DRAMA MIGRATORIO
Sahar, una mujer refugiada de Moria: "Cada noche hay peleas y violaciones"
Grecia está tan saturada que colectivos vulnerables, como mujeres y niños, quedan abandonados en un lugar peligroso e insalubre

Sahar, con medio rostro tapado, en el campo de refugiados de Moria. /
Sahar dice que es imposible, que uno no se puede acostumbrar jamás al miedo a que las peleas a cuchillazos de alrededor, un día cualquiera, esta noche, la siguiente, dentro de una semana, cuando sea, te alcancen. Pero Sahar, una madre soltera afgan de 28 años del campo de refugiados de Moria, lleva casi tres meses viviéndolo.
Y no le ve fin: "Mi vida antes de venir a Grecia era un infierno, pero ahora es mucho peor", dice. "Le he pedido… No, le he implorado al Gobierno griego que me de un lugar seguro. Pero nadie me escucha. No le importo a nadie. Sigo en Moria y ellos me ignoran. Ser una madre soltera aquí es muy difícil. No tengo protección de nada", añade.
Su viaje empezó hace casi medio año. Sahar, que trabajaba de costurera en Irán, decidió que no podía aguantar más a su marido, que la maltrataba a diario. Así que abandonó su trabajo -que por la crisis económica iraní ya no le permitía sobrevivir-, cogió a su hija, Hosna, y se marchó. El periplo fue largo: "Nos moríamos de hambre, de frío. Teníamos que dormir en bosques. Hasta tres veces la policía turca nos atrapó. A la cuarta conseguimos llegar a Lesbos".
Sahar esperaba recibir algo de protección en la isla. Que su hija de tres años podría ir a la escuela y que podrían dejar el pasado atrás. Al llegar a la isla, las autoridades griegas les dijeron que la sección del campo de Moria donde viven las madres solteras estaba ya llena, que no podían hacer nada por ella y que se buscase la vida. Así que Sahar, sola con su hija, consiguió una tienda de campaña y, desde entonces, ahí sigue: esperando en la parte no oficial del campo de refugiados. Allí donde no hay ley.
"Desde las seis de la mañana, cuando me levanto, tengo que ir a buscar las comidas al campo, así que me llevo a mi hija a las colas. No separan a las mujeres solteras del resto de gente, así que tengo que esperar allí con Hosna durante dos, tres horas. Y las colas son un sitio peligroso. Me la tengo que llevar a todos sitios porque no es seguro y estoy sola. No tengo a nadie que me ayude a cuidar de ella", explica Sahar, que dice, sin embargo, que esto no es lo peor, ni mucho menos.
"Lo más difícil para mí es ver cómo cada noche mi hija se levanta y empieza a llorar porque tiene miedo de lo que ve y oye. Los vecinos se quejan de que llora toda la noche y no les deja dormir. Pero, ¿qué puedo hacer? Les digo que llora porque tiene miedo".
Traumas y secuelas
Si algo hay en el campo de Moria -a parte de una infinidad de tiendas de campaña insalubres- son niños. Son varios miles, sin nada más que hacer que corretear por las callejuelas del lugar y jugar entre ellos: no reciben escolarización alguna.
Al verlos de arriba abajo, saltando entre ríos de barro o montones de basura acumulada, algo salta a la vista: sus juegos son muy violentos. "Sobre todo, me encuentro con niños que viven sumidos en la depresión o con mucha agresividad", explica Mathias Vermaelen, pediatra que trabaja en la clínica que Médicos Sin Fronteras (MSF) tiene a las puertas de Moria. Algunos se autolesionan. Sus problemas mentales son, en parte, por los traumas adquiridos en sus países de origen y en el trayecto hacia aquí. Pero son, sobre todo, por lo que viven y ven en Moria: peleas, apuñalamientos, violencia y hambre.
Y hay, además, cerca de 1.100 menores no acompañados en Moria, 500 de los cuales viven en los alrededores del campo, en tiendas de campaña que se han tenido que buscar ellos porque, según denuncian varias asociaciones. El Gobierno griego no les ayuda en absoluto. "Los niños que sufren estos traumas pueden salir de ellos, pero necesitan ayuda. Si no la reciben o si la reciben demasiado tarde lo que han visto o vivido en Moria les puede marcar de por vida", explica Vermaelen. El campo de Moria muy probablemente algún día cerrará y se convertirá en historia infame de Europa y Grecia. Pero su recuerdo y sus secuelas quedarán.
"Fui a las autoridades para implorarles que me transfiriesen a la zona segura", afirma Sahar. "Me dijeron que no. Les pedí mantas. Me dijeron que no. Les dije que me ayudaran, por favor. Pero ya sé que nunca lo harán".
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