un país convulsionado

Revolución de otoño en el Líbano

Centenares de miles de libaneses siguen protestando contra el Gobierno, la corrupción y la crisis económica, y cuestionan el sistema de división sectaria del país

Manifestación en Beirut contra el Gobierno.

Manifestación en Beirut contra el Gobierno. / periodico

Ana Alba

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"Protestamos porque la situación no se aguanta más, nos rebelamos contra el sistema, contra los políticos que han robado el dinero del pueblo, para exigir nuestros derechos, queremos libertad", explica Antoine Anton, un ingeniero de telecomunicaciones de 35 años que se manifiesta en Beirut contra el Gobierno libanés.

Las protestas empezaron el 17 de octubre después de que las autoridades aprobaran una tasa de 20 centavos de dólar por día para las llamadas de voz por redes sociales como WhatsApp. Pero esto solo era la gota que colmaba un vaso lleno de ira popular por la crisis económica, la mala gestión del Ejecutivo, la corrupción y la paralización de las instituciones por las divisiones políticas.

Hace años que los libaneses sufren "unos servicios públicos fallidos, negligencia estatal, cortes de agua y electricidad, una gran contaminación y el colapso del sistema de eliminación de basuras, todo conectado con un clientelismo y un trapicheo profundamente arraigados", señala el 'think-tank' International Crisis Group (ICG).

Deuda de 86.000 millones de dólares

El coste de la vida se ha disparado, los salarios se han estancado y el índice de paro ha subido provocando la emigración de muchos jóvenes bien formados en un país con una deuda de unos 86.000 millones de dólares, más del 150% del PIB.

"La gente joven no tiene futuro, todo el mundo se va y no queremos que esto ocurra", dice Taga al Hazem, una estudiante de 18 años que se manifiesta en Beirut.

Fueron los jóvenes los que iniciaron las protestas tomando las calles de la capital y otras ciudades como Trípoli. En seguida los secundaron ciudadanos de más edad, cientos de miles. "Aquí hay gente de diferentes religiones, origen, visiones políticas. Lo que nos ha unido es la voluntad de vivir con dignidad en este país y no abandonarlo. La generación más joven se está dando cuenta de que los partidos y sectas políticas nunca nos trajeron nada bueno", opina Anton.

En Líbano, que sufrió una cruenta guerra civil entre 1975 y 1990, hay 18 comunidades religiosas reconocidas oficialmente. El jefe del Estado siempre es un cristiano maronita; el primer ministro, un musulmán suní; y el presidente del Parlamento, un chií. La religión también determina, a menudo, la identificación social y política.

Reformas económicas

"Estas protestas sin precedente trascienden no solo las líneas sectarias sino las de clase y las regionales (...) No se sabe aún si acabarán en una revolución política, pero ya ilustran una social significativa", indica la analista Lina Khatib en un artículo para la web de Al Jazeera. 

En las protestas multitudinarias del 2005, durante la Revolución de los Cedros, los libaneses se manifestaron contra la ocupación siria, pero no pidieron un cambio de sistema político.

Cuando en el 2015 protestaron contra la mala gestión de las basuras y nació el movimiento 'You stink' (Apestáis), empezaron a cuestionar a los líderes políticos de sus comunidades. Pero ahora parecen desafiar los conceptos y divisiones tradicionales con mayor ímpetu.

Para intentar apaciguar a las masas -aunque dijera lo contrario-, el primer ministro libanés, Saad Hariri, anunció el lunes pasado la adopción de reformas económicas, hasta ahora bloqueadas por las divisiones en la coalición del Gobierno. Pero los ciudadanos no cejan en su empeño. "Si persistimos (en las protestas), lograremos nuestro objetivo", asegura Anton.