La Nueva York impensable

La fosa común del coronavirus en Nueva York: la isla de Hart, el mayor cementerio de EEUU

La fosa común del coronavirus en Nueva York: la isla de Hart, el mayor cementerio de EEUU / periodico

Idoya Noain

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La ciencia no es definitiva pero todo apunta a que el coronavirus altera algunos sentidos y lo seguro es que la ciudad de Nueva York se ha contagiado. Cerrada sobre sí misma desde hace menos de tres semanas, como tantos otros lugares del mundo para tratar de aplanar la curva de contagios y no colapsar el sistema sanitario, nada en esta metrópolis de más de ocho millones y medio de almas sabe ni huele como de costumbre. Nada tampoco se escucha, se ve ni se siente igual en esta Nueva York hace muy poco impensable.

La urbe acostumbrada al trajín constante funciona ahora en el exterior a cámara lenta. Su frenesí habitual se recluye en hospitales sobrepasados por los más de 76.000 casos de covid-19, una enfermedad que ya se ha cobrado al menos 4.009 vidas, más que las  2.753 que segaron los atentados del 11-S en la ciudad. Y la emergencia sanitaria ha transformado escenarios icónicos de Nueva York: en el río Hudson flota el buque hospital USNS Comfort, la nave y la cripta de la catedral de St. John The Divine van a acoger nueve tiendas con 200 camas, un hospital de campaña montado por la misma polémica organización cristiana dirigida por un líder islamófobo y homófobo que ha levantado otro en Central Park.

Dentro de los recintos médicos muchas batallas se ganan pero el recordatorio de las que se pierden está en los enormes camiones blancos refrigerados aparcados cerca de los hospitales, o detrás de la oficina del forense de la ciudad, junto al East River, en total 45 morgues móviles que la Agencia Federal de Emergencia ha suplementado con 85 más.

Las sirenas

La banda sonora de este Nueva York extraño solo tiene una cita fija, a las siete de la tarde, cuando con aplausos desde algunas casas o campanadas desde iglesias se dan las gracias al personal médico y a otros en primera línea de la batalla contra la epidemia. El resto del tiempo la partitura la dominan los pájaros, cuyo canto ha dejado de estar silenciado por el ruido. Y también, sobre todo, las sirenas, constantes.

Son ambulancias que llevan enfermos de coronavirus a hospitales. O van a casas donde se han disparado los fallecimientos. El Departamento de Bomberos ha registrado entre el 20 de marzo y el 5 de abril 2.192 muertes en hogares, unas 130 al día, 400% más que en el mismo periodo del año pasado. Y los datos totales de la oficina del forense hablan de 200, cuando antes de la pandemia eran entre 20 y 25.

Más allá de las ambulancias y de camiones de reparto, escasos coches circulan por carreteras donde ahora los señores son un ejército de repartidores en bici, esas piezas de la mal llamada “economía compartida” que lo que no comparten son garantías mínimas como prestación de desempleo y deben seguir trabajando, haciendo entregas a domicilio a la población que puede permitírselas. El resto sale a hacer ordenadas colas respetando las medidas de distanciamiento en las puertas de supermercados. O depende de la creciente red de voluntarios organizados en los vecindarios para ayudar a los más vulnerables.

El metro

Aunque con menos pasajeros que cuando abrió en 1904, el metro sigue funcionando. 33 de sus trabajadores han muerto, 1.100 se han contagiado y otros 5.600 están en cuarentena. Y lo cogen a diario personas como Vita, una veinteañera que vive en Queens pero trabaja en una tienda de provisiones para mascotas en Manhattan, y que cuenta que “por la noche da más miedo porque está sobre todo lleno de homeless“.

El metro es claramente una necesidad de la clase trabajadora. En Manhattan, donde la media de ingresos son 80.000 dólares, el pasaje ha caído un 75%. En el Bronx , con ingresos medios son 38.000 dólares, la reducción de tránsito ha sido del 55%. Y son justo el Bronx y Queens, los dos barrios más pobres de la ciudad, donde el coronavirus se está cebando. Del primero provienen una de cada cuatro personas hospitalizadas por covid-19, y su tasa de mortalidad dobla la del resto de la ciudad. En partes de Queens como Elmhurst y Corona, uno de cada cuatro habitantes viven en la pobreza, uno de cada cuatro no tiene seguro médico.

Espectros

A pie de calle el nuevo paisaje dominante en este Nueva York en letargo forzoso son las persianas metálicas bajadas en la abrumadora mayoría de negocios. Es un cierre que hace fantasmagóricos los barrios más pudientes de Manhattan llenos de comercios no esenciales como la Quinta Avenida o el Soho, donde algunos han sellado sus escaparates con tablones y donde es palpable además la huida de los neoyorquinos con segundas residencias o dinero para no quedarse en la ciudad.

Ese aire espectral se respira también en otros lugares, de Times Square a Wall Street o Broadway y duele especialmente en un Chinatown prácticamente cerrado a cal y canto donde en vez de sus intensos aromas habituales se respira el olor a estigma. La unidad de delitos de odio de la policía investiga en Nueva York 11 ataques contra asiáticos, todos cometidos en el último mes. En todo el año pasado solo investigaron tres.

Demasiada calle

Las calles, especialmente en los últimos días en que ha explotado la primavera, no están desiertas y sobre todo en los parques, pese a que se han cerrado los espacios de juego para niños y de esparcimiento para los perros, hay a todas horas del día gente, bastante más de lo que le gustaría a las autoridades, sin duda más de lo recomendable. Pero son también muchos los neoyorquinos que limitan sus salidas a lo estrictamente necesario y respetan las directrices de confinamiento, dando un nuevo y forzado sentido a aquello que escribió E.B. White de que “a cualquiera que desee premios tan extraños, Nueva York le concederá el regalo de la soledad y el regalo de la privacidad”.

Para Ann, una septuagenaria que lleva desde los años 90 en Nueva York, precisamente “lo peor es estar sola todo el día en casa”, pero ella cumple. Y aunque solía caminar 10 kilómetros al día ahora solo sale para acercarse a uno de los 400 puntos donde la ciudad reparte gratuitamente comida de lunes a viernes para cualquiera que lo necesite, sin preguntas.

Lo que queda fuera de la vista, dentro de las casas, de cada neoyorquino, son ocho millones y medio de historias individuales de lidia con la pandemia, las historias que precisamente hacen Nueva York y tendrán que rehacerla. Porque, como dice Ann, “Nueva York será distinta después de esto. La ciudad nunca será la misma”.