Crisis social
Comedores sociales en el país de la carne, el trigo y la soja
Uno de cada cuatro niños argentinos recurren con sus padres a locales donde sirven comida por caridad
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Abel Gilbert
La calle Brandsen Al 700 ofrece, asfalto de por medio, realidades paralelas. De un lado, el estadio de Boca Juniors, el club de fútbol más popular de Argentina. Los buses de turistas internacionales tienen allí una parada obligatoria, y por eso hacen fila en la mañana de Buenos Aires. Basta con cruzar esa misma calle y encontrarse también con el comedor comunitario Pancita llena, corazón contento.
Marcela Morales no llega a los 50 años. Alguna vez pidió dinero porque no tenía qué comer. Parte de lo que recibía lo destinaba a alimentar a otros. Así nació ese lugar que bautizó con un diminutivo y que entre paredes de chapa pintadas de azul y oro, como los colores de Boca, cada noche recibe hasta a 50 familias. Marcela recibe donaciones para sostener su cruzada. Entra un niño y le cuenta que no ha tenido escuela por una huelga de los maestros. Por eso no comerá. Su vista se choca con la de una nena que desayuna. Marcela le sugiere que se siente con ella.
Milagros
Al lado de donde Marcela reparte panes y peces como milagros se levanta un negocio de suvenires. Los turistas compran canchas de Boca en miniatura o camisetas de Leo Messi de la selección argentina. Pero si se gira hacia la derecha, a 100 metros, sobre la misma Brandsen, otro comedor comunitario, Los inmigrantes, se prepara para recibir a hombres, mujeres y niños.
El gobierno de la ciudad les gira dinero para que almuercen y merienden 125 personas. Pero, como reconoce Silvia, tienen que alimentar a 180. Junto con Janet y Sandra preparan este jueves un plato especial: carne con puré de papa y calabaza. Y es "especial", como remarca Silvia, porque pudieron hacer malabares con la ayuda económica que perciben. "Vienen de todos lados. A veces se acercan con vergüenza. Han perdido sus trabajos y les cuesta decir que no tienen qué comer", dice Silvia y Janet asiente.
Agustín Salvia, el director del Observatorio de la Deuda Social, de la Universidad Católica Argentina (UCA), estima que un 25% de los niños argentinos recurren con sus padres a los comedores comunitarios. Hay miles, especialmente en la periferia. Pero no hay que caminar más que 100 metros, hasta la calle de Suárez, para encontrarse con Rebelde. Celia cocinará arroz con salsa para 100 personas. Un hombre entra y quiere saber si tendrían un lugar para él. A Celia se le parte el corazón y le dice que no, que pregunte en los comedores Esperanza y San Jorge, que están muy cerca. El señor agradece. "Suerte", escucha que le dicen.
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