LA CARRERA A LA CASA BLANCA
El miedo a Bernie Sanders se instala en el 'establishment' demócrata
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
Ricardo Mir de Francia
Sobre el escenario, Michael Moore es un portento. Se calienta, gesticula y dispara con la misma acidez que impregna sus documentales. El cineasta lleva más de una semana en Iowa haciendo campaña por Bernie Sanders, el candidato socialista que promueve una “revolución política” para conquistar la Casa Blanca en noviembre. Y este viernes descargó toda su indignación contra el aparato del Partido Demócrata, horas después de que cambiara sus reglas para permitir que el multimillonario Michael Bloomberg pueda participar en los debates televisados.
“Ya tenemos bastante con Trump, los bancos y las grandes empresas para que encima vengan a por nosotros estos demócratas comprados por la América corporativa”, dijo el cineasta durante un mitin en Clive ante unas 1.500 personas. “Os lo digo, están asustados”, agregó.
El senador por Vermont, de 78 años, ya estuvo a punto de arrebatarle la nominación a Hillary Clinton en el 2016 contra todo pronóstico. Y en este inicio de las primarias, no solo se ha situado codo con codo con Joe Biden en las encuestas nacionales, sino que aventaja al resto de sus rivales en Iowa y Nuevo Hampshire. Una victoria de Sanders en ambos estados catapultaría su candidatura, una posibilidad que ha disparado la ansiedad en el 'establishment' demócrata, que ve al neoyorquino como una carta demasiado radical para batir a Donald Trump, así como una amenaza para el universo de grandes donantes que sustentan al partido.
“Los demócratas recuperaron la Cámara de Representantes en 2018 ganando en muchos suburbios blancos y algunas ciudades conservadoras. El miedo es que Sanders asuste a los votantes moderados”, dice a este diario el historiador Michael Kazin, coeditor de la revista de izquierdas ‘Dissent’.
Ataques preventivos
Uno de los primeros ataques preventivos partió de Clinton, aparentemente incapaz de dejar atrás la mala sangre que marcó su duelo con el senador hace cuatro años. En una entrevista le reprochó no haber hecho lo suficiente para unificar al partido tras su derrota, días después de haberle lanzado un golpe bajo en las costillas. “No le gusta a nadie, nadie quiere trabajar con él”, dice en un documental de próximo estreno.
Desde entonces la música se repite con distintos estribillos, entonados por congresistas, estrategas demócratas y grupos ligados a la Tercera Vía que popularizaron Bill Clinton y Tony Blair. Uno de ellos, Third Way, envío recientemente un correo a los demócratas de Iowa diciendo que Sanders tiene un “pasado políticamente tóxico” y advirtiendo de que sus posiciones de “extrema izquierda repelerán a los votantes que cambian de partido”.
También los aliados de Israel se han lanzado irónicamente contra el primer candidato judío con verdaderas opciones de competir por la presidencia. La Mayoría Demócrata por Israel lleva semanas emitiendo anuncios en su contra en Iowa. Sanders no es ni quiera propalestino. Pasó una temporada en los kibutz cuando era joven y no reniega de su judaísmo, pero ha censurado las “masacres en Gaza”, ha llamado “racista” a Netanyahu y aboga por una solución justa al conflicto. En su campaña también se ha rodeado de figuras muy críticas con las políticas israelís, como las congresistas Ilhan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib.
Juego sucio
De lo que no hay duda es de que Sanders es un candidato osado para los estándares estadounidenses. Kazin lo llama “el más radical de la historia moderna” en el bando demócrata. Aboga por una sanidad pública universal, universidades gratuitas, condonación de la deuda estudiantil, salario mínimo de 15 dólares o un ‘Green New Deal’ para combatir el cambio climático y transitar hacia una economía sostenible. Muchas de esas iniciativas tienen un apoyo considerable en los sondeos o son moneda común en las socialdemocracias europeas o Canadá, pero muchos las ven aquí como utopías imposibles que arruinarán las arcas del país. Su retórica destila además cierta lucha de clases. Como Elisabeth Warren, la otra candidata que compite por el trono de la izquierda, Sanders considera que el dinero de Wall Street y las grandes industrias ha corrompido la democracia estadounidense.
La incipiente ofensiva del ‘establishment’ es una reedición de lo que sucedió hace cuatro años, cuando el Comité Nacional del partido jugó sucio para minar su camino. Pero esta vez algunos de sus miembros están advirtiendo que tendrá un efecto boomerang. Los seguidores de Bernie, como le llama simplemente su parroquia, son más fieles y militantes que los de cualquier otro candidato. Ha recaudado también más dinero que el resto, a base de pequeñas donaciones de 18 dólares de media, y es de largo el candidato preferido de los jóvenes. “Van a hacer todo lo que puedan para frenarle, pero si lo consiguen destruirán el Partido Demócrata”, decía el viernes Josh Sebert, uno de sus seguidores, en el mitin de Clive.
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