudo surtir de mascarillas a su población durante las primeras semanas.

China, que ya fabricaba la mitad de las mascarillas del mundo antes de la epidemia, llamó a filas. Expidió licencias de urgencia y la producción pasó de 10 millones de unidades diarias a los 115 millones. Más de 15.500 empresas de todos los tamaños se pusieron en faena. Gigantes como Foxconn, principal fabricante de los iPhones de Apple, o BYD, líder mundial en coches eléctricos, destinaron sus plantas a las mascarillas. Y cuando China embridó la epidemia, esa industria se volcó en la demanda global.

“No conozco ni una sola persona en el sector que no haya volcado todos sus recursos contra el coronavirus”, señala Ryan Kemp, director de Zymo Research. Estos días se esfuerza en suplir de reactivos a los fabricantes de los tests PCR, más lentos y fiables que los de antígenos. Un estudio de Huaxi Securities, firma de inversión china, calculaba la demanda global en 700.000 tests diarios, pero el avance de la epidemia aconseja replantearse la cifra.

"Si el mundo quiere analizar a toda la población, necesita miles de millones de pruebas. Si quiere hacerlo varias veces para seguir la evolución, tendrá que multiplicar la población por ese número", resuelve Kemp. La pandemia global concita a la fábrica global que, reajustada ya su escala, ahora se enfrenta a otro sorprendente problema: los fallos de su material traen el eco de aquella reputación ya enterrada de manufacturas baratas y groseras copias.

Necesidades globales

Se ignoran aún los efectos de las restricciones a las exportaciones aprobadas esta semana por Pekín. Es seguro que ordenarán un mercado caótico y reducirá los fraudes, pero también amenaza con cerrar el grifo del único país que puede satisfacer las necesidades globales. De las 102 compañías exportadoras con sello europeo, apenas 21 cuentan también con el nacional. Ese 80 % de empresas ahora prohibidas cuenta con el inevitable puñado de facinerosos e ineptos, pero también con honrados suministradores de material válido.

Xiao Dong envía por email todos los certificados de su proveedor, nacionales e internacionales, antes de defender a los que carecen de ellos. "Nuestros ventiladores y los suyos son como dos hermanos gemelos, sólo se diferencian por el sello. Muchos no lo pidieron porque es un proceso muy largo y hasta ahora innecesario", señala.

Sólo un 1 % del material chino es defectuoso, calcula, pero el monopolio nacional del suministro global ha distorsionado la percepción. China ha exportado en un mes 3.860 millones de mascarillas, 37 millones de trajes protectores, más de dos millones de termómetros infrarrojos, 16.000 ventiladores y casi tres millones de tests analíticos, según las cifras oficiales.

Centenares de expedientes

El mensaje diáfano es que ha terminado la barra libre. Las autoridades han prometido castigos severos y la policía ya ha clausurado miles de fábricas. Sólo en la ciudad de Chongqing fueron destinados a la faena 85.000 agentes que levantaron centenares de expedientes.

Las autoridades han cerrado el carril rápido que aligeraba las licencias en los albores de la epidemia y el trámite vuelve a demorarse entre uno y tres años. Esos plazos incompatibles con la urgencia global empujan a la quiebra a muchas compañías que adecuaron sus líneas de producción, compraron toneladas de materias primas y ahora amontonan sus productos en el almacén mientras el mundo se pega por ellos.