CRISIS DEL SECTOR DE LA COMUNICACIÓN

El museo de la prensa de Washington cierra sus puertas en plena crisis del periodismo

El Newseum de la capital estadounidense se despide tras 11 años de andadura y 10 millones de visitantes

Unos visitantes del museu observan la antena de TV que coronaba la torre norte del World Trade Center de Nueva York.

Unos visitantes del museu observan la antena de TV que coronaba la torre norte del World Trade Center de Nueva York. / periodico

Ricardo Mir de Francia

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Situado a los pies del Capitolio, el museo de la prensa de Washington ha sido durante la última década uno de los símbolos del Cuarto Poder en la capital de Estados Unidos. Cada mañana ha sacado a la calle las portadas de decenas de periódicos de todo el mundo y ha enarbolado en su fachada el texto de la Primera Enmienda para recordarle al país que las libertades de prensa, expresión, asamblea y religión son casi sagradas. Al menos, sobre el papel. Dentro del edificio ha recordado a los periodistas que se dejaron la vida informando y ha tratado de dar sentido a la ondulante historia del periodismo. No le han faltado críticos ni tampoco defensores y, como si quisiera ser hasta el final un reflejo de la profesión a la que representa, ha muerto en plena crisis del periodismo. Víctima de sus propios errores y un contexto nada propicio. 

El Newseum cerrará sus puertas el 31 de diciembre tras 11 años de andadura en el número 555 de la Avenida Pensilvania NW, uno de los terrenos más caros de la capital, a solo una manzana del National Mall y con vistas del Congreso. Sus propietarios han vendido el edificio por 372,5 millones de dólares a la Universidad John Hopkins, que centralizará allí todos sus programas de posgrado. El futuro de su colección está en el aire. No se sabe si sus más de 6.000 piezas, que incluyen desde la puerta de la oficina del Watergate allanada por los sicarios de Nixon a porciones del Muro de Berlín o el mástil de la antena del World Trade Center, buscarán un nuevo emplazamiento o se venderán a otros museos. “Necesitamos al menos seis meses para desinstalar las colecciones y trasladarlas a un archivo. Una vez se complete el proceso, veremos que nos depara el futuro”, ha dicho su portavoz, Sonya Gavankar

Ataques desde la Casa Blanca

El cierre del Newseum llega en un momento particularmente nefasto para la prensa, atacada diariamente desde la Casa Blanca, que ha etiquetado a los medios como “el enemigo del pueblo” y ha contribuido decisivamente a contaminar la información con la posverdad y los hechos alternativos. Solo cuatro de cada diez estadounidenses confían en los medios para informar de forma veraz e imparcial, un porcentaje muy lejano al 70% de los años 70. En los últimos tres lustros han desaparecido casi 2.000 publicaciones locales y regionales, y se han perdido la mitad de los empleos en la industria, según un estudio de la Universidad de Carolina del Norte. Unas 1.300 comunidades han pasado a ser desiertos informativos, a medida que sus rotativos sucumbian al desplome de los ingresos publicitarios y la venta de periódicos. Google y Facebook fagocitaron sus anuncios. 

Como le ha sucedido a parte de la industria, el Newseum no pudo hacer frente a las presiones económicas, pero también ha muerto de exceso de ambición y vanidad. Abrió en el peor momento posible, en plena eclosión de la crisis financiera del 2008, cuando el oficio se desangraba. Y nació endeudado hasta las cejas tras doblar el coste presupuestado para el edificio del arquitecto James Polshek. Su catedral vanguardista de fachadas acristaladas y mármol de Tennessee acabó costándole 450 millones de dólares a la fundación Freedom Forum del fundador del ‘USA Today’, Al Neuharth, pagados en gran medida por los titanes de la industria. Pero el museo nunca dio beneficios a pesar de haber recibido a 10 millones de visitantes en la última década.

Dura competencia

Pagó sueldos astronómicos a sus directivos y fue incapaz de competir en una ciudad plagada de museos gratuitos de primer orden mundial. Sus entradas a 25 dólares para los adultos disuadieron a muchos, principalmente la población local. Y aunque trató de compensarlo alquilándose para la organización de eventos, a veces se olvidó de los principios que pretendía defender. Durante la investidura de Donald Trump albergó alguna de las fiestas de sus seguidores y, en otro gesto incomprensible, llegó a vender mercadotecnia con los eslóganes del presidente como el de ‘Fake News’, monetizando así los ataques a la prensa de la Casa Blanca. 

Para sus críticos tampoco supo acotar su narrativa. ¿Fue un museo dedicado a preservar las libertades de la Primera Enmienda o un museo consagrado a rendir tributo a los grandes hitos y los muchos defectos del periodismo? A veces pareció simplemente un museo sobre la historia reciente vista desde el tamiz periodístico, un oficio que Ben Bradley definió como “el primer borrador de la historia”. Lo cierto es que Washington será más pobre culturalmente sin el Newseum y el periodismo habrá perdido a un poderoso símbolo a las puertas del Capitolio, por más imperfecto que fuera.