PERFIL

El jeque invisible que desafió al mundo con un califato de terror

La muerte de Abu Bakr al Bagdadi descabeza al Estado Islámico tras haber perdido el territorio que controlaba en Siria e Irak

Abú Bakr al Bagdadi, líder de Estado Islámico

Abú Bakr al Bagdadi, líder de Estado Islámico / periodico

Ricardo Mir de Francia

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El mundo conoció a Abu Bakr Al Bagdadi en julio del 2014, cuando se autoproclamó califa de todos los musulmanes en un sermón de 21 minutos desde la mezquita de Al Nuri en Mosul, la segunda ciudad de Irak, conquistada días antes por sus milicias. Aquel fue el primer y último discurso público del escurridizo cabecilla del Estado Islámico, una organización que llegaría a controlar un territorio equivalente al Reino Unido en Irak y Siria, un hito con el que solo soñaron Bin Laden y Al Zarkawi, sus predecesores al frente del movimiento yihadista.

A diferencia de ellos, Al Bagdadi hizo de la discreción una de sus máximas para sobrevivir en la clandestinidad a los embates de la coalición liderada por Estados Unidos. Solo volvió a reaparecer en algunos mensajes de audioel último hace un mes. La salvaje brutalidad de sus cuadros, debidamente aireada en internet, fue su mejor forma de propaganda. 

Apodado con el tiempo como “el jeque invisible”Ibrahim Awwad Al Badri había nacido en 1971 en el seno de una familia humilde de Samarra, en pleno triángulo suní de Irak. Su padre enseñaba recitación coránica en una mezquita local y el joven Al Bagdadi –el nombre de guerra que acabaría adoptando – se pasó la juventud estudiando el Corán, una vocación que habría combinado con la pasión por el fútbol, que le valió el apelativo de “nuestro Messi” entre su círculo cercano. Introvertido, callado y ultraconservador, estudió teología islámica en la Universidad Islámica de Bagdad, donde se graduó con un máster y acabó obteniendo un doctorado

Con la invasión estadounidense del 2003, Al Bagdadi se unió a la lucha armada ayudando a crear uno de los muchos grupos insurgentes que aparecieron aquellos años. No duró mucho. Pocos meses después fue arrestado por las tropas estadounidenses cuando visitaba a un amigo buscado por las fuerzas de la coalición. Para el Pentágono era entonces un total desconocido.

Tanto que llegó a clasificarlo como “civil detenido” al enviarlo a Camp Bucca, la prisión donde se ganaría el respeto de sus pares y sus captores al ejercer de mediador de conflictos, según un perfil de la Brookings Institution. Pero Bucca también se convirtió, al igual que la infame Abu Ghraib, en el mejor campo de adoctrinamiento para el yihadismo, del que luego saldrían muchos de los capitostes del ISIS. 

Fractura con Al Qaeda

Diez meses después de ser detenido, Al Bagdadi volvió a la calle y no tardó en integrarse en el organigrama de Al Qaeda y su filial iraquí, rebautizada como el Estado Islámico de Irak tras la muerte de Al Zarkawi en 2006. Cuatro años después tomó el mando de la organización, que vio en el caos revuelta siria del 2011 la oportunidad perfecta para llevar a cabo sus ambiciones. En 2013 Al Bagdadi anunció una fusión con la rama siria de Al Qaeda, Al Nusra, un matrimonio que acabó siendo rechazado por su líder Ayman Zawahiri y abriendo una fractura en el yihadismo. 

La expansión territorial del Estado Islámico, que llegó a reclutar a decenas de miles de combatientes extranjeros, es conocida. A ambos lados del Éufrates impuso un reinado de terror a base de decapitacionescrucifixiones y actos de indecible brutalidad para la galería, sobre la base de una distorsionada y fanática aplicación de la ley islámica. Comunidades como los yazidíes estuvieron a punto de ser borradas en un genocidio

En varias ocasiones llegó a darse por muerto a Al Bagdadi, que habría resultado herido al menos en un bombardeo cerca de Mosul. Esta vez parece que su muerte es definitiva, el punto y aparte de una distopía bárbara que sus seguidores siguen tratando de relanzar.