Aspirante a la Casa Blanca

Pete Buttigieg, el hijo centrista del traductor de Gramsci

La revelación de las primarias demócratas tiene credenciales elitistas, una historía atípica y un pasado familiar cercano al marxismo

Pete Buttigieg partido democrata estados unidos

Pete Buttigieg partido democrata estados unidos / periodico

Ricardo Mir de Francia

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El padre de Pete Buttigieg no vivió para ver como su único hijo se convertía en la revelación de este inicio de las primarias demócratas, pero sí lo suficiente para saber que soñaba con la Casa Blanca. Cuatro días antes de su muerte, el joven alcalde de South Bend (Indiana) anunció un comité para explorar su candidatura. “Le dije que esperaba hacer que se sintiera orgulloso”, contó en una entrevista a ABC News. “Por entonces ya estaba conectado a un respirador, pero logró decir unas palabras: ‘Lo harás’”. Joseph Buttigieg había sido hasta entonces bastante más conocido que su hijo, al menos en ciertos círculos intelectuales. Académico y crítico literario nacido en Malta, fue una autoridad en el pensamiento del filósofo marxista Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista italiano. Suya fue la traducción definitiva al inglés de sus monumentales ‘Cuadernos de la cárcel’.

Ese ha sido uno de los aspectos más ignorados de la biografía de Pete, como lo llaman sus seguidores para circunvalar el que es un apellido difícil de pronunciar. Pero lo cierto es que el mismo candidato que abandera hoy la rama más pragmática del partido se crio entre conversaciones familiares de sobremesa sobre Gramsci o el historiador --también marxista-- Eric Hobsbawm. Y por su casa pulularon figuras de la izquierda radical estadounidense como Cornel West, amigo íntimo de su padre. No está claro el poso que ese trasfondo acabó dejando. Sarah Marcus, profesora de la Universidad de Notre Dame, donde el patriarca de los Buttigieg trabajó durante casi 40 años, escribió en ‘The Nation’ que su padre “le enseñó más sobre la ética que sobre la revolución”

Admirador de Sanders

Tiene sentido, pero algo debió de quedar porque en una de esas grandes ironías de la vida, uno de los políticos a los que más admiró Buttigieg de joven fue Bernie Sanders, su principal rival actualmente en las primarias. A los 18 años le dedicó un ensayo con el que ganaría un prestigioso galardón de la Biblioteca Presidencial John F. Kennedy. Lo puso como ejemplo de “integridad” y "coraje” frente una clase política “peligrosamente inclinada al cinismo”. "Es una poderosa fuerza de conciliación y bipartidismo en el Capitolio", escribió hace dos décadas.  Hoy Buttigieg trata de erigirse en el antídoto a la polarización extrema que vive el país, con unas propuestas moderadamente progresistas empaquetadas en un lenguaje conservador, propio de los valores del Medio Oeste del que procede. Patriotismo, control del déficit, libertad, fe en Dios…

“Es la voz de la unidad que necesitamos en estos momentos”, decía Maura Policelli, de 51 años, tras uno de sus mítines en Iowa. Policelli viajó desde Washington DC para hacer de voluntaria para su campaña tocando puertas y haciendo llamadas. “Me encanta cuando dice que Dios no pertenece a ningún partido. Tiene visión, energía nueva y pragmatismo. Habla un lenguaje bipartidista”. 

A sus 38 años, Buttigieg sigue teniendo cara de adolescente, pero ha seducido principalmente al electorado más mayor, impresionado por su inteligencia, su oratoria y su incomparable preparación. En un país monolingüe, habla siete idiomas, desde noruego a dari o español, algunos con demostrada soltura. Se graduó en Harvard y estudió en Oxford con una beca Rhodes. Luego trabajó en la consultora McKinsey, dedicada a restructurar empresas, uno de los aspectos de su biografía que peor venden entre el electorado demócrata. Se alistó como reservista en la Marina y acabó pasando varios meses en Afganistán como analista de inteligencia. Para entonces era ya alcalde de South Bend, una pequeña ciudad universitaria y postindustrial de Indiana, donde según la opinión generalizada tuvo éxito notable.  

Decisiones cuestionadas

No fueron, sin embargo, ocho años inmaculados. Despidió al primer jefe de policía negro que había tenido la ciudad en su historia y apenas dio peso a las minorías en los altos cargos de su Ayuntamiento, decisiones que está pagando ahora. Su respaldo entre los votantes afroamericanos es prácticamente nulo, unos números que tendrá que cambiar si quiere tener opciones para la nominación.

En plena campaña para su reelección en South Bend, anunció que era homosexual con una tribuna en un periódico local. Pero lejos de ser castigado por los votantes, su valentía tuvo recompensa y fue reelegido con el 78% de los votos. Ya en el 2018 se casaría con Chasten Glezman, un profesor de instituto público de Chicago, el primer amor de su vida, al que conoció a través de una aplicación de citas. 

Ahora Buttigieg está en boca de todos, tras haber ganado junto a Sanders los caucus de Iowa. Su nombre cotiza al alza, aunque algunos en el partido hace tiempo que le siguen la pista. Barack Obama lo situó en el 2016 en una lista de cuatro nombres que marcarían el futuro del partido. De llegar a la Casa Blanca, sería el primer presidente gay y millenial. Pero primero tendrá que batir a una larga lista de candidatos, encabezados por Sanders, paradójicamente el eslabón perdido entre las políticas que mamó de su padre y esa apuesta por el centro que ahora abandera.