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Trudeau se juega la reelección en Canadá sin el lustre de hace cuatro años

Las encuestas sitúan al primer ministro empatado con los conservadores y auguran un gobierno en minoría

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Ricardo Mir de Francia

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Hace cuatro años, en pleno auge del populismo conservador, Justin Trudeau se convirtió en la gran esperanza de la izquierda global para hacer de contrapeso en la esfera internacional a la involución nacionalista. Joven, tolerante, feminista e hijo del histórico primer ministro Pierre Trudeau, arrasó en las elecciones del 2015 con su defensa del multiculturalismo, la lucha contra el cambio climático, la legalización de la marihuana o el “talante soleado” que se propuso implantar en la política canadiense. Había nacido un nuevo Barack Obama, pero como le pasó al estadounidense, su buena estrella ha ido perdiendo lustre durante su primer mandato en el poder. Este lunes Trudeau se juega la reelección, técnicamente empatado con los conservadores y con escasas opciones de reeditar la mayoría absoluta del 2015. 

“El problema de Trudeau es que partía con unas expectativas demasiado altas”, asegura a este diario el profesor de la Universidad de McGill, William Watson. “Ha cometido varios errores y este no es un país fácil de gobernar, los intereses de las distintas regiones difieren enormemente”. El dirigente Liberal ha cumplido con muchas de las promesas de su campaña. Ha bajado los impuestos a la clase media, ha reducido la pobreza con ayudas a las familias más necesitadas y ha legalizado el uso lúdico de la marihuana sin demasiados sobresaltos. Bajo su mandato se han firmado acuerdos comerciales con la Unión Europea, Estados Unidos o las naciones del Pacífico, mientras la economía canadiense capeaba razonablemente bien las tensiones comerciales con Washington.

Aparente contradicción

Pero Trudeau también ha demostrado a ojos de sus críticos una irritante tendencia a querer contentar a todo el mundo. Su política medioambiental es paradigmática. Al mismo tiempo que imponía un impuesto a las emisiones de carbono, respaldaba la construcción de varios oleoductos para transportar el petróleo de Alberta, una aparente contradicción que ha escocido a su electorado de izquierdas. A lo que hay que que sumar una corrección política extrema, varios fiascos de relaciones públicas --como su viaje a la India o el escándalo de la cara pintada-- y sus frecuentes disculpas bañadas en lágrimas hacia las minorías canadienses por los desmanes del pasado. No siempre seguidas por las políticas necesarias para reparar los daños. 

Pero nada le ha perjudicado tanto posiblemente, como el escándalo de la constructora SNC-Lavalin, en el que presionó a su fiscal general para descarrilar la investigación contra la multinacional canadiense, acusada de corrupción en el extranjero. “La sensación que ha dejado es que Trudeau encarna el privilegio, como si las reglas no fueran aplicables a él”, dice Watson. 

Campaña polarizada

Tras una campaña extremamente polarizada y más bronca que de costumbre, Trudeau está técnicamente empatado con el Partido Conservador de Andrew Scheer, un político afable y de corte moderado que ha hecho de la disciplina fiscal y la defensa de los intereses petroleros dos de los ejes de su campaña. Scheer no es un populista en la vena de Donald Trump ni tampoco un aislacionista y ha prometido respetar los compromisos con el Acuerdo del Clima de París. 

Probablemente el ganador tendrá que buscar un gobierno en coalición. Trudeau tiene más opciones para formarlo, según los analistas, ya sea con los partidos a su izquierda, como Nueva Democracia o Los Verdes, o con el Bloque Quebequés. Tras la debacles de las últimas citas electorales, las encuestas prevén la resurrección de los independentistas bajo el nuevo liderazgo de Yves-Fraçois Blanchet

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