el futuro del planeta

La huella de China en la Amazonia

La insaciable demanda por alimentos del gigante asiático, así como los planes de inversión en infraestructura para transportar soja y ganado de sus empresas incentivan la deforestación en la Amazonia brasileña.

Puerto en el río Amazonas donde se descarga soja.

Puerto en el río Amazonas donde se descarga soja. / periodico

Heriberto Araújo

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El país más poblado del mundo tiene la imperiosa necesidad de alimentar a sus más de 1.300 millones de habitantes, el 20% de la población mundial. Y no solo eso: debe proporcionar una dieta cada vez más rica en proteína animal -cerdo, sobre todo- con apenas el 9% de toda la tierra arable del planeta dentro de sus fronteras ¿Cómo solventar esa difícil ecuación? Comprando más a colosos agrícolas como Estados Unidos y, después de la guerra comercial iniciada por Donald Trump, sobre todo a Brasil.

La demanda china de productos extraídos o producidos en la Amazonia -mineral de hierro, soja en crudo (en aceite o en ración para el sector porcino), carne bovina- ha catapultado el comercio entre Brasil y China hasta los 98.000 millones de dólares anuales (88,4 millones de euros). El año pasado las compras de soja brasileña por parte de China aumentaron un 98% como consecuencia de la disputa comercial entre Pekín y Washington, y alcanzó la cifra récord de 27.000 millones de dólares (24,2 millones de euros). Todo esto ha convertido al gigante asiático en el mayor socio comercial de su par sudamericano, quien goza de un raro privilegio en sus relaciones económicas con el país de la ‘fábrica del mundo’: un voluminoso superávit comercial de 29.000 millones de dólares (26.000 millones de euros).

Estas cifras explican el desarrollo económico que ha experimentado la región sur de la Amazonia brasileña (estados de Rondonia, Mato Grosso) durante el último medio siglo. Ciudades como Sinop o Sorriso nacieron de la nada en una jungla plagada de jaguares y tucanes y hoy son urbes con gimnasios climatizados que operan las 24 horas del día y donde los sojeros conducen los últimos modelos de los coches de lujo.

Pero no todo son buenas noticias. La voracidad china por alimentos ha fomentado a nivel local una violenta lucha por el control de la tierra que desemboca en deforestación y asesinatos a quienes se oponen a este modelo de desarrollo basado en monocultivos para exportación. La selva y sus habitantes -recolectores de nueces y frutos, pequeños campesinos y pescadores artesanales, etnias indígenas arraigadas desde hace siglos en áreas de la jungla- son percibidos como "obstáculos" a las leyes del capitalismo.

Agricultores y ganaderos con Bolsonaro

César Giacomolli, de 38 años, es un productor de soja, maíz y arroz en el municipio de Agua Boa, al noreste de Mato Grosso. Posee junto a su familia una finca de mil hectáreas y arrienda otras 2.000 a cambio de ceder una parte de la producción. "Esta tierra es muy buena, da hasta tres cosechas al año", explica a El PERIÓDICO uno de los pocos agricultores de medio y gran porte que acepta hablar con la prensa, que es percibida aquí como "izquierdista y defensora de los intereses de los ecologistas".

Los productores aquí quieren duplicar la producción de soja y maíz hasta el 2025, y de esta forma aprovechar el tirón de la demanda china, que compra ya el 70% de toda la leguminosa que Brasil produce (España es el segundo mayor importador).

"El problema es la legislación. En ningún otro sitio del mundo se exige a los agricultores lo que se nos pide aquí", critica Giacomolli, quien se refiere a la normativa que obliga a ganaderos y agricultores en la región amazónica a preservar como selva nativa al menos el 80% de sus propiedades, una directriz que no todos cumplen.

Después de años de enfrentamiento con los gobiernos de Dilma Rousseff y Luiz Inacio Lula da Silva, los grandes ganaderos y sojeros brasileños de Mato Grosso tienen sus esperanzas puestas en Jair Bolsonaro, quien la semana pasada visitó China por primera vez para estrechar los lazos comerciales con Pekín.

Lugar estratégico

Las empresas del gigante asiático también ven en Brasil un lugar estratégico. Han declarado su disposición a adquirir amplias extensiones de tierra en país sudamericano para plantío, algo que la legislación local prohíbe a los extranjeros por el momento. Sin embargo, el gigante agroalimentario chino Cofco anunció en agosto que comprará un 25% más de soja en los próximos cinco años. Uno de sus ejecutivos advirtió, con todo, que esa expansión no debe provocar daños en el medio ambiente.

Brasil es el cuarto mayor receptor de inversiones chinas. Las corporaciones del país asiático han invertido en la Amazonia en la generación y la distribución de energía eléctrica, y tienen interés en varias infraestructuras de gran impacto. La más notable es la llamada Ferrograo, un nudo ferroviario de 933 kilómetros para el transporte de mercancías cuya inversión está evaluada en 3.000 millones de euros que enlazaría el epicentro de la producción agrícola de Mato Grosso con los puertos del río Tapajós, afluente del Amazonas, reduciendo los tiempos y los costes del flete a China. Una obra de ingeniería que revolucionaría el sector y expandiría la frontera agrícola, pero que tendría efectos nocivos para decenas de reservas indígenas y parques naturales.